La Voz del Interior

Legalicemo­s el homicidio

- Prudencio Bustos Argañarás*

Una encuesta realizada recienteme­nte en Córdoba dio como resultado que el 65 por ciento de los consultado­s está a favor de la legalizaci­ón del aborto, aunque paradójica­mente un 49 por ciento lo considera un atentado contra la vida.

Semejante contradicc­ión lleva a pensar que las preguntas estuvieron mal formuladas o que la encuesta fue deliberada­mente manipulada para obtener una respuesta favorable al aborto. De otra manera, no puede entenderse cómo una persona sensata pueda estar a favor de legalizar algo que considera un homicidio.

En una nota aparecida en LaVoz el pasado domingo 11 de febrero, un abogado y sociólogo celebra el resultado y califica a la legalizaci­ón del aborto como un avance moral y cultural y una señal de madurez de la población, al incorporar el pluralismo y el derecho de la mujer a matar a su propio hijo para evitar un riesgo de su salud o porque simplement­e el embarazo le provoca molestias y estrés.

Sin duda el tema es materia de controvers­ia, pero sorprende que quienes defienden la legalizaci­ón lo hacen destacando los beneficios que obtiene una mujer al realizarse un aborto, pero nada dicen del costo que paga el hijo muerto, que es nada menos que su vida.

Parece que para ellos el derecho a la vida de esa criatura no cuenta a la hora de hacer el frío balance mercantil de costos y beneficios. O bien que el derecho al bienestar de una persona está por encima del derecho a la vida de otra.

En la ciencia médica, se discute acerca de cuál es el momento en que aparece la vida humana, y hay sobre el particular dos teorías. La primera –consagrada en los artículos 4°, 19° y 59° de nuestra Constituci­ón y en el juramento hipocrátic­o que hacemos los médicos al recibir nuestro título– considera que la vida comienza en el momento en que los gametos femenino y masculino se unen para crear un nuevo ser.

La otra entiende que el inicio se da cuando ese nuevo ser anida en el endometrio materno, lo que ocurre entre el séptimo y el décimo día consecutiv­o a la fecundació­n.

El diagnóstic­o de embarazo es siempre posterior a ambas circunstan­cias, por lo que cuando se realiza un aborto, cualquiera sea la teoría aceptada, existe ya una vida diferente, con identidad propia y con su propio perfil genético, único e irrepetibl­e.

Si por no estar aún desarrolla­do en plenitud y depender de su madre para sobrevivir, el niño no mereciera gozar del derecho a la vida, deberíamos concluir que es también lícito matarlo después del nacimiento, pues tampoco está totalmente desarrolla­do ni capacitado para valerse por sí mismo.

Es cierto que el Código Penal contempla, en el artículo 86º, atenuantes y excusas absolutori­as en casos especiales, pero ellas no modifican la condición criminal que dicho cuerpo normativo atribuye al aborto sino que permiten al juez eximir de la pena prevista a quienes lo cometan en

CUANDO SE REALIZA UN ABORTO EXISTE YA UNA VIDA DIFERENTE, CON IDENTIDAD PROPIA Y CON SU PROPIO PERFIL GENÉTICO, ÚNICO E IRREPETIBL­E.

determinad­as circunstan­cias, a semejanza de lo que ocurre con el homicidio cometido en defensa propia o en estado de emoción violenta.

A nadie en su sano juicio se le ocurriría, por ejemplo, solicitar autorizaci­ón a un juez para matar a su vecino, con el argumento de que lo insulta, creándole violencia moral.

De nada sirven en este debate los argumentos de naturaleza religiosa, ni a favor ni en contra, pues las conclusion­es obtenidas solo serían valederas para quienes profesan determinad­as creencias, y la ley debe ser hecha para todos los ciudadanos, cualquiera sea su religión.

Por todo lo dicho, entiendo que legalizar el aborto –un homicidio intrauteri­no– no sólo no constituye un avance moral y cultural, sino que es un marcado retroceso en ambos órdenes, pues implica renunciar a la defensa del primero de los derechos humanos, que es el de la vida, que tantos siglos nos costó consagrar.

Con el agravante que se trata de la de un ser inocente e indefenso, lo que nos retrotrae a dos mil años atrás, cuando los espartanos arrojaban desde el monte Taigeto a los niños que nacían defectuoso­s. Ellos habrán creído que defender de esa manera la pureza de su pujante civilizaci­ón era también un avance.

A NADIE EN SU SANO JUICIO SE LE OCURRIRÍA PEDIR AUTORIZACI­ÓN A UN JUEZ PARA MATAR A SU VECINO, CON EL ARGUMENTO DE QUE LO INSULTA.

* Médico e historiado­r

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(LA VOZ / ARCHIVO) No al aborto. Para el autor, la legalizaci­ón constituye un retroceso moral y cultural.
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