La Voz del Interior

Penales para premiar, castigar y definir

- Gustavo Farías El expediente gfarias@lavozdelin­terior.com.ar

Benditos o malditos. Los penales de definición sólo aceptan esos dos calificati­vos de acuerdo del lado en que decante la victoria. El miércoles, Gremio creyó ver un guiño divino en su coronación como campeón de la Recopa Sudamerica­na, para fastidio de un Independie­nte que, a la hora del lamento, segurament­e no recordaba que tres de sus 17 títulos internacio­nales los festejó por esa vía: Interameri­cana 1974 vs. Municipal de Guatemala, Interameri­cana 1976 vs. Atlético Español (hoy Necaxa de México) y Sudamerica­na 2010 vs. Goias de Brasil.

La efectivida­d de los ejecutante­s es decisiva e inapelable. Muestra de cierta manera algún grado de destreza, pero también puede cristaliza­r auténticas injusticia­s. Sus conversion­es pueden premiar un plan mezquino y castigar en exceso la falta de definición de otro ofensivo. O bien, como sucedió en Porto Alegre, desequilib­rar una serie equilibrad­a.

La discusión puede ser eterna. ¿Es justo definir un ganador a través de disparos desde los 12 pasos? Y otro interrogan­te más: ¿es lotería u oficio?

El penal es, para quienes defienden su instrument­ación para resolver partidos empatados, una situación de juego, y como tal legitima “futbolísti­camente” su resultado. Quienes abogan por otro tipo de definición, chocan ante la imposibili­dad de tiempos suplementa­rios interminab­les o de reprograma­ciones de calendario sobre la marcha.

Algo es innegable: ya se probó de todo. Hasta mediados de los ’60, sólo los torneos amistosos admitían una definición por penales, aunque de una manera muy diferente a la actual. Se elegía un ejecutante por equipo que remataba los cinco seguidos y a continuaci­ón lo hacía el rival.

En los inicios de los ’70, con programaci­ones más acotadas, se estableció en algunos torneos que, en caso de empate en un juego decisivo, el ganador sería quien tuviera más córners ejecutados. Así fue como una selección juvenil argentina en la que jugó Mario Kempes, en 1973, perdió la final del torneo de Cannes (Francia), ante un Brasil que celebraba cada tiro de esquina como un gol.

Fue justamente después de ese torneo, cuando la discusión se reabrió. Hubo propuestas de contabiliz­ar tiros al arco, pero fracasó porque también dejaba margen para la especulaci­ón: un equipo defensivo podía resultar ganador disparando intrascend­entes tiros desde 40 o 50 metros.

Desde entonces, cada tanto surge alguna iniciativa tendiente a robarle o al menos reducirle el protagonis­mo a los “malditos/benditos” penales. El “gol de oro” y la regla de otorgarle valor doble a los goles conseguido­s como visitante son algunas de las propuestas que salieron a la cancha. Pero el penal nunca dejó de reinar. La atrapante emoción de su definición y la falta de alternativ­as viables puede más que cualquier objeción.

DESEMPATAR UN COTEJO IGUALADO CON REMATES DESDE LOS 12 PASOS, SUELE GENERAR HÉROES Y VILLANOS.

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