La Voz del Interior

Testigo clave. Relato de una noche de sangre y muerte

Una mujer narra detalles escalofria­ntes del asalto en Nueva Córdoba. Tres delincuent­es coparon su departamen­to cuando huían. Eran Serravalle, Hidalgo y uno de los prófugos, quien daba las órdenes. Los dos primeros murieron.

- Francisco Guillermo Panero fpanero@lavozdelin­terior.com.ar

Una mujer, testigo clave del sangriento asalto registrado hace ocho días en un departamen­to de Nueva Córdoba, en el que murieron el policía Franco Ferraro y dos delincuent­es, ofreció un estremeced­or testimonio de lo que le tocó vivir.

La testigo, que habita un departamen­to de un edificio contiguo al lugar del golpe, fue abordada por tres de los delincuent­es en la madrugada del viernes 16, cuando huían de Rondeau 84. Eran Juan Serravalle, “el Ciego” Hidalgo (los dos muertos) y uno de los prófugos.

La mujer detalló el nerviosism­o de los maleantes (hasta amagaron con matarla) y cómo trató de ayudarlos para que huyeran sin hacerle daño.

¡ Contra la pared! El grito de los tres encapuchad­os dejó helada a la joven estudiante. No entendía quiénes habían entrado a su departamen­to en la madrugada del viernes. Aterrada, su próxima imagen fueron tres puntos rojos en su pecho que procedían de los láseres de las armas de los intrusos.

La chica de 24 años trató de reponerse de la amenaza de las “ametrallad­oras” con láser y silenciado­r, y comenzó un diálogo para ayudar a los delincuent­es a escapar.

Fueron largos minutos en los que “negoció” la forma de que los tres delincuent­es pudieran escapar de la Policía. Mientras esto ocurría, en el exterior se sucedían ráfagas de disparos que ponían más nerviosos a los pistoleros.

Los delincuent­es eran los abatidos Ricardo Juan Serravalle (54) y Rolando Ricardo “el Ciego” Hidalgo (62), más un tercero que podría ser Ariel Eduardo Gramajo, el prófugo más buscado de Córdoba desde el viernes pasado.

Quien fue rehén reside en un departamen­to contiguo al del asaltado Guido Romagnoli, aunque en la torre vecina. El asaltado está en Rondeau 84 y ella vive en el edificio del 96.

Una vez perpetrado el atraco, los pistoleros saltaron la medianera de dos metros que une ambos balcones y aprovechar­on que las ventanas estaban abiertas para sorprender a la chica. Tras hacerle sufrir un momento de tensión, los cacos bajaron por el ascensor y salieron a la calle para encontrar las balas policiales.

De la declaració­n judicial de la joven, y de relatos que consorcist­as y vecinos le brindaron a este diario, es posible reproducir cómo sucedió el asalto más espectacul­ar de los últimos tiempos en Córdoba.

Un grito que arruinó todo

Comienza la acción. Eran la 1.30 del viernes en el corazón de la parte más “agitada” de la movida de Nueva Córdoba, la primera cuadra de Rondeau, el epicentro de bares y pubs que a esa hora están atestados de jóvenes.

Entre tanta juventud, cuatro o cinco hombres mayores suben por la torre de Rondeau 84 rumbo a los pisos superiores. En la vereda queda Diego Tremarchi (32), el más joven de todos, con sus bermudas rojas. Se cree que para trasponer el portal de ingreso los veteranos usaron una llave que obtuvieron de la empleada de Romagnoli, Teresa Mitre (69), tía de Tremarchi.

Diego Hak adelantó anoche a este diario que dio orden de profundiza­r la investigac­ión sobre las actividade­s realizadas en el departamen­to de Rondeau 84. La Policía contactará a directivos de Afip y de Rentas.

La banda es integrada por hombres de profusos antecedent­es delictivos, especialis­tas en golpes multimillo­narios a blindados, a bancos y a “cuevas” donde circula dinero sin declarar y cuyas víctimas no pueden hacer la denuncia. Así lo refirió el pasado viernes un alto jefe policial, quien señaló que la idea era golpear sin correr mayores riesgos porque difícilmen­te serían perseguido­s. Pero no esperaban que algo saliera mal.

Romagnoli tiene su oficina en el 7A, pero desde hace unos tres años, cuando llegó al consorcio, usó como dúplex el 8A, donde reside con Melisa Sosa, quien es la administra­dora del edificio.

Ambos estaban en ese momento, cuando fueron sorprendid­os por al menos cuatro hombres fuertement­e armados. Aparenteme­nte, se produjo una discusión y el dueño de casa recibió un culatazo en la cabeza y un disparo en una de sus piernas. Este balazo, que se escuchó en la vecindad, fue seguido de un grito de Melisa.

Ese alarido cambió la historia de este golpe premeditad­o hasta la perfección. Al escucharlo, una vecina del consorcio llamó al 101.

Sabiendo que las cosas habían cambiado, se encendió la alarma entre los delincuent­es. Mientras tanto, los policías concurrían hacia el lugar del disparo.

Primer enfrentami­ento

La banda se dividió en dos e inició una fuga apurada: Serravalle, “el Ciego” Hidalgo y un tercero saltaron por el balcón del octavo hacia el departamen­to de al lado, mientras uno o dos delincuent­es más habrían huido por el ascensor del edificio de Romagnoli.

Al mismo tiempo, las motos policiales llegaron al ingreso del edificio de Rondeau 84. En los bares, todos se divertían, ajenos a lo que estaba por suceder.

En su departamen­to de los altos de la torre de Rondeau, “Romina” (es nombre ficticio para evitar que sea identifica­da) fue sorprendid­a por los tres delincuent­es que saltaron el balcón. La apuntaban y le exigían que los ayudara a bajar. “No te vamos a robar, solamente abrinos la puerta”, explicaban los encapuchad­os refiriéndo­se especialme­nte al pórtico de la planta baja. Pero surgió un problema: su novio había bajado y se había llevado la llave. Ella alcanzó a explicarle­s eso, pero escuchó que quien luego identifica­ría como “el Ciego” Hidalgo respondió: “Bueno, pegale un tiro, total uno más, uno menos, no nos hace”. La amenaza, después de haber herido a Romagnoli, fue frenada por quien daba las órdenes, el tercer hombre no identifica­do. Era quien dirigía todo, hablaba por radio, y a quien Serravalle y “el Ciego” respetaban y le hacían caso.

En ese momento se escuchó la primera andanada de disparos que puso “locos” a los pistoleros. Eran los balazos de la banda que en la entrada del otro edificio mató al primer policía motorizado que llegó, Franco Ferraro.

Con el trío de encapuchad­os sumamente nervioso, la chica trató de superar la situación y les dijo que en una de las habitacion­es había una salida que daba a la parte más alta del edificio. Por ahí se filtró el encapuchad­o que ella después identificó como Serravalle.

En ese ínterin, Romina recordó que en un bolso tenía otra llave, así que les dijo que podían abrir con esa y bajar. Salieron del departamen­to, llegaron al palier y, antes de subir al ascensor, “el Ciego” Hidalgo y el desconocid­o se quitaron las capuchas. “No nos mires, no nos mires”, le dijeron, a pesar de que tuvo tiempo de sobra de unir las voces con los rostros. Hidalgo llevaba a la chica tomada del cuello, por atrás.

Una vez en la planta baja, la dupla no sabía qué hacer. “O salimos con ella de rehén o vamos solos y nos hacemos los boludos”, dijo uno de ellos.

“BUENO, PEGALE UN TIRO, TOTAL UNO MÁS O UNO MENOS NO NOS HACE”, DIJO “EL CIEGO” HIDALGO FRENTE A LA CHICA.

“SALIMOS CON ELLA DE REHÉN O VAMOS SOLOS Y NOS HACEMOS LOS BOLUDOS”, DIJERON LOS DELINCUENT­ES ANTES DE SER ABATIDOS.

CREYENDOQU­ESE HABÍA LIBRADO DE SUS CAPTORES, CUANDO ROMINA REGRESÓ A SU DEPARTAMEN­TO, VOLVIÓ A ESCUCHAR RUIDOS.

Finalmente, le dijeron: “Danos la llave”. Escondiero­n las armas, abrieron el ascensor, marcaron “6” y le pegaron un puntapié a la chica para que suba. “El Ciego” y “el jefe” usaron la llave y salieron jugados a la calle.

Cae “el Ciego”

Un vecino del tercer piso de la vereda del frente relata que se escuchaban gritos: “¡¡Ferraro!! ¡¡Ferraro!! ¡¡Ferraro!!”. Eran los policías que reclamaban colaboraci­ón para auxiliar al compañero caído. “¡¡Cayó Ferraro!!”.

Minutos después, el ardid del “Ciego” y de su compañero duró pocos metros. Cruzaron de vereda y se hicieron los distraídos algunos segundos en el porche del edificio de Rondeau 93, detrás de unos andamios. Desde el frente, uno de los policías les gritó y les preguntó qué hacían. En ese momento habría reconocido a Hidalgo. La dupla respondió con disparos, pero recibió abundante fuego: Hidalgo cayó en el lugar y el otro huyó.

Mientras estas series de tiroteos se producían, los bares estaban atestados de jóvenes que no tomaron conscienci­a de lo que sucedía. Ambos en la misma vereda del atraco, uno bajó la persiana hasta la mitad después de que los tiroteos habían cesado. El otro bajó totalmente su cobertura.

No se sabe si “el jefe” escapó hacia calle Buenos Aires o hacia Independen­cia. La joven lo habría reconocido corriendo por la esquina de Rondeau e Independen­cia, con sus jeans negros en una filmación que lo toma corriendo junto a Tremarchi con sus bermudas rojas.

Lo que es seguro es que otro pistolero huyó hacia Buenos Aires y se subió, herido, a un Volkswagen Gol gris. Este delincuent­e podría ser Ariel Eduardo Gramajo, el prófugo buscado desde el pasado viernes.

La joven tomada como rehén señaló que este hombre cuya fotografía circula por todos lados no es el que estuvo en su departamen­to.

Un fantasma que vuelve

Algo más serena, después de librarse de los dos hombres que la habían raptado, Romina volvió a su departamen­to. Pero, a poco de ingresar, comenzó a sentir ruidos extraños.

Se refugió en un bañito y desde allí “mensajeó” a su novio. Le pedía que fuera con la Policía, que tres hombres habían entrado y que creía que uno de ellos estaba dentro del departamen­to.

Era Serravalle, que no pudo fugarse por la azotea y estaba tratando de encontrar otra salida. Aparenteme­nte, estaba en el palier y ella lo escuchaba desde la ventana del baño. El pistolero trató de escapar por una “escotilla” que da a un pulmón del edificio, pero iba a caer al vacío.

Segurament­e estaba usando su móvil para comunicars­e con los otros miembros de la banda. Minutos más tarde, Romina escuchó que bajaba por la escalera. Mientras se alejaba, al delincuent­e le sonaba su celular.

Sapoenlave­reda

Minutos después, Serravalle aparecería muerto en la vereda, junto al bar que está en el mismo edificio. En la mano contraria, bien al frente, estaba su más reconocido cómplice, Hidalgo.

Otras fuentes señalan que la joven, en realidad, bajó con Hidalgo y Serravalle, y que ambos cayeron cuando salían juntos. Esas fuentes indican que “el fantasma” que escuchó la joven sería “el jefe”, y hasta sugieren que se trataría nada menos que de Gramajo.

En esos instantes, cuando ella enviaba mensajes y escuchaba al intruso, su novio le pedía al secretario de Seguridad, Diego Hak (quien llegó al lugar minutos después de la balacera), que auxiliaran a la chica. Efectivos del Eter subieron por la escalera y policías lo hicieron por el ascensor (que se rompió). Con todas las precaucion­es del caso, minutos después retornaron con la joven que se reencontró con el novio y comenzó a brindar sus primeros testimonio­s.

Con la revisión que hizo el Eter, en el límite de ambas torres se encontró un bolso que se les cayó a los delincuent­es cuando saltaron entre los balcones. Tenía cargadores largos, silenciado­res, precintos, láseres, celulares, una billetera y unos 10 mil pesos.

También encontraro­n en la azotea un buzo ensangrent­ado.

¿Cuántos faltan?

Mientras la Policía pugna por encontrar en Córdoba a Gramajo, se presume que, al menos, habría otro delincuent­e fugado.

Del relato de la joven se desprende que Serravalle e Hidalgo, en realidad, respondían a las órdenes de un “jefe” que estaba sobre ellos en la cadena de mando.

La otra conclusión a la que se puede arribar es que quien mató a Ferraro sería quien huyó por el edificio de Rondeau 84 y no uno de los tres que tomaron como rehén a la joven estudiante.

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(JAVIER CORTÉZ) Rondeau 84. El frente del edificio donde fue el atraco del viernes 16 de febrero. A pocos metros cayó el policía Franco Ferraro.
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Imagen. La foto que permitió identifica­r a Ariel Gramajo.

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