La Voz del Interior

La situación –M

- Enrique Orschanski Pensar la infancia

a, creo que me duele la cabeza…

–¿Cómo “creo”? ¿Te duele o no te duele?

–“Maso”. Un poco.

–A ver… no, no tenés fiebre. ¿Estuviste al sol?

–No. Siento puntadas acá, acá y más acá… en el cerebro.

–¡Maxi! ¿Qué decís? No me mientas.

–Ma, te juro que no me siento bien…voy a hacer reposo.

–¡Es domingo y recién te levantás! ¿Hablás en serio?

–¡Claro que es en serio! Podría estar “incubando algo”, como dicen ustedes.

–Durante todas las vacaciones estuviste perfecto. ¿Y te enfermás justo antes de comenzar las clases?

–¡Ese es el problema…empiezan las clases! Me siento mal, ma… muy mal… requeterec­ontra mal…

–Maxi, tenés 10 años, sos el chico más sano del mundo, descansast­e más de dos meses y todavía tenés una semana. Además, recién empezás quinto grado…

–¡Aggg! No lo digas así, todo junto…Ahora estoy débil, parece que me voy a desmayar.

–Maxi, no te hagás el artista. Acordate de las semanas en casa de los abuelos; en el campo, con perros, río y amigos; no te dolía nada.

–Por eso, madre querida: paso a explicarte, a ver si te ponés en mi lugar…

–Ajá, ¡qué lenguaje usa el joven ahora! Dale, contame y voy a intentar “ponerme en tu lugar”.

–¿Te acordás a qué edad empecé a ir a la guardería?

–¿Y eso?

–¡Vos pensá!

–Y… fue cuando acepté mi trabajo…vos tenías 6 meses. –¿Y a cuántas guarderías fui? –A cuatro, creo...

–O sea, cuatro mudanzas, cuatro adaptacion­es, cuatro seños…

–Y sí, más o menos.

–Y después comenzó el colegio: en salita de 3, porque había que “asegurar el banco”.

–¿No es lo que hacen todos los padres?

–Vos seguime: entonces, ¿cuántos años hace que soy alumno? Muchos: sala de 3, de 4, de 5; maestras titulares, suplentes, de Música, Plástica, Gimnasia, hasta de Informátic­a. No me salía la “r” y ya manejaba Word… Después, primer grado, segundo, tercero, cuarto…

–¡Pero te gustaba! Siempre fuiste contento.

–No hay caso, no entendés…¡El cansancio se acumula! Todos los días hacés lo mismo: te levantás temprano, te lavas, revisás la mochila, te subís al transporte, pasás un montón de horas encerrado…y, al otro día, de nuevo…Una condena a alumnez perpetua. Hablando de presiones, creo que se me bajó la presión. ¿Me traerías un vaso con agua, por favor?

–¡Ay, Maxi, basta de hacer teatro!

–Ma, mi cuerpo frágil avisa cuando estoy en peligro. Son muchos años de guardería, de jardín, ahora la primaria…y más tarde la terrible secundaria…Mil horas de prestar atención, tareas, carpetas, que “la letra sobre el renglón, que pronunciá bien, que es la hora de Lengua, que las sumas, que las restas”. ¿No te parece mucho para un niño tan joven como yo? Ah, y además hay que ir a Inglés. Porque según, papá, “el inglés es importante para el futuro”. ¿Puedo recostarme?

–Sí, claro, vení. Todo eso sirve para ser mejor persona, ¿o no?

–¡Sí, pero agota! Acordate de que este año también tengo guitarra y fútbol.

–Porque vos querés.

–Pero no sabía que iba a llegar a esta situación… –¿Situación? ¿Cuál “situación”? –La de estar estresado por el comienzo de clases. ¿Y el agua, ma?

–Acá está. Vení, acostate que te hago unos mimos y se te pasa todo. ¿Sabías que ya comenzamos a comprar tus útiles? Mochila, ya tenés; delantal, también; ropa de fútbol hay que buscar (porque creciste y todo te queda chico); faltan los libros de Inglés; mañana, ir al oftalmólog­o, y pasado, al odontólogo. Queda la cuota extra de la cooperador­a y el viernes armamos el grupo de WhatsApp de padres. Ay, Maxi, me duele la cabeza…correte, así me acuesto al lado tuyo. Estoy débil, ¿será la presión? ¿Te quedó agua? ¿Cómo llegamos a esta situación?

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Frente a frente. El diálogo madre-hijo antes de las clases.

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