La Voz del Interior

Córdoba ya no volvería a ser la misma

- Alejandro Mareco Análisis amareco@lavozdelin­terior.com.ar

La Córdoba que encontró Luciano Benjamín Menéndez en septiembre de 1975 estaba atravesada de convulsion­es, las habituales de la hora de aquel ardoroso tiempo histórico y político, y otras muy particular­es. Había retorcimie­ntos especiales, como que, un año y medio antes, el jefe de la Policía de la Provincia, Antonio Navarro, había derrocado al gobernador constituci­onal, Ricardo Obregón Cano.

Pero, entre tanta espesura caliente, había un rencor pesado que había quedado agazapado, rumiando conviccion­es violentas y extremas, a la espera de la oportunida­d del próximo zarpazo.

“Confundida entre la múltiple masa de valores morales que es Córdoba, por definición, se anida una venenosa serpiente cuya cabeza quizá Dios me depare el honor histórico de cortar de un solo tajo”.

Esas recordadas palabras fueron pronunciad­as en 1971 por José Camilo Uriburu, intervento­r de la Provincia en aquellos días de la dictadura que se tituló a sí misma “Revolución Argentina”, y que se había iniciado en 1966 al comando de Juan Carlos Onganía.

Quedaba así expuesta la herida que había dejado en las Fuerzas Armadas y en los poderes que las asistían aquella gran reacción popular llamada “Cordobazo”.

Esta sociedad había protagoniz­ado el punto más alto de la resistenci­a política, la piedra en el zapato de las ansias de perpetuida­d de Onganía. Y el efecto de las jornadas que se iniciaron el 29 de mayo de 1961 no terminaría con su caída, sino que abriría la puerta a la demanda popular que pedía el regreso de Juan Perón.

Uriburu, que no era militar sino político conservado­r, había dicho más: “Nadie ignora que la siniestra organizaci­ón antiargent­ina que dirige a los que quieren dirigir a la contrarrev­olución ha elegido a Córdoba, epicentro nacional para su cobarde y traicioner­a maniobra”.

Pero en Córdoba a las serpientes se les dice víboras. Y el 15 de marzo de 1971, una nueva reacción popular protagoniz­ada por obreros y estudiante­s produjo otro de los grandes episodios de la resistenci­a de las multitudes, llamado “Viborazo”. Aquel discurso había venido a remover las brasas aún encendidas del Cordobazo. Pero el rencor quedó tendido.

Córdoba bajo saña

“Los visitantes de la noche han regresado. Los que se conducen en automóvile­s sin patente, los que portan ametrallad­oras, los que dicen ser policías. Los que se llevan a hombres y mujeres hacia un destino conocido que puede ser la muerte. La anécdota siempre es la misma: llegan y se van sin dejar rastro, dejando criaturas abandonada­s, padres o hermanos angustiado­s, que al despuntar el alba deambulará­n por las comisarías con la esperanza de encontrar con vida a sus seres queridos. En Córdoba se ha creado una nueva institució­n: el secuestro nocturno”. Estas palabras, escritas en la edición del 9 de enero de 1976 de LaVoz, estaban impregnada­s por la zozobra común que provocaron tres estremeced­oras noches violentas que reafirmaro­n lo que vendría. Fue un “fulmíneo operativo”, según el propio Héctor Vergez, señalado como el jefe del Comando Libertador­es de América, la versión local de la Triple A.

Aquella exhibición de fuerza exenta de responsabi­lidad, de humillació­n de la condición humana, hecha en vigencia de las institucio­nes de la Constituci­ón aun con las dificultad­es del momento, vino a confirmar que el Estado como terror ya estaba en las calles. La advertenci­a no sólo fue para los militantes revolucion­arios, políticos, sociales o sindicales: fue para toda la sociedad.

Entonces, Menéndez ya era el comandante de la represión en Córdoba y sus alrededore­s: las fuerzas de seguridad operaban con el mando del jefe del Tercer Cuerpo del Ejército.

La más sangrienta de las dictaduras de la historia argentina, la que espantó al mundo entero, asumiría un ensañamien­to especial con esta provincia, en especial con la Capital.

Desde la gran conmoción industrial de mediados del siglo 20, la ciudad se había convertido en un gran centro de reunión de energías proletaria­s de la provincian­ía argentina.

Mientras tanto, la Universida­d Nacional, que durante más de tres siglos había formado a las clases dirigentes del interior, también recibía a hijos de obreros venidos de distintas partes del país, que con las nuevas condicione­s podían aspirar a dar el gran salto de una generación a otra. Esos estudiante­s marcaron la vida y el ánimo de barrios como el Clínicas.

Y mientras una intensa vida cultural se abría camino, la Córdoba de finales de la década de 1960 y comienzos de la de 1970 contenía a los trabajador­es industrial­es mejor pagos. Algunos suelen recordar este aspecto como contradict­orio, aunque sucede que, una vez resueltas las reivindica­ciones elementale­s, el paso que sigue es sumarse a la discusión por las grandes decisiones políticas.

El rencor a esa identidad industrial y el servicio a otros intereses particular­es quedarían patentizad­os en 1980 con el cierre de IME, la fábrica del Rastrojero, que entonces tenía tres mil empleados y una presencia dominante en el mercado de las pick ups diésel. Sin verdad final

El “plan sistemátic­o de eliminació­n de opositores”, según la definición del Tribunal Oral Federal N° 1 de la ciudad de Córdoba, que llevó adelante la megacausa La Perla, llegó aquí a su paroxismo.

La dimensión gigante de aquel juicio sobre los crímenes de lesa humanidad que se cometieron en La Perla y en otros centros de detención indica un grado de intensidad represiva que proporcion­almente fue la mayor de la sangrienta obra.

En los alegatos de aquel proceso de casi cuatro años, culminado el 25 de agosto de 2016, el fiscal Facundo Trotta señaló: “Se trató de la más cruenta, salvaje e inhumana represión ejecutada, con el deliberado objetivo de despolitiz­ar y recluir a la ciudadanía, para ‘normalizar’ un momento histórico percibido como ‘amenazante’ para el orden social, pero que en realidad era amenazante para el factor de poder vigente”.

Córdoba ya no volvería a ser la misma después de que Menéndez le quitó la respiració­n.

No sólo mandó a secuestrar, a torturar, a asesinar y a desaparece­r: fue el brazo que apuntó contra la nueva identidad socioeconó­mica de Córdoba, conteniend­o sus energías productiva­s y sus aspiracion­es humanas y culturales. Dejó, sí, las calles llenas de ausencias y dolores perpetuos. Su orgullo por su condición de soldado no le alcanzó para decir qué hizo con los cuerpos de los supuestos “enemigos abatidos”. Se llevó la verdad escondida en su tenebroso corazón.

MENÉNDEZ NO SÓLO MANDÓ A TORTURAR Y A DESAPARECE­R: APUNTÓ CONTRA LA IDENTIDAD SOCIOECONÓ­MICA DE CÓRDOBA.

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