Las clases de política y moral del general
Lobo entre los lobos del proceso militar, Menéndez también puso énfasis en relacionarse con “las fuerzas vivas” de Córdoba. Consideraba que la victoria sobre las organizaciones guerrilleras debía ser seguida por la derrota cultural de la “subversión”.
Seguramente, con el paso de los años vamos a preferir que la conversación siga girando sobre Leopoldo Lugones, Deodoro Roca, Agustín Tosco y volvamos a remontarnos hasta Jerónimo Luis de Cabrera y otras simplificaciones históricas para conversar sobre quiénes fuimos, quiénes somos los cordobeses: pasajeros que acompañamos el giro del planeta parados en el centro de una circunstancia llamada Argentina.
Pero Luciano Benjamín Menéndez será siempre una mención imborrable en nuestra enciclopedia particular. Será el cuadro que pondremos mirando a la pared cuando entren las visitas, el que nos haga bajar la mirada cuando alguien lo mencione en las conversaciones. Pero es sabido que de nada sirve descolgar los cuadros cuando los recuerdos siguen tatuados en las paredes.
Lobo entre lobos
Duro en la época más dura, Menéndez gobernó sobre 10 provincias argentinas y siete millones de personas desde su oficina cordobesa en el Tercer Cuerpo del Ejército. Estuvo allí cuatro años, de 1975 a 1979. Esa permanencia será siempre una referencia ineludible cuando queramos recordar la profundidad de los abismos que visitamos como sociedad.
Hasta sus últimos días pensó que el peor error que había cometido la dictadura fue no haber ido hasta el hueso, no haber terminado de matar la cantidad suficiente de “subversivos” para llevar adelante su proyecto político.
Ese proyecto implicaba una sociedad tranquila y moralmente cristiana, despojada de las molestias y demagogias del republicanismo, que siguiera los “nuevos” principios económicos neolibera- les y alimentara una visión internacional paranoica, a tono con la doctrina de seguridad nacional tallada durante la Guerra Fría desde un lugar periférico del globo.
Los argentinos derechos y humanos peleábamos en el extremo sur de la Tierra una guerra revolucionaria contra un tentáculo del comunismo que amenazaba con asfixiar al mundo libre.
Entre los lobos del proceso militar comenzado en 1976, Menéndez fue uno de los lobos mayores, aquel al que los documentos reservados de la Embajada de Estados Unidos mencionaban como opuesto a la facción más negociadora de los militares, representada por Jorge Rafael Videla. Esto es, Videla, Emilio Massera, Orlando Agosti y tantos otros nombres ignominiosos de aquellos años mantenían posiciones blandas y negociadoras en comparación con nuestro buen vecino y servidor Menéndez.
Menéndez nunca se permitió el pecado de la duda, la autocrítica jamás anidó en su vocabulario. Su pensamiento era el equivalente a esos santuarios que los biólogos encuentran enterrados bajo centenares de metros de hielo en un rincón antártico: mantenidos sin modificaciones durante el paso de los años, sin interferencias extrañas y siempre iguales a sí mismos.
En los papeles, el general gobernó Córdoba sólo por un día, en septiembre de 1975, cuando el peronista Ítalo Luder, en ejercicio de la presidencia, relevó al interventor Raúl Lacabanne, al que le había bastado un año para cubrir de explosiones, sangre y ausencias las avenidas de la ciudad.
Hombre con una misión
Al día siguiente de su nombramiento, Menéndez fue reemplazado por el interventor Raúl Bercovich Rodríguez, su principal referente dentro del peronismo local.
Menéndez entendía a los grupos guerrilleros como la manifestación más molesta y visible del problema más preocupante: la subversión que había penetrado todas las capas del tejido social y depositado bajo la piel de la provincia un pus que él tenía que eliminar. Por eso no sólo supervisó el armado del campo de concentración La Perla y sus sucursales, no sólo caminó la cuadra donde agonizaban adolescentes de escuela secundaria, militantes de causas sociales y gremialistas, no sólo llevó adelante el Operativo Independencia que barrió los montes de Tucumán.
Además Menéndez entendió que debía dar la lucha en terrenos los prohibidos partidos políticos, el periodismo, los sindicatos, las empresas, los tribunales, las entidades sociales fueron también su campo de batalla.
Mientras referentes como Massera trabajaban para encontrarle una continuidad política al Proceso, Menéndez consideraba que la sociedad argentina, la cordobesa en particular, era un potro al que debía montar muchos años más para decir que estaba domado.
Los sindicalistas Julio Antún y Mauricio Labat, el arzobispo Raúl Primatesta, empresarios como Pío Astori, el jurista y vocal de la Corte Suprema del Proceso Pedro J. Frías, presidentes del Colegio de Abogados, el entonces rector del Manuel Belgrano, Tránsito Rigatuso, todos eran llamados por Menéndez, invitados a visitarlo en su oficina de La Calera, como contó su secretario privado, suboficial Pedro Giamberardino, para la biografía Cachorro (2013), del periodista Camilo Ratti.
Al general le gustaba dar charlas que camuflaban clases estrictas: sentaba a sus invitados en pupitres o teatrinos y él comenzaba a hablar delante del pizarrón.
A veces se acompañaba del recurso pedagógico de fotos de guerrilleros, de Karl Marx, folletos atribuidos a células subversivas, imágenes de cuerpos destrozados por bombas extremistas. Convocaba a los periodistas para explicarles cómo debían hacer su trabajo, cómo no había que hacerle el juego al comunismo, por qué había que quemar los libros que amenazaban la pureza del alma argentina.
Invitaba al exitoso plantel del club Talleres a jugar amistosos contra personal militar en los predios del Tercer Cuerpo. Llamaba para amonestar y dar órdenes inapelables a los jueces y fiscales federales, a varios de los cuales él había apadrinado personalmente para que pudieran acceder a sus importantes cargos.
Charlas con el general
Por supuesto que Menéndez enviaba invitaciones a las que nadie podía negarse. Pero también hay que decir que muchos concurrían a expresar con entusiasmo sus coincidencias con el general que estaba pacificando y ordenando a esta provincia levantisca.
En el futuro, con el cambio en la dirección del viento, algunos explicarían esos encuentros como sufridas gestiones que hacían ante el mandamás militar para pedir por desaparecidos o implorar por la apertura democrática.
Muchos de esos viejos invitados no pudieron superar el síndrome de Estocolmo y, en democracia, llegaron a postular a Menéndez como nuevo salvador de la patria y candidato a cargos electivos.
Quien luego sería el primer gobernador de la nueva democraciviles:
DURO EN LA ÉPOCA MÁS DURA, MENÉNDEZ GOBERNÓ SOBRE 10 PROVINCIAS DESDE SU OFICINA CORDOBESA DEL TERCER CUERPO.