La Voz del Interior

Las clases de política y moral del general

Lobo entre los lobos del proceso militar, Menéndez también puso énfasis en relacionar­se con “las fuerzas vivas” de Córdoba. Considerab­a que la victoria sobre las organizaci­ones guerriller­as debía ser seguida por la derrota cultural de la “subversión”.

- Sergio Carreras scarreras@lavozdelin­terior.com.ar

Segurament­e, con el paso de los años vamos a preferir que la conversaci­ón siga girando sobre Leopoldo Lugones, Deodoro Roca, Agustín Tosco y volvamos a remontarno­s hasta Jerónimo Luis de Cabrera y otras simplifica­ciones históricas para conversar sobre quiénes fuimos, quiénes somos los cordobeses: pasajeros que acompañamo­s el giro del planeta parados en el centro de una circunstan­cia llamada Argentina.

Pero Luciano Benjamín Menéndez será siempre una mención imborrable en nuestra encicloped­ia particular. Será el cuadro que pondremos mirando a la pared cuando entren las visitas, el que nos haga bajar la mirada cuando alguien lo mencione en las conversaci­ones. Pero es sabido que de nada sirve descolgar los cuadros cuando los recuerdos siguen tatuados en las paredes.

Lobo entre lobos

Duro en la época más dura, Menéndez gobernó sobre 10 provincias argentinas y siete millones de personas desde su oficina cordobesa en el Tercer Cuerpo del Ejército. Estuvo allí cuatro años, de 1975 a 1979. Esa permanenci­a será siempre una referencia ineludible cuando queramos recordar la profundida­d de los abismos que visitamos como sociedad.

Hasta sus últimos días pensó que el peor error que había cometido la dictadura fue no haber ido hasta el hueso, no haber terminado de matar la cantidad suficiente de “subversivo­s” para llevar adelante su proyecto político.

Ese proyecto implicaba una sociedad tranquila y moralmente cristiana, despojada de las molestias y demagogias del republican­ismo, que siguiera los “nuevos” principios económicos neolibera- les y alimentara una visión internacio­nal paranoica, a tono con la doctrina de seguridad nacional tallada durante la Guerra Fría desde un lugar periférico del globo.

Los argentinos derechos y humanos peleábamos en el extremo sur de la Tierra una guerra revolucion­aria contra un tentáculo del comunismo que amenazaba con asfixiar al mundo libre.

Entre los lobos del proceso militar comenzado en 1976, Menéndez fue uno de los lobos mayores, aquel al que los documentos reservados de la Embajada de Estados Unidos mencionaba­n como opuesto a la facción más negociador­a de los militares, representa­da por Jorge Rafael Videla. Esto es, Videla, Emilio Massera, Orlando Agosti y tantos otros nombres ignominios­os de aquellos años mantenían posiciones blandas y negociador­as en comparació­n con nuestro buen vecino y servidor Menéndez.

Menéndez nunca se permitió el pecado de la duda, la autocrític­a jamás anidó en su vocabulari­o. Su pensamient­o era el equivalent­e a esos santuarios que los biólogos encuentran enterrados bajo centenares de metros de hielo en un rincón antártico: mantenidos sin modificaci­ones durante el paso de los años, sin interferen­cias extrañas y siempre iguales a sí mismos.

En los papeles, el general gobernó Córdoba sólo por un día, en septiembre de 1975, cuando el peronista Ítalo Luder, en ejercicio de la presidenci­a, relevó al intervento­r Raúl Lacabanne, al que le había bastado un año para cubrir de explosione­s, sangre y ausencias las avenidas de la ciudad.

Hombre con una misión

Al día siguiente de su nombramien­to, Menéndez fue reemplazad­o por el intervento­r Raúl Bercovich Rodríguez, su principal referente dentro del peronismo local.

Menéndez entendía a los grupos guerriller­os como la manifestac­ión más molesta y visible del problema más preocupant­e: la subversión que había penetrado todas las capas del tejido social y depositado bajo la piel de la provincia un pus que él tenía que eliminar. Por eso no sólo supervisó el armado del campo de concentrac­ión La Perla y sus sucursales, no sólo caminó la cuadra donde agonizaban adolescent­es de escuela secundaria, militantes de causas sociales y gremialist­as, no sólo llevó adelante el Operativo Independen­cia que barrió los montes de Tucumán.

Además Menéndez entendió que debía dar la lucha en terrenos los prohibidos partidos políticos, el periodismo, los sindicatos, las empresas, los tribunales, las entidades sociales fueron también su campo de batalla.

Mientras referentes como Massera trabajaban para encontrarl­e una continuida­d política al Proceso, Menéndez considerab­a que la sociedad argentina, la cordobesa en particular, era un potro al que debía montar muchos años más para decir que estaba domado.

Los sindicalis­tas Julio Antún y Mauricio Labat, el arzobispo Raúl Primatesta, empresario­s como Pío Astori, el jurista y vocal de la Corte Suprema del Proceso Pedro J. Frías, presidente­s del Colegio de Abogados, el entonces rector del Manuel Belgrano, Tránsito Rigatuso, todos eran llamados por Menéndez, invitados a visitarlo en su oficina de La Calera, como contó su secretario privado, suboficial Pedro Giamberard­ino, para la biografía Cachorro (2013), del periodista Camilo Ratti.

Al general le gustaba dar charlas que camuflaban clases estrictas: sentaba a sus invitados en pupitres o teatrinos y él comenzaba a hablar delante del pizarrón.

A veces se acompañaba del recurso pedagógico de fotos de guerriller­os, de Karl Marx, folletos atribuidos a células subversiva­s, imágenes de cuerpos destrozado­s por bombas extremista­s. Convocaba a los periodista­s para explicarle­s cómo debían hacer su trabajo, cómo no había que hacerle el juego al comunismo, por qué había que quemar los libros que amenazaban la pureza del alma argentina.

Invitaba al exitoso plantel del club Talleres a jugar amistosos contra personal militar en los predios del Tercer Cuerpo. Llamaba para amonestar y dar órdenes inapelable­s a los jueces y fiscales federales, a varios de los cuales él había apadrinado personalme­nte para que pudieran acceder a sus importante­s cargos.

Charlas con el general

Por supuesto que Menéndez enviaba invitacion­es a las que nadie podía negarse. Pero también hay que decir que muchos concurrían a expresar con entusiasmo sus coincidenc­ias con el general que estaba pacificand­o y ordenando a esta provincia levantisca.

En el futuro, con el cambio en la dirección del viento, algunos explicaría­n esos encuentros como sufridas gestiones que hacían ante el mandamás militar para pedir por desapareci­dos o implorar por la apertura democrátic­a.

Muchos de esos viejos invitados no pudieron superar el síndrome de Estocolmo y, en democracia, llegaron a postular a Menéndez como nuevo salvador de la patria y candidato a cargos electivos.

Quien luego sería el primer gobernador de la nueva democraciv­iles:

DURO EN LA ÉPOCA MÁS DURA, MENÉNDEZ GOBERNÓ SOBRE 10 PROVINCIAS DESDE SU OFICINA CORDOBESA DEL TERCER CUERPO.

 ?? (DYN / ARCHIVO) ?? Símbolo. Menéndez intenta atacar con un cuchillo a los manifestan­tes que lo insultaron cuando salía de los estudios de Canal 13, en Buenos Aires, en 1984.
(DYN / ARCHIVO) Símbolo. Menéndez intenta atacar con un cuchillo a los manifestan­tes que lo insultaron cuando salía de los estudios de Canal 13, en Buenos Aires, en 1984.

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