La Voz del Interior

Los testimonio­s de sus visitas al campo de concentrac­ión

- Ana Mariani Periodista, coautora del libro “La Perla”

Quienes no supimos lo que es padecer hasta la enajenació­n en un campo de concentrac­ión podemos escribir cientos de páginas sobre quién fue el amo del Tercer Cuerpo de Ejército. Hasta podemos describir con lujo de detalles su impasibili­dad, su mirada de hielo, su postura firme, como la de quien todavía cree que es general y tiene a su cargo a miles de subordinad­os.

Lo podemos describir porque lo vimos durante años sentado en el banquillo de los acusados, en los juicios por crímenes de lesa humanidad en los que la Justicia lo obligó a sentarse. Hasta podemos recitar de memoria lo que repetía, con voz de mando, cada vez que hacía uso de su derecho a la palabra.

Pero también están quienes tienen la autoridad moral para decir quién fue Luciano Benjamín Menéndez . Son los que padecieron en su cuerpo y en su psiquis la inhumana e inmoral metodologí­a de quien creyó ser un dios de la vida y de la muerte. Los que fueron marcados para siempre por él y quienes obedeciero­n sus órdenes perversas. A ellos les pertenece hoy la palabra. Son los que están autorizado­s, más que nadie, para decir quién fue el exgeneral que ayer murió.

Graciela Doldan, Ricardo Armando Ruffa y Horacio Álvarez fueron secuestrad­os y llevados al campo de exterminio más grande del interior del país. Eran tres militantes relevantes y permanecie­ron mucho tiempo en La Perla. Hasta que en febrero de 1977 les tocó subir al camión de la muerte.

Piero Di Monte, testigo clave en los juicios por crímenes de lesa humanidad, recordó: “El ‘traslado’ de los tres cuadros fue precedido por una visita al campo de Luciano Benjamín Menéndez y de varios altos mandos del Ejército. Cada vez que el mandamás del Tercer Cuerpo inspeccion­aba La Perla, los oficiales se ponían tensos y obligaban a los prisionero­s a juntar sus mínimas pertenenci­as y a esconderla­s en las duchas”.

“Luego –continuó– les daban baldes y los obligaban a limpiar el galpón. Carlos Vega (otro represor) alineaba las colchoneta­s para que quedaran en perfecta posición y ordenaba a las víctimas que se pusieran las vendas y se acostaran sin emitir sonido. Menéndez quería que el secuestrad­o conservara esa condición y no tuviera acceso a nada que lo aferrara a la vida”.

Según Piero, algunos militares relataron que el mismo Menéndez participó en el fusilamien­to de Doldan, Ruffa y Álvarez.

Todos los prisionero­s sabían que podían ser los próximos en subir al camión. Después de los fusilamien­tos de los tres militantes, Menéndez regresó a La Perla. Ningún prisionero quiso baldear la cuadra. Esa vez se llevaron a Tomás Di Toffino, a Juana Avendaño de Gómez y a Graciela González de Jensen.

En febrero, el camión regresó de manera regular, y en cada oportunida­d se llevó a tres prisionero­s. La orden del aniquilami­ento progresivo en grupos de tres provenía directamen­te de la

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