Fútbol, una foto con el éxito
Menéndez iba a ver a Talleres a su cancha. “El Tigre” Bravo recuerda esos años.
CARECÍA DEL ATRIBUTO ESENCIAL DE UN MILITAR: EL VALOR. POR ELLO SE LLEVA A LA TUMBA SUS ATROCIDADES.
“Nos tuvimos que comer ese garrón”. Humberto Bravo parece resignado a la maliciosa asociación que involucra a Talleres con Luciano Benjamín Menéndez. El militar genocida, hincha confeso de la “T”, era un habitué de los palcos de la Boutique y presumía de su cercanía con un equipo que marcó época.
“Es cierto, iba al vestuario, nos saludaba como a la tropa y nos deseaba suerte. Sabíamos que era un militar de alto rango, pero nosotros lo veíamos como uno más de los tantos que pasaban para salir en una foto con el plantel”, reconoció el goleador del club, que por entonces encabezaba la avanzada federal sobre el unitarismo de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
Hoy, la figura del represor acompaña cientos de foros donde se pretende asociarlo al éxito deportivo que disfrutó el club de barrio Jardín. Su relación fluida con Amadeo Nuccetelli, presidente de Talleres, nunca se ocultó en los “años de plomo”, y exhibieron un grado de familiaridad que hoy el archivo no perdona.
Pero el vínculo de Menéndez con Talleres no fue, al menos de manera comprobada, más allá de un “cholulaje” mutuo.
“Para nosotros era un orgullo que Menéndez, el gobernador (Carlos Chasseing) y el intendente (Héctor Romanutti) nos alentaran. Pasó mucho tiempo hasta que nos enteramos de lo que ellos representaban, y en mi caso hasta me costó admitir que eso había sido cierto”, confiesa Bravo, quien también vivió de cerca las visitas del dictador Jorge Rafael Videla en su época de integrante del seleccionado argentino.
Por gestión de Menéndez, Talleres se presentó a jugar en el Tercer Cuerpo de Ejército contra un combinado militar, una visita que antes ya había realizado Racing de Nueva Italia.
“En cierta forma, el Tercer Cuerpo apoyó a Talleres porque vio con simpatía el movimiento del interior respecto del pedido de igualdad con los equipos de la Capital Federal. No hubo nada escondido, no hubo nada de privilegios. Nos apoyaron por lo que habíamos ganado”, reconoció Nuccetelli en un reportaje con este diario en marzo de 2001.
La cercanía de los militares con sus preferencias deportivas era moneda corriente. Cristino Nicolaides, general de brigada en Campo de Mayo y condenado en 2007 a
25 años de prisión, rivalizaba con Menéndez como simpatizante de Belgrano, con cuyos dirigentes solía mostrarse en numerosas oportunidades.
Un comodoro, Ángel Gutiez, eligió Instituto y lo presidió desde
1975 hasta 1989, previa renuncia a su cargo en las Fuerzas Armadas. A diferencia de los anteriores, no tuvo causas judiciales.
A nivel nacional, River presumió en 1978 de otorgarles carné de socios honoríficos a Videla, a Emilio Massera y a Orlando Agosti. Algo similar hicieron Argentinos Juniors con Carlos Suárez Mason, y Colón de Santa Fe con Roberto Viola, a quien le pidieron que anulara el descenso de 1981.
En una época en que el mesianismo procesista se creía con derecho a cualquier aberración, la manipulación deportiva pudo ser un trámite menor. Seguramente alguna “mano negra” y traviesa forzó la historia en algún punto. Quien se animó a hacer desaparecer a personas de la faz de la tierra no tendría demasiado prurito en imponer un resultado o una reglamentación.
Sin embargo, a 40 años del accionar del proceso militar, las pruebas sólo aparecieron por sus crímenes de lesa humanidad. Lo deportivo tiene más visos de mito que de realidad.