La Voz del Interior

Amo y señor

- Esteban Dómina Historiado­r

Luciano Benjamín Menéndez fue comandante del Tercer Cuerpo de Ejército entre septiembre de 1975 y septiembre de 1979. Durante todo ese tiempo, “el Cachorro” tuvo a Córdoba a sus pies, incluidos los principale­s agentes económicos, y su influencia se extendió muchos años más.

Era una figura omnipresen­te. Estaba informado de todo lo que pasaba, aunque, según afirman los memoriosos, no se metía demasiado en los asuntos de gobierno, al menos no de manera pública. Estaba concentrad­o en dirigir la represión ilegal,

solapadame­nte hasta marzo de

1976, abiertamen­te después.

En ese período, Córdoba tuvo tres gobernador­es y otros tantos gabinetes: Raúl Bercovich Rodríguez, hasta el 24 de marzo de

1976; Carlos Bernardo Chasseing, y Adolfo Sigwald.

El ministro de Economía de la Nación era José Alfredo Martínez de Hoz, quien contaba con el apoyo incondicio­nal del presidente Jorge Rafael Videla y de los mandos del Ejército. Si Menéndez no compartía la política económica ultraliber­al del entonces superminis­tro, no lo manifestó.

Era un acérrimo antimarxis­ta y aborrecía el activismo sindical, de modo que, por ese lado, el libreto oficial no debió hacerle ruido. Las diferencia­s internas iban por otro carril, tenían más que ver con sus reclamos de mano dura con el enemigo, al que veía en todas partes. El general Chasseing se reportaba con Menéndez; su tiempo político coincidió con el

del comandante del Tercer Cuerpo. El empresaria­do cordobés acató el nuevo orden, en tanto que las multinacio­nales colaboraro­n de manera activa en la purga de “elementos indeseable­s” del mundo laboral. Desde la comandanci­a, Menéndez mantenía fluidos vínculos con el establishm­ent local, al que conocía muy bien y al que solía escuchar.

Muchos connotados personajes de ese tiempo contaban con su paraguas y su influencia para abrir puertas, aunque jamás lo admitirían en público, mucho menos después de que cayó en desgracia.

En el país, eran los tiempos de la “plata dulce”, la tablita y la apertura indiscrimi­nada de la economía. Muchas empresas cordobesas sufrieron las consecuenc­ias y otras tantas quedaron en el camino. Sin embargo, se escuchaban otras voces. Fue por esos días, el 6 de julio de 1977, cuando un grupo de empresario­s

cordobeses constituye­ron la Fundación Mediterrán­ea, un foro diseñado para repensar el país y su economía desde una óptica federal, opuesta a la visión hegemónica del sector financiero que iba en desmedro de los sectores productivo­s.

A comienzos de 1979, el reparto de recursos fiscales entre Nación y provincia derivó en un fuerte entredicho con el gobierno nacional, del que Chasseing salió perdidoso y por lo cual debió renunciar. A Menéndez no le iría mejor: en septiembre de ese año encabezó un amotinamie­nto que no encontró eco en el seno del Ejército, lo que ocasionó su pase a retiro y ulterior prisión. El trasfondo del pleito no giró alrededor de la política económica, sino en torno a la supuesta blandura que el militar les endilgaba a los mandos superiores del arma. Él se veía a sí mismo como un cruzado y no toleraba matices al respecto.

Sigwald gobernó la provincia hasta enero de 1982, cuando fue relevado por Rubén Pellanda. En esa etapa terminal del llamado “Proceso”, Menéndez, desde el llano, seguía de cerca todo lo que pasaba, y continuaba cultivando sus contactos de siempre en el mundo empresaria­l y político, aun después de 1983. Una de sus tertulias favoritas era en la peña El Ombú, de la que era asiduo concurrent­e.

Segurament­e, entre los secretos que el genocida se llevó a la tumba, debió de haber informació­n acerca de la complicida­d empresaria­l durante la época, de entuertos, negociados y maniobras extorsivas contra determinad­as empresas, como el caso de la firma Mackentor, cuyos directivos fueron secuestrad­os en abril de 1977, sometidos a torturas y, posteriorm­ente, despojados de la empresa.

Lamentable­mente, tampoco de eso se sabe demasiado.

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