Una adolescente que lucha por abrir sus alas
“Lady Bird” es una de las candidatas al Oscar. Es el debut autoral de Greta Gerwig. Saorsie Ronan se luce como una joven inconformista que finaliza el secundario.
En la semana previa a la entrega de los premios Oscar, la cartelera recibe a Lady Bird, que cuenta con cinco nominaciones destacadas. El debut de Greta Gerwig –actriz del cine independiente que dio el salto al reconocimiento como coguionista de su pareja Noah Baumbach en Frances Ha y Mistress America y ahora se prueba en el banquillo de directora– cuenta el coming of age de una adolescente autollamada “Lady Bird” (Saorsie Ronan) en la estrecha urbe religiosa de Sacramento.
La película sigue así el día a día de Christine “Lady Bird” McPherson en su último año de secundaria y en sintonía con todos los problemas asociados a su edad, desde las audiciones para un musical hasta las dificultades de la cotidianeidad familiar y la complicada relación con su madre (Laurie Metcalf). Tanto Ronan como Metcalf están nominadas a la estatuilla de la Academia, la primera por mejor actriz y la segunda por mejor actriz de reparto, mientras que la candidatura a mejor dirección de Gerwig es la quinta recibida por una mujer en toda la historia de los premios (la única en ganarlo fue Kathryn Bigelow, por Vivir al límite). Lady Bird, finalmente, está asimismo nominada a mejor película y mejor guion original.
A pesar de ostentar un arco narrativo de apariencia sencilla, la película transciende la existencia individual para adentrarse en el terreno de las dificultades de clase media, así como en la confusión de un país sacudido por los atentados del 11-S. En ese sentido, es relevante que la historia se sitúe en 2002 – “Un año que sólo es emocionante por ser capicúa”, como dice Lady Bird en el filme–, poco después de los atentados del World Trade Center y del comienzo de la invasión de Afganistán, así como también de la erosión de la clase media y la irrupción de internet. En el centro de la historia se encuentra la relación madre-hija, eterno dilema lleno de contradicciones y emociones hiperbólicas que se exacerba aún más por la tensión de vivir el último año de secundaria, que suele ser el último en casa de los padres.