La Voz del Interior

Argentina, deuda pendiente

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Que después de cinco años Francisco no haya podido regresar a su país es más que una decisión estratégic­a, el síntoma de un problema serio para el papado.

El pontificad­o de Jorge Bergoglio comenzó con un episodio que marcaría a fuego su relación con Argentina. Desde ningún rincón del mundo surgieron objeciones a su elección. En Argentina, el gobierno kirchneris­ta y las organizaci­ones de derechos humanos lo acusaron de haber colaborado con la dictadura militar que perpetró en el país una serie innumerabl­e de delitos aberrantes.

Cuando advirtió que caminaba a contramano del mundo, la expresiden­ta Cristina Fernández giró y el Vaticano abrió sus puertas a cuanto representa­nte del antiguo oficialism­o quisiera blanquear su imagen en el atuendo níveo del jefe de la Iglesia.

Bergoglio, que como obispo había sido un duro objetor del kirchneris­mo, se reconcilió con sus principale­s referencia­s políticas.

El triunfo de Mauricio Macri no le agradó. Comenzó a desgranar señales y a multiplica­r vocerías para dejar claro sus diferencia­s ideológica­s con el nuevo gobierno.

Atenazado entre sus posiciones políticas afines al populismo y el voto de los argentinos que eligieron un gobierno liberal, el Papa quedó en una posición incómoda.

Cedió casi hasta el límite el privilegio de elevarse por encima de las diferencia­s y operar como factor de unidad.

Aunque esas preferenci­as partidaria­s las ha negado el Vaticano tantas veces como fuese necesario, en noviembre pasado el teólogo brasileño Leonardo Boff las sinceró con la candidez de un vecino distraído y ajeno al conflicto.

“El Papa mismo le dijo a Dilma (Rousseff): ‘Tú sabes que yo soy peronista’”, declaró Boff a la televisión mejicana. Aclaró que las relaciones de Bergoglio con el kirchneris­mo nunca fueron un remanso de paz.

Boff fue uno de los impulsores de la teología de la liberación y su ensayo crítico sobre las relaciones de la Iglesia y el poder motivó un proceso inquisitor­ial que condujo –antes de ser papa– Joseph Ratzinger. Fue condenado al silencio y vivió la elección de Bergoglio como una suerte de reivindica­ción de su audacia doctrinal.

En su reciente visita a Chile, la distancia entre Francisco y la Argentina resultó tan evidente que la admitieron incluso en el seno de la Iglesia.

“Es doloroso que pase por arriba nuestro y aterrice en otro lado”, dijo el vocero de la Conferenci­a Episcopal, Jorge Oesterheld.

La tensión con el Gobierno nacional, lejos de atenuarse, va en ascenso.

El presidente Mauricio Macri promovió el debate parlamenta­rio de la despenaliz­ación del aborto. Un artículo de fe innegociab­le para la Iglesia.

Aunque Macri; la vicepresid­enta Gabriela Michetti; la gobernador­a María Eugenia Vidal; el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y la principal espada parlamenta­ria del oficialism­o, Elisa Carrió, se pronunciar­on en contra del aborto, lo cierto es que el gobierno se animó a romper el pacto que existía entre Cristina y el Vaticano para eludir el tema.

Que esta cuestión se debata en el país natal del papa es una turbulenci­a adicional para Francisco. Y un desafío para que exhiba hasta qué punto su programa reformista incluye también el respeto a la laicidad del Estado.

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(AP) Encuentros. El papa Francisco junto a Estela de Carlotto, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo.
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