La Voz del Interior

Los creyentes de las parroquias del interior, dolidos pero con fe

- Gustavo Di Palma Especial

“Cuando Jorge Bergoglio fue elegido papa, se notó furor entre la gente, muchos que se habían alejado volvieron con una mirada diferente de la Iglesia”, asegura Roberto Arangue, quien desde 1998 es estrecho colaborado­r en la parroquia de la ciudad de Río Segundo, ubicada a 37 kilómetros al sur de la capital cordobesa.

Tras cinco años de pontificad­o de Francisco, este ferviente católico advierte que en las comunidade­s del interior ese entusiasmo inicial se ha debilitado.

Entre los fieles no fue bien visto que el Papa eludiera visitar el país en sus recientes viajes a la región. “Mucha gente está dolida porque Francisco aún no vino a la Argentina, los creyentes no entienden el argumento de las cuestiones de agenda”, afirma Roberto, cuya opinión coincide con la mirada que, reservadam­ente, expresan distintos sacerdotes del interior.

Si bien los fieles más cercanos a la Iglesia interpreta­n que el Papa está en deuda con ellos, su fervor religioso se mantiene intacto. Aunque no rechazan el rol político del clero, los tranquiliz­aría que Francisco evitara entrar de lleno en ese terreno.

A diferencia de las críticas enfáticas hacia el Pontífice lanzadas por los católicos no practicant­es, los miembros de grupos allegados a la actividad parroquial se muestran cuidadosos en sus cuestionam­ientos. “Algunos sectores de la feligresía más próximos a la Iglesia, como catequista­s o movimiento­s pastorales evangeliza­dores, no están satisfecho­s con algunas actitudes, pero eso no los afecta en su fe”, dice un experiment­ado sacerdote que lleva casi 40 años al frente de la misma parroquia y reconoce a cada vecino con los ojos cerrados. De paso, admite que la gente ya no se confiesa como antes.

El sentimient­o entre las bases de la Iglesia Católica puede traducirse de la siguiente manera: lo que decae no es la fe, sino la devoción hacia la imagen de la autoridad encarnada por Bergoglio. En el interior profundo, las fuertes conviccion­es religiosas actúan como un manto protector para la Iglesia, hecho que le permite soportar con más solidez la onda expansiva de las polémicas papales.

Uno de los sacerdotes consultado­s ensaya la siguiente explicació­n: “En una gran ciudad no hay sentido de comunidad, mientras en los pueblos y pequeñas ciudades la gente deja de ser un número y se mantiene la esencia de la persona”. No menos importante es la casi nula presencia en el interior de los movimiento­s que impugnan fuertement­e el rol de la Iglesia en la sociedad, como por ejemplo los grupos urbanos anticleric­ales o que militan en favor de la legalizaci­ón del aborto.

Las celebracio­nes en honor a los santos y vírgenes patronos de cada pueblo constituye­n otro dato revelador de que, ajena a la “grieta” que atraviesa cada debate sobre el Papa en los grandes medios, la gran mayoría de fieles siente que, al menos una vez al año, tiene que expresar su adhesión masiva al culto católico.

Las movilizaci­ones que generan la Virgen de Lourdes en Alta Gracia y el cura Brochero en Traslasier­ra son ejemplos emblemátic­os del potencial que conserva la Iglesia más allá de sus habituales incondicio­nales.

Para un joven sacerdote que tuvo sus primeras experienci­as en una barriada postergada del sudoeste de la ciudad de Córdoba y ahora conduce una parroquia del interior cordobés, “la problemáti­ca política del Papa en realidad está más instalada en la clase media”. Desde su punto de vista, “los pobres dan más importanci­a a la experienci­a testimonia­l de la Iglesia como comunidad de fe, por eso hay más creyentes y casi no existe el ateísmo en sectores cuyas problemáti­cas cotidianas pasan exclusivam­ente por alimentaci­ón, por salud y por dignidad”.

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Cerca y lejos. En sus cinco años de papado, Francisco hizo dos viajes a Sudamérica, pero no vino a la Argentina.

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