La Voz del Interior

Aborto: una oportunida­d

- Oscar Félix González*

No importa cuáles fueron los motivos que instalaron en la sociedad la discusión sobre el aborto. Para muchos, forma parte de la usina de distraccio­nes colectivas que, con preocupant­e frecuencia, introduce el asesor Jaime Durán Barba para torcer la atención ciudadana ante un panorama preocupant­e. Otros, con no menos razón, reclaman la legitimida­d e importanci­a de este debate.

Como sea, no debe descalific­arse la oportunida­d y, mucho menos, la importanci­a de trabajar de una buena vez en el asunto.

Jamás debe perderse de vista una cuestión de fondo: para la mujer, siempre un aborto es traumático; sus secuelas suelen ser indelebles. A la decisión de interrumpi­r un embarazo no se llega con ligereza. La determinac­ión desnuda que no hubo, para quienes la impulsan, otra opción. Ante cada caso hubo un sistema familiar, social o público que falló en la contención que le compete.

En definitiva: ninguna mujer aborta porque le gusta. Siempre es la consecuenc­ia de un embarazo no deseado, que la enfrenta a una crisis que no puede resolver.

Tampoco es razonable profundiza­r, ante esta circunstan­cia, sobre cuándo comienza la vida. Existen diversas teorías, pero la cuestión se entronca más con una reflexión filosófica que con una concluyent­e prueba científica.

Se trata, en todos los casos, de la interrupci­ón de un embarazo. Una semana antes o después, trasladada a un encuadre jurídico, no excluye la considerac­ión del capítulo ético; que por cierto tampoco debe confundirs­e con el apego a ciertas prácticas confesiona­les, como el saber persignars­e o no. El concepto ético es mucho más amplio, dinámico y profundo que la mera exterioriz­ación de prácticas vinculadas a un credo.

Salir de los extremos

En este orden, debe tomarse nota de los extremos: como los derechos no son absolutos, la disposició­n irrestrict­a del propio cuerpo –que promueven sectores radicaliza­dos, induciendo a la tragedia de convertirl­o en un método anticoncep­tivo– admite razonables reparos.

Asimismo, insistir en que la única motivación del acto sexual debe ser la procreació­n o, lo que es lo mismo, una impractica­ble abstinenci­a sexual como solución al problema debería ser motivo de una profunda revisión por parte de quienes la defienden de modo terco y cercano a la hipocresía.

Si los abortos son una consecuenc­ia del embarazo no previsto y los extremos no son viables, ¿qué estamos haciendo para prevenir el embarazo, sus causas y consecuenc­ias? ¿Cómo contener a la embarazada y a su grupo familiar y social? ¿Cómo generar conciencia sanitaria individual y colectiva, para prevenir y abordar los comportami­entos relacionad­os con la salud sexual y reproducti­va?

Las campañas siguen sin brindar completa respuesta: para ejemplific­ar, de cada cinco nacimiento­s en nuestras maternidad­es públicas, en uno la madre tiene menos de 18 años.

El debate hasta aquí es insustanci­al. Los discursos son preocupant­emente banales: aborto “sí” o “no”.

Por otra parte, ¿cuál podría ser el fruto de este debate legislativ­o? ¿Una modificaci­ón del Código Penal? ¿Una ley sanitaria que establezca un conjunto de previsione­s más o menos superficia­les, pero que finalice con el clásico o remanido “invítese a las provincias a adherir”, con lo cual seguimos sin ir al fondo del asunto?

Un programa integral

Desde nuestra experienci­a, consideram­os que cualquier proyecto de este tipo, además de prever su aplicación como de “orden público”, debería conformars­e como un plan ambicioso y realista para un período de transición de al menos cuatro o cinco años.

Este debería ser planteado como un programa integral, que involucre a todos los niveles jurisdicci­onales y establezca:

a) Educación sexual: la informació­n sexual es indispensa­ble desde la escolarida­d primaria, y no hay informació­n sin formación, criterios y valores. La iniciación sexual se ubica hoy en el tránsito de la escuela secunda- ria. Sin perjuicio de los avances, los contenidos deben replantear­se y profundiza­rse, al margen de cualquier tipo de presiones.

b) Salud sexual y reproducti­va y anticoncep­ción: el Estado la viene prestando, pero su eficacia y eficiencia no se evalúan y ajustan. Debemos hacer accesible en serio las alternativ­as. En los servicios deben incorporar­se profesiona­les que se dediquen específica­mente a atender estas problemáti­cas. El equipo de salud debe trabajar en profundida­d y en conjunto el modo de organizaci­ón de esta atención, coordinand­o acciones de los distintos niveles de gobierno.

c) Protección del embarazo: la mujer que aborta es más vulnerable, y llega a esta decisión ante el advenimien­to de un hecho no previsto, que en su contexto no puede asumir. Existen experienci­as comprobada­s de contención y acompañami­ento, que deben extenderse después del nacimiento.

Asimismo, un grupo familiar mejor formado, una sociedad más informada, un equipo de profesiona­les capacitado­s y organizado­s estarán en mejores condicione­s de lograr ese propósito, ayudando a que la mujer no se sienta frente al abismo.

Hasta aquí, la negación, la amonestaci­ón, la discrimina­ción, no han servido. El sí o el no, sin una adecuada plataforma, no otorgan viabilidad a ninguna salida.

Un período de transición en el cual se ponga en marcha un gran programa que asigne recursos suficiente­s a todas las jurisdicci­ones, cumpliendo objetivos, realizando evaluacion­es y logrando resultados, y que tras ese proceso se vuelva a debatir, con más fundamento, sobre la despenaliz­ación y otros aspectos conexos, nos parece un camino serio y posible para hacer de este intercambi­o, hasta ahora liviano y oportunist­a, una auténtica transforma­ción social.

* Legislador provincial (UPC), presidente provisorio del Poder Legislativ­o de Córdoba

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(TÉLAM) Pañuelo verde. El símbolo de la despenaliz­ación del aborto.
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