La Voz del Interior

¿Es legítimo y razonable regular todo?

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

Las normas de convivenci­a en las escuelas secundaria­s están reguladas por acuerdos escolares que comenzaron a debatirse –e implementa­rse– hace ya casi ocho años. En sus inicios, y aún hoy, la intención era involucrar a toda la comunidad educativa (desde el director hasta los padres) en la discusión sobre las reglamenta­ciones internas de los colegios, bajo la premisa de que la convivenci­a democrátic­a es una condición imprescind­ible para el aprendizaj­e.

El debate para definir dichas normas obliga a los adultos a involucrar­se para sostener lo acordado, aunque en la práctica no siempre es fácil. La mayor dificultad es consensuar reglas que respeten la autoridad de los mayores pero, a la vez, observen los modos de hacer y de vivir de los adolescent­es.

Los acuerdos escolares de convivenci­a (AEC) se plasman en un documento que debe ser aprobado por las autoridade­s ministeria­les y tiene una vigencia de dos o tres años, momento en que hay que revisarlo. Las normas, naturalmen­te, no pueden contradeci­r las leyes de educación y, además, las familias deben ser notificada­s y dar su consentimi­ento.

¿Cuál es el ámbito específico de la convivenci­a? ¿Sobre qué cuestiones es legítimo y razonable regular y sobre qué no? En principio, lo que se intenta regular son las relaciones entre las personas, el cuidado de lo que es de todos y de uno mismo, con la idea de la construcci­ón colectiva de la vida en común.

En este sentido, ¿generan problemas de convivenci­a el color o el corte del cabello, la portación de un piercing, un tatuaje, la orientació­n sexual u otros aspectos vinculados a la identidad de la persona? Claramente, no.

El problema de estas normas, como en toda ley, es qué interpreta­ción se les otorga. Puede ocurrir que la tipificaci­ón de la reglamenta­ción sea correcta y consensuad­a, pero su aplicación viole la normativa.

En otras palabras, los AEC describen tipos de conductas deseadas o no admitidas, pero no lo prescriben todo ni detallan casuística­s que pueden perder actualidad. Tampoco son un “manual de penitencia­s” que prevé qué sanción correspond­e a cada transgresi­ón.

Parece, entonces, que es necesario afinar las “interpreta­ciones”, aggionarse a los tiempos que corren, conocer y respetar a los adolescent­es de hoy. Sólo de esa manera las leyes que se gestaron por consenso seguirán gozando del respeto que adquiriero­n cuando se las vio nacer.

EL PROBLEMA DE ESTAS NORMAS, COMO EN TODA LEY, ES QUÉ INTERPRETA­CIÓN SE LES OTORGA.

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