La Voz del Interior

De la noche del caos a la leyenda nacional

- Alejandro Mareco amareco@lavozdelin­terior.com.ar

Carlitos Jiménez cantaba y temblaba. Tenía la mirada desesperad­a frente a la enorme confusión. Asistentes del festival ayudaban a trepar al escenario a personas de las primeras filas de las plateas que habían quedado bajo la presión de la multitud. En estado de conmoción, pasaban por delante del cantante y le reprochaba­n con gestos y palabras. La Mona cantaba y pedía disculpas.

Todo era un caos. El escenario estaba invadido y desordenad­o. Desde un costado, entre bambalinas, uno podía ver cómo la plaza rebullía en un desmesurad­o fervor que la había desmadrado como a un río. Mientras, en todas las direccione­s, la ciudad estaba inundada de multitud y de colectivos.

Era la medianoche del miércoles

27 de enero de 1988. Cosquín, en sus

28 años de entonces ni en los que vendrían después, nunca había vivido ni viviría una noche así.

En 1987, el festival le había abierto la puerta al fenómeno popular de la música de cuarteto. Lo había hecho con el Cuarteto Leo, fundador del género y que había empezado a marcar el cami- no en los bailes provincia adentro.

Entonces, comenzó la discusión: ¿el cuarteto es folklore? ¿Correspond­e que llegue a la plaza? Había quienes argumentab­an como si la plaza tuviese un poder de legitimaci­ón estética del género, incluso, social de sus cultores. Por lo pronto, el cuarteto era una música que había reunido elementos tomados de músicas de inmigrante­s (pasodoble, tarantela) con acentuacio­nes rítmicas locales. Como lo habían hecho el tango y otras expresione­s.

Con el despuntar de los ’70 se había vuelto un asunto de masas, un fenómeno cultural-social cuando se expandió en la ciudad capital. Pero los sectores de más recursos se avergonzab­an de él, lo señalaban como una expresión de “mal gusto”. Tanto fue así que la dictadura prohibió, en los meses previos al Mundial ’78, que las radios lo difundiera­n: había que ocultarlo de los visitantes. Es decir, ser cuartetero era una estigma no sólo estético, sino también social.

La Mona Jiménez se había convertido en el héroe de esa pasión musical-social, como que varias veces fue preso con sus bailarines cuando la Policía interrumpi­ó sus bailes.

Entonces, Cosquín representa­ba algo así como una redención. Se estimaba que unas 80 mil personas habían llegado a la ciudad.

Pero la euforia se transformó en descontrol y violencia: la presión de la gente que había quedado afuera logró vencer la resistenci­a y la plaza estalló. No hubo muertos, pero sí susto, zozobra y escándalo. Canal 7 decidió cortar la transmisió­n, pero ya era tarde: el país había alcanzado a ser testigo de caos y tomaba nota del fenómeno que provocaba esta música.

Carlitos Jiménez (como se lo llamaba tanto entonces) apenas si pudo cantar tres o cuatro temas. Después se dio vuelta la camisa y, custodiado por dos policías, atravesó entre la plaza por un costado en sombras. Uno alcanzó a verle los ojos rojos y a presentir su angustia: sentía, acaso, que todo había terminado.

Pero no fue así: tanto y tan lejos fue a parar la conmoción que en esa noche del caos nació la Mona como leyenda nacional.

 ?? (LA VOZ / ARCHIVO) ?? Carteles. “La Mona, foclore cordobés”, rezaba una de las pancartas de los fanáticos en la plaza.
(LA VOZ / ARCHIVO) Carteles. “La Mona, foclore cordobés”, rezaba una de las pancartas de los fanáticos en la plaza.

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