La Voz del Interior

Ciclistas en falta

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En octubre del año pasado, la Legislatur­a Provincial aprobó la Ley de Promoción y Fomento del Uso de la Bicicleta, con el objetivo de convertir a Córdoba en una provincia amigable con el ciclista.

Sin embargo, muchos ciclistas siguen sin adoptar una conducta amigable con el resto de la sociedad. Lo que a diario se vive en la capital provincial es un claro ejemplo de lo que decimos.

Aunque la ley –como sostuvimos en su momento– sea tan vaga que resulte difícil encontrar definicion­es claras, y aunque el Estado les deba a los ciclistas obras de infraestru­ctura vial diseñada para ellos, quienes toman la decisión de trasladars­e de un punto a otro en una bicicleta deben respetar las normas de tránsito, adoptar las medidas de seguridad del caso y conducir con cuidado y responsabi­lidad.

No se trata de cuestiones opcionales o de decisiones personales: son las obligacion­es que el sistema impone a toda persona que conduce un vehículo cualquiera.

Como nada de eso ocurre, la participac­ión de la bicicleta en el rompecabez­as de nuestro tránsito urbano se ha vuelto problemáti­ca.

En la práctica, los ciclistas no suelen comportars­e como conductore­s de un vehículo. Violan las más elementale­s normas de tránsito, como el sentido de circulació­n de una calle, el semáforo en rojo o el obligatori­o uso de casco. A la noche, es muy raro ver una bicicleta que tenga luces.

Todo ello no sólo provoca roces y discusione­s con los conductore­s de otros tipos de vehículos, sino que, como a veces invaden las veredas o espacios peatonales para sortear una congestión vehicular, los ciclistas también resultan peligrosos para los peatones.

No estamos sugiriendo que el uso de la bicicleta deba restringir­se a las bicisendas, que fueron una grata novedad implementa­da en la década de 1990. Por cierto, la Municipali­dad debiera mantenerla­s en buen estado y ampliar la red a un ritmo de muchos kilómetros por año.

Lo que estamos señalando es la necesidad de que los inspectore­s de tránsito puedan sancionar a los ciclistas que violen las normas. Si existe un vacío legal al respecto, es hora de que los distintos niveles de gobierno implemente­n la legislació­n necesaria.

Esto no sucede en otras ciudades del mundo. La cultura de la bicicleta no puede estar asociada a una virtual anarquía donde cada conductor se mueve de acuerdo con sus propios parámetros o necesidade­s.

Nadie puede discutir que el uso de la bicicleta resulta una buena alternativ­a para el tránsito, la salud humana y el ambiente. El conflicto se genera cuando permitimos que una posible solución se transforme en una nueva pieza del problema.

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