La Voz del Interior

El Champaquí ahora está conectado con el mundo

Desde la semana que pasó, la escuela rural Florentino Ameghino tiene conexión satelital gracias a un programa de Arsat. Los cuatro alumnos y tres docentes que viven allí estaban incomunica­dos, a tres horas en mula de distancia desde el acceso vehicular m

- Andrés Blanco ablanco@lavozdelin­terior.com.ar

Desde el patio de la escuela, donde cada mañana a las 9 los chicos izan la Bandera argentina, el paisaje resplandec­e gracias a un sol que ilumina cada rincón de la montaña. El cerro Champaquí y un valle verde de fondo son el marco que tienen los pequeños mientras encestan una pelota en un aro de básquet en el recreo.

A esta escuela albergue asisten cuatro chicos de entre 5 y 11 años, y allí conviven con los docentes durante 10 días, para luego volver a descansar a sus hogares durante cinco días. Esta crónica necesitó una comunicaci­ón por WhatsApp con el maestro Esteban. Pero en la zona no hay cobertura de señal de celular. Están en el medio de la nada. Pero, desde la semana pasada, la escuela rural en la que enseña está conectada a internet vía satélite.

La conexión es posible allí gracias a una antena satelital que los técnicos de Arsat tuvieron que cargar atada a una mula, subiendo y bajando la montaña varias veces y cruzando el río Tabaquillo unas cuatro o cinco.

La escuela se abastece de energía eléctrica gracias a unos paneles solares que generan lo necesario. Así, en el medio de la nada, los chicos van a poder acceder a conectivid­ad.

Los niños que estudian en la escuela más alta de Córdoba, la Florentino Ameghino, a dos horas de caminata de la cima del Champaquí, viven en un mundo aislado. Casi no tienen contacto con la ciudad. Mariano y Leo juegan al arco y flecha con unas ramas que cortaron de algún arbusto de la zona. Pero sus guardapolv­os blancos

están impecables.

Adentro, en el pizarrón que cubre una de las paredes de piedra del comedor de la escuelita, los chicos dejaron un mensaje para los técnicos de Arsat, la empresa estatal que les llevó conexión en un programa que pretende conectar unas 2.800 escuelas rurales en todo el país. Llevan ya 600 escuelas conectadas.

“Valió la pena esperar, ahora tenemos internet y televisión digital”, se lee en una pared del colegio. “Estamos superconte­ntos”, continúa el mensaje. No es para menos: en una zona rural tan desconecta­da de las ciudades, una conexión a internet puede hacer la diferencia.

Comunicars­e con la familia

Más allá de los beneficios para la educación, en este caso la conexión funcionará como un punto de contacto con el exterior. En palabras de Rodrigo de Loredo, expresiden­te de Arsat, quien llegó hasta el lugar para acompañar a los chicos (en su gestión se gestó este plan de conexión), esto es “una gota de conectivid­ad en medio de la nada”.

El maestro Esteban tiene 44 años, es de Buenos Aires y enseña hace tres años en el Champaquí. Tiene dos hijos que viven en la gran ciudad y para él la conexión será fundamenta­l.

“Hola, hijo, ¿me escuchás bien?”, pregunta con euforia mientras realiza una videollama­da con su celular. Hace muchos días que no se comunica con él. “Hoy tuve la sorpresa y la gran emoción de poder comunicarm­e con mi hijo para estrenar la conexión de internet y fue algo maravillos­o”, cuenta con el profe una sonrisa.

Para Verónica, la preceptora del cole y madre de dos de los chicos que allí estudian, “lo bueno de vivir en el Champaquí es el contacto cara a cara. Al no haber señal, la gente se visita para verse o decirse algo”, cuenta.

David Agüero es el director de la escuela y trabaja allí desde hace cinco años. Para él, vivir en el medio de la nada es lindo, pero reconoce que la distancia complica. “Para los que tenemos familia, el día de subir de nuevo a la escuelita es bastante duro”. Pero después se pone el “chip de la escuela”, se mentaliza de que va a estar 10 días ahí arriba, para luego bajar cinco a su casa.

Ese es el esquema que aplican en ese colegio desde hace ya algunos años.

Al cole, en mula

De los cuatro chicos que estudian ahí, tres viven en la escuela junto con el director, el maestro, la preceptora y la cocinera.

Leo, el cuarto niño, vive en un campo de la zona.

–¿Vos también vivís acá? –No, ahora me vuelvo a casa. –¿En qué te volvés?

–En esa mula –dice, señalando a una que está atada debajo de un árbol.

–¿Cuánto demorás?

–Dos horas.

–¿Y con quién te vas? –Solo –asegura, con una tranquilid­ad que sorprende.

Tiene 11 años y dice no saber qué es internet. Tampoco parece estar muy interesado en conocer de qué se trata.

Para probar la conexión, De Loredo hace una videollama­da a su casa en Córdoba y habla con sus hijos. Detrás de él, tres de los alumnos miran atentos la imagen de los pequeños a través del celular. Son realidades muy distintas, pero la esencia de los chicos es la misma en todos lados.

“Poder acceder a contenidos educativos para trabajar en el aula va a ser muy provechoso. Que los chicos puedan buscar contenidos sobre lo que estamos aprendiend­o va a venir muy bien”, dice el maestro, contento.

Esteban confía en que ahora tendrá nuevas opciones para ampliar las actividade­s que realiza con los alumnos. Para sus horas de plástica, por ejemplo, antes tenía que armar el material en sus cinco días de descanso, en Yacanto. Pero ahora podrá aplicar nuevas ideas constantem­ente, de esas mismas que en internet abundan.

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(ANDRÉS BLANCO) En la montaña. En las afueras de la escuelita Florentino Ameghino, la antena satelital de Arsat ya transmite de manera regular. Los chicos están chochos.
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 ?? (ANDRÉS BLANCO) ?? Bienvenida. Los chicos estaban esperando ansiosos la llegada de internet al colegio. El pizarrón de clases así lo atestiguó.
(ANDRÉS BLANCO) Bienvenida. Los chicos estaban esperando ansiosos la llegada de internet al colegio. El pizarrón de clases así lo atestiguó.

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