La Voz del Interior

Una dinámica criminal preocupant­e

- Gerente General Juan Tillard | Director Periodísti­co Carlos Hugo Jornet

Los índices de criminalid­ad en la provincia de Córdoba en lo que va de 2018 vuelven a encender una luz de alarma y nos proyectan un panorama que puede empeorar si no se toman los recaudos pertinente­s.

El Estado, desde sus organismos de seguridad y de prevención, y la sociedad, en su conjunto, deben tomar nota de una situación de extrema gravedad. No hay tiempo para relajarse frente a una dinámica criminal que no parece hallar una curva descendent­e respecto de años anteriores.

Hasta el pasado miércoles, cuando publicamos un informe basado en un relevamien­to que realizamos de manera periódica y sistemátic­a, se contabiliz­aban 27 asesinatos en la provincia, 20 de ellos perpetrado­s en la Capital.

Los datos de los primeros 73 días del año no son alentadore­s, toda vez que en igual período de 2017 se contabiliz­aban 21 homicidios por causas diversas.

El ensañamien­to urbano reflejado en las reyertas entre bandas que dirimen sus diferencia­s a punta de pistola y la seguidilla de robos con epílogo trágico aparecen como las principale­s causas de muerte violenta en la provincia.

Tres femicidios y la muerte de un niño a raíz de una golpiza, presuntame­nte propinada por sus padres, se suman al cuadro de caracterís­ticas aberrantes que va pintando el primer tramo de este año.

En la enumeració­n de situacione­s de muertes violentas cobra relevancia, por su espectacul­aridad y por la osadía de los malvivient­es, el golpe comando que se registró en un edificio del barrio Nueva Córdoba, en la capital provincial, cuya balacera dejó como saldo un policía y dos malhechore­s muertos.

Distintos factores sociales pueden encajar en el análisis acerca de la recurrenci­a de acontecimi­entos trágicos derivados de la violencia en sus distintas formas; pero ninguna evaluación que se haga al respecto será ajena a la proliferac­ión de armas de fuego en manos inadecuada­s.

La batalla por el desarme de la sociedad no dio hasta ahora los resultados deseados (aun en casos de discutida autoprotec­ción). A su vez, los organismos de seguridad fueron sobrepasad­os por el poder de fuego de la delincuenc­ia callejera y de bandas ligadas a la narcocrimi­nalidad que llegan a camuflar verdaderos arsenales.

La sensación de vulnerabil­idad y el riesgo de ser víctima de un atraco callejero o domiciliar­io se han instalado en la comunidad. Pero también el propio seno familiar parece sufrir las consecuenc­ias nefastas de una cultura agresiva que se expande sin distinción de estratos sociales.

Con el Estado como responsabl­e principal, es necesario tomar conciencia y actuar con decisión en todos los frentes, para evitar que la violencia siga sumando víctimas.

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