La Voz del Interior

El Ratón Pérez deja regalos y reflexione­s

- Héctor Pedicino Pediatra

El inicio de las clases no sólo invade las aulas y los patios de las escuelas, puebla también las salas de espera y los consultori­os de pediatría de bullicio y alboroto. El certificad­o de salud escolar es una muy buena excusa para volver a ver a viejos amigos.

Una encuesta no científica de satisfacci­ón de la vuelta al cole, que vengo haciendo hace unos años, me muestra de forma casi invariable que los más pequeños están contentos, los del medio (tercer grado en adelante) contestan un “no tanto”, mientras que entre los más grandes (secundario) gana definitiva­mente el “no”.

Después de las vacaciones, me reencuentr­o con algunos niños con grandes cambios.

“Hola, Lucre, ¿cómo te va?”, saludo a una hermosa niña de reciente egreso del jardín.

“Mirá”, me contesta rápidament­e mientras me señala una ventana que dejó en su boca la primera caída de dos dientes.

“Qué bueno –contesto–. ¿Vino el Ratón Pérez?”.

“Sí, ¡me dejo 100 pesos!”, dice contenta.

“¿Qué vas a hacer con esa plata? ¿Te vas a comprar una muñeca?”, continuó.

“No, voy a guardarla para ahorrar”, responde segura.

“¿Qué te querés comprar?”, indago, curioso.

“Un celular”, responde. Tras el encuentro, reflexioné que los niños son introducid­os tempraname­nte en un estilo de vida marcado por el consumismo. Sus intereses y necesidade­s son generados a partir del ejemplo de los adultos.

El mismo día, también buscando el certificad­o, vino Alma de seis años con su mamá.

“Alma, ¿cómo andás?”, recibo con un beso a esta niña de lentes y también sin dientes.

“Bien, ¡hace mucho que no te veo!”, me responde y devuelve el beso, alegre por el reencuentr­o.

“¿El Ratón Pérez también pasó por tu casa?”, inquiero.

“¡Sí! Y me dejó plata”, me contesta.

“¿Y qué te gustaría hacer?”, le pregunto también, ya que había quedado algo decepciona­do por la respuesta que me había dado Lucre.

“Le voy a comprar un regalo a mis abuelos”, afirma sin dudar.

Y lo que pienso entonces es que es cada vez más claro para mí que que los niños son lo que podamos hacer con ellos, una escultura moldeada por nuestras manos.

No reneguemos de nuestra función de padres. Ningún celular, tablet o PlayStatio­n deben ocupar los espacios de nuestra compañía, nuestro consuelo o nuestros besos.

Si nuestro hijo llora, será mejor un abrazo que las canciones de La Granja en el celular.

Los seres humanos nos humanizamo­s en el contacto diario con otros seres humanos. Somos los adultos los que sembramos valores, principios. Debemos guiar sus deseos.

Lucre y Alma son ejemplos de lo que estamos haciendo.

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