La Voz del Interior

Canciones para el silencio de los pechos calados

- Alejandro Mareco Crónicas en penumbra amareco@lavozdelin­terior.com.ar

Los dos acordes de pocas notas sonaron por fin a la hora de los bises. Con un murmullo apenas, la gente reconoció el umbral de El tiempo está después y luego se tendió a los pies del silencio para dejar que el modo penetrante de decir de Fernando Cabrera sobre su austera guitarra se expandiera en el aire de la Sala de las Américas y calara los pechos.

Fue una mirada de invitación del propio músico el que abrió el grifo del canturreo, pero enseguida volvió la sintonía del silencio y así se quedó. La densidad de la comunicaci­ón que el uruguayo establece se revela en la intensidad de la atención de la gente, que no se distrae en aplausos precoces, sino que espera hasta el instante de quietud que sigue a la última nota para soltar el reconocimi­ento. Como siempre debiera ser.

Cabrera tuvo la mitad del protagonis­mo en el recital que el viernes lo reunió junto a su compatriot­a Martín Buscaglia, otro talentoso hacedor de canciones.

Aunque han sido acunados por los mismos sones montevidea­nos y una ineludible referencia al candombe, tienen influencia­s generacion­ales distintas, como es distinta la manera de narrar, poética y musicalmen­te.

Pero el viernes estaban emparentad­os por su desnudez de cantautore­s, armados sólo con guitarras eléctricas y sus canciones, dispuestos a compartir las de cada uno con las del otro.

Buscaglia plantea crónicas de estados de ánimos urbanos, y las sostiene con los buenos recursos de sus dedos ágiles en la guitarra; algo de candombe con soul, funky y hasta rap.

Su modo de decir buscó en un par de pasajes muy disfrutado­s la complicida­d de la gente para construir la pequeña conmoción del unísono, como pasó en alguna de sus canciones más queridas, como Ante la duda todo, Visionario­s, Sagrado salado, Altas horas...

Fernando Cabrera se afirma en una manera de expresarse cada vez más despojada, con una guitarra que sobre todo apuntala la necesidad de que la canción quede clara.

Es que sus temas pulsan un timbre especial: el viaje a hacia la hondura de las palabras se monta en melodías que a veces pueden parecer sencillas pero que tienen el suficiente filo para abrir la piel de la sensibilid­ad.

En sus letras con dosis de existencia­lismo urbano, incluye una manera sentencios­a de decir. “Inútil cosa la libertad/ cuando te escupe las venas/ y ya no puedes diferencia­r/ épocas malas y buenas”, sostiene, por ejemplo, en Malas y buenas, una de las canciones de su nuevo disco, 432.

Es uno de los autores más celebrados y multiplica­dos en esta parte del mundo. Y aunque no completó su trilogía más saboreada (faltaron La casa de al lado y Te abracé en la noche), sí estuvieron Imposibles y Dulzura distante, entre otras tantas.

Al cabo del silencio de la fecundidad, el aplauso del final tenía todas las luces encendidas. Las canciones habían calado los pechos.

Doble de José Luis Aguirre

“Que no nos roben la fiesta”. Con esa consigna, el cantor y compositor de Villa Dolores José Luis Aguirre abrió las puertas de un caudaloso y celebrator­io final que vino a cerrar dos extraordin­arias noches a salón lleno en Cocina de Culturas. Viernes y sábado, con la banda que desde hace un tiempo apuntala su proyecto (Fede Seimandi, contrabajo; Mariano Vélez, piano; Mauro Ciavattini, saxo y quena; Lucas Milikay, percusión), dejó constancia de su capacidad de convocar y conmover.

También de su desprejuic­io para tomar puntas de otros géneros, como que sus versiones de cuarteto a la manera de provincia adentro ya se han vuelto un momento necesario. Sobre todo el final no quiere llegar nunca al final.

AL CABO DEL SILENCIO DE LA FECUNDIDAD, EL APLAUSO DEL FINAL TENÍA TODAS LAS LUCES ENCENDIDAS.

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(GENTILEZA DE KAROL ZINGALI, DE OFICINA DE ARTISTAS) A la par. Fernando Cabrera y Martín Buscaglia en la Sala de las Américas.
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