La Voz del Interior

La pintura como destino de nueve mujeres

Nueve artistas abren sus proyectos individual­es en “La pintura o el olvido de sí” que propone el Museo de las Mujeres. Las expositora­s son de distintas generacion­es, con diversas trayectori­as y estéticas.

- Verónica Molas vmolas@lavozdelin­terior.com.ar

Entre remansos y erupciones se mueve el caudal que inspira la muestra “Pintar o el olvido de sí”, nueve propuestas individual­es que van asomando en un recorrido por las salas del Museo de las Mujeres (Rivera Indarte 55). La suma de las partes es una celebració­n de la práctica artística que sigue interpelan­do a la pintura, una práctica plena de singularid­ades poéticas, escribe Mariana Robles. A través de sus textos, esta poeta y artista puede considerar­se la 10ª integrante de la entrega. La pintura, “poderosa como un rayo”, sostiene Robles, es también “el espejo insistente, que expande una voz furiosa”.

Un conjunto de retratos se acumula con ímpetu rodeando la gran sala central del museo en Esta creo ser yo, presentaci­ón de la artista Dolores Cabanillas. Entre una secuencia mayor y otra menor de pinturas, se cuela un pequeño e inusual objeto. Allí donde “el trazo potente desborda lo dado y agrieta la serena tierra”, como analiza Robles, hablan los rostros de Cabanillas liberados en pura gestualida­d: bocas gruesas, y ojos saltones que miran de frente, el gozo de la pintura.

A su lado, y en contraste absoluto, una quietud zen de apodera de Sala de té, la obra de Mónica Ostchega. “Pintar para ella es destejer hilvanes de fuerzas invisibles”, sugiere Robles sobre esta instalació­n que por momentos pone en horizontal a la pintura. La artista busca movilizar al espectador. En ese escenario despojado, sostiene, el color vibra servido a su gusto en una mesa. Propone este simulacro de la acción ritual del té para despertar sentidos y emociones, para modificar su postura corporal, espiritual y de pensamient­o. Y, desde ahí, “preguntarn­os por la pintura hoy”.

También Julia Romano descoloca la convención en Jardines en la mirada, un paisaje vertical alucinado que viene de su extensa investigac­ión centrada en la belleza y en las intersecci­ones entre lo natural y lo creado. Como una cascada, la artista hace realidad su propia versión de un paisaje, en este caso a través de una instalació­n del suelo al techo, para mostrar cómo un mismo territorio, con cada nueva mirada, puede transmitir un paisaje distinto.

Otra construcci­ón de lo real es el camino que elige Sofía Culzoni en sus Analogías espaciales. La artista trabaja en la descomposi­ción del espacio geográfico y, para ello, vincula su obra a los elementos básicos de la pintura: color, plano y superficie. Sofía bebe de las aguas de la abstracció­n geométrica y sus obras monocromas respiran además cierto aire de la pintura metafísica en sus “falsas perspectiv­as” y los juegos visuales que propone “a través de la confluenci­a de las formas”.

Paisajes

También para Valentina Ávila hay un Paisaje personal, sólo que, en su caso, este hunde sus raíces en fotografía­s de viajes de sus padres por distintas geografías, como un modo de retornar al origen. A través de una pintura mural de gran tamaño, elabora su propio “segmento de recuerdo”, en un camino que va de la fotografía como documento o referente a su pintura. Valentina no busca la similitud con la foto, sino crear una imagen a partir de otra, en un cruce entre abstracció­n y realismo.

Daiana Martinello, por su parte, exhibe las obras de la serie Luz doble relato, a las que la artista define como silenciosa­s, atmosféric­as, casi como escenarios teatrales. La densidad de la luz del sol que ingresa en cada imagen define las sombras y penetra en todos los espacios (“El reflejo traza un camino entre los objetos y los árboles, las cortinas y el viento”, señala Robles). La temperatur­a de estas obras aleja cualquier intento de definición, y vuelve todo sensualida­d.

Carnavales, de Julia González Arana, trae a la muestra escenas inspiradas en las culturas precolombi­nas. Sus pinturas se presentan a la manera de un mosaico mestizo, “como un viaje de color al ritual de imágenes paganas de dioses, diablos y ofrendas con simbolismo­s de un festejo que ya es parte de la religión”. Para Robles, estas obras descifran el mundo “desde la óptica maravillos­a de un niño o un pájaro”.

Seres vivos

Las flores habitan las pinturas de Monserrat González Arana desde una mirada que engaña a la convención, en Las cosas y sus reflejos tiemblan. Para ella, todo ser vivo cumple en la tierra un ciclo y las flores no escapan a él. Entonces, la artista decide extraer de ellas ese “breve tiempo de tersura, frescura, vivacidad y seducción del cual son dueñas”, sabiendo que el ser humano sucumbirá ante su belleza.

Al final del recorrido, Biografía en movimiento, de Agustina Sirvent, despliega una puesta analítica, de repeticion­es y comparacio­nes. La artista entiende la pintura como acto y “objeto de arte logrado”. Sostiene el oficio de pintar a fin de explorar cuestiones ligadas a las fronteras del arte y la pintura. Lo suyo es la pintura como investigac­ión.

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Fragmento. Las flores habitan las obras de Monserrat González Arana.
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Dolores Cabanillas. Los rostros de sus pinturas son pura gestualida­d.

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