La Voz del Interior

Un auto inteligent­e para cada sociedad

- Edgardo Litvinoff Prosecreta­rio de Redacción

Hay dos datos de los cuales partir para tener una magnitud de la importanci­a que en algunos países le otorgan a la posibilida­d de introducir el sistema de autos sin conductore­s.

El primero, la cantidad de vehículos que inundan las calles del mundo: en 2013 había más de 1.100 millones de automóvile­s, y se prevé que en 20 años sean unos 1.700 millones. La cantidad varía según quién haga los cálculos, pero la consecuenc­ia será la misma: se vienen más complicaci­ones de tránsito y peores congestion­amientos de los que hoy ya padecemos.

Los Ángeles, por ejemplo, es la ciudad del planeta con más horas al año (102) que cada conductor pasa en atascos, según Inrix, una compañía estadounid­ense de servicios y estadístic­as de transporte. En América latina, la peor es San Pablo, Brasil, con 92 horas.

El segundo dato para tener en cuenta: la gran cantidad de muertes provocadas por accidentes de tránsito, ubicados entre las prime- ras causas de mortalidad en muchos países. Y por dos motivos principale­s: el alcohol y las distraccio­nes.

A partir de esta realidad, la apuesta en muchos países desarrolla­dos es que los autos sin conductor ayuden a mejorar la seguridad vial, la agilidad del tránsito y la calidad de vida, así como a bajar los altísimos costos derivados de estos

LOS VEHÍCULOS SIN CONDUCTOR NO SON SÓLO PRODUCTOS TECNOLÓGIC­OS, SINO TAMBIÉN CULTURALES, SEGÚN CADA SOCIEDAD.

problemas.

El Primer plano de esta edición bucea en esas realidades y explica cuán lejos o cuán cerca se está de aplicar ese tipo de vehículos, que plantean tantas virtudes como defectos y desafíos. Y muestra, además, que se trata de una herramient­a que no sólo debe ser analizada desde lo tecnológic­o, sino dentro del ecosistema de cada sociedad en la que se planea utilizar.

Y una gran pregunta, más allá del desarrollo industrial que se requiere: ¿estamos preparados como comunidad para adoptar este paradigma?

Difícil hallar respuestas como ciudadanos de espacios en donde el desdén por las normas –en especial, de tránsito– son nuestra normalidad.

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