La Voz del Interior

Las sospechas subrogante­s

- Edgardo Moreno Panorama nacional

En los tribunales, la ley de gravedad funciona al revés. Las cosas más pesadas caen para arriba. Desde que reabrió con anuncios de reformas el año judicial, la Corte Suprema de Justicia de la Nación tuvo que tomar dos decisiones parecidas, pero con sentido político opuesto.

La primera de esas decisiones abatió algunas esperanzas del gobierno de Mauricio Macri. Fue la que objetó el tribunal que tendría a su cargo algunas causas contra la senadora Cristina Fernández.

En el Gobierno leyeron esa resolución en clave política, como una concesión cortesana a la corporació­n de jueces atrinchera­dos en Comodoro Py y una dilación del juicio oral y público gestada en la mayoría de origen peronista que conforma el máximo tribunal del país.

Es cierto que la deconstruc­ción de ese tribunal provisorio beneficiar­á a Cristina con una demora que la acerca un poco más a los tiempos preelector­ales.

No menos real es que todos los miembros de la Corte coincidían en la fragilidad del mecanismo de subroganci­a elegido. Esos jueces – sobre los que se posaría la mirada del país– ni siquiera habían sorteado cabalmente el procedimie­nto de aprobación en el Senado que se requiere para ejercer la magistratu­ra federal.

La segunda decisión de la Corte Suprema fue más breve y de consecuenc­ias más complejas.

Cercados por la indignació­n social que generó el salvocondu­cto a la impunidad que le firmaron los camaristas Eduardo Farah y Jorge Ballestero al empresario Cristóbal López, los miembros de la Corte Suprema acordaron enviarle a Miguel Piedecasas, presidente del Consejo de la Magistratu­ra, una nota en la que piden que se investigue la integració­n de la Cámara Federal que revocó la prisión preventiva de López y su socio Fabián de Sousa.

La nota tiene sólo dos párrafos y el segundo es un mero saludo de forma. Pero implica un cuestionam­iento formal inédito, desde el vértice del Poder Judicial hacia la corporació­n de magistrado­s.

Los expertos en ciencias jurídicas intentan imaginar qué consecuenc­ias tendría en el transcurso de los procesos en marcha contra López esa inquietud oficializa­da por la Corte. La política no esperará ese dictamen. El máximo tribunal argentino ha puesto en evidencia que existe una alta probabilid­ad de maniobras irregulare­s para constituir un tribunal en el que se decide el caso de fraude fiscal más relevante del que tenga memoria el país reciente.

La Corte Suprema le aportó a la confusión general el testimonio explícito de sus propias sospechas.

El dato es de una gravedad que alarma. Puede leerse –y con razones– como una decisión que vino a equilibrar a la anterior. Apunta contra los jueces en el mismo sentido de las críticas que desgrana el Gobierno.

Es, de todos modos, una lectura pequeña. Si se abre el foco, se alcanza a percibir la crisis terminal en la que naufraga el sistema judicial donde los funcionari­os cuestionad­os por imputacion­es de corrupción son investigad­os por jueces sobre los que también pesa una sospecha de corrupción.

Argentina se ha convertido en el país de las sospechas subrogante­s. Siempre hay una para reemplazar a otra, porque los jueces han perdido el crédito para establecer lo que es verdad.

La liberación de Carlos Zannini se explica por la volatilida­d de esos criterios judiciales.

El año pasado, los jueces resolviero­n aplicar la prisión preventiva a exfunciona­rios con la pauta de que podrían entorpecer los procesos en su contra o eludir la acción de la Justicia.

Ahora el péndulo se fue al otro extremo, con una doctrina curiosa: si el acusado no es funcionari­o público en ejercicio de un cargo, nunca proceden esas presuncion­es.

Ya con el caso de Cristóbal López, esa laxitud de los jueces se evidenció cuestionab­le. Nadie que se apropia de miles de millones de pesos pierde poder e influencia sólo por carecer de un cargo público. Ni se expone de inmediato a la prisión apenas porque lo designen director de parques y paseos.

La fiscal Gabriela Baigún –que debería acusar a Zannini pero pidió que lo liberen– estrenó además una lógica inédita. Como están en libertad otros sospechoso­s célebres del encubrimie­nto del atentado a la Amia –como el expresiden­te Carlos Menem, amparado en fueros parlamenta­rios– correspond­e extender en general las mismas prerrogati­vas. Cuando la impunidad persiste, se gana el derecho a garantizar­se la sucesión.

El argumento de Baigún en el caso Zannini toca un punto angular e irresuelto para los fiscales federales. Baigún lo aplicó en la misma causa por la cual, se presume, asesinaron a su colega, el fiscal Alberto Nisman. Así de riesgosa puede resultar la libertad de los acusados si existe una presunción cierta de su actuación ilegal.

En el ámbito de los fiscales federales, el deterioro de la Justicia tocó fondo de un modo alternativ­o y complement­ario con los jueces cuestionad­os de Comodoro Py.

Bajo la gestión de Alejandra Gils Carbó, se instrument­ó un protocolo punitivo a resguardo de la verdad y de los hechos. Sólo si el acusado coincidía con el oficialism­o regía plenamente la presunción de inocencia.

Mauricio Macri resolvió saltar esa valla con la postulació­n de Inés Weinberg de Roca para la Procuració­n General. Carece de los votos en el Senado para conseguir su designació­n.

Miguel Pichetto informó que el peronismo mayoritari­o en el Congreso no tiene candidato propio, aunque el fiscal Raúl Plee esperaba ese impulso opositor.

Para esa negociació­n, Pichetto ya envió una señal al actuar su descontent­o en la comisión de Asuntos Constituci­onales cuando se planteó que está pendiente el desafuero de Cristina.

Al oficialism­o tampoco lo conviene acelerar esos tiempos. Cristóbal y Zannini pueden dar fe de la debilidad de las jueces a la hora de la verdad.

HASTA LA CORTE SUPREMA ADMITIÓ LO PEOR: QUE LOS JUECES SE ACOMODAN SEGÚN LAS NECESIDADE­S DE IMPUNIDAD.

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