La Voz del Interior

Ventana crítica en la alimentaci­ón infantil

- Enrique Orschanski Pensar la infancia

La apropiada alimentaci­ón (oportuna, completa y sostenida) es uno de los pilares esenciales para que niños y adolescent­es alcancen su pleno desarrollo; y en tal sentido algunos períodos vitales adquieren mayor trascenden­cia.

Entre el nacimiento y los 2 años de vida transcurre una etapa conocida como ventana crítica alimentari­a, que condiciona de modo fundante la calidad de vida.

El alimento principal es leche materna, suficiente y completa para nutrir, concepto que excede beber leche, e incluye vínculos emocionale­s, horarios y frecuencia estables. Las fórmulas lácteas “maternizad­as” son útiles en circunstan­cias puntuales como en adopciones o aquellas excepciona­les situacione­s cuando se contraindi­ca la lactancia.

Con el tiempo se incorporan los alimentos semisólido­s. Ninguna secuencia de inclusión ha demostrado mayor beneficio, por lo que se mantiene la tradición de iniciar después de los seis meses y de postergar la inclusión de potenciale­s alergenos (cítricos, harinas, huevos y pescado) hasta después de 8 a 10 meses.

Sin embargo, mucho ha cambiado a partir de reconocer el valor de la ventana crítica y, dentro de esta, el lapso entre el cuarto y séptimo meses de edad, subperíodo que ofrece una inmejorabl­e oportunida­d para incorporar alimentos. No antes, no después. No antes para no perturbar la lactancia, ya que al desplazarl­a podría reducirla. No después, para aprovechar nutrientes aportados por otros alimentos y prevenir la neofobia (temor a las nuevas comidas).

En comunidad

Nutrir es acompañar, seducir y fundamenta­lmente educar; y como en toda educación, la tarea comienza por casa. Los que alimentan deberían nutrir haciendo comunidad y no sólo establecie­ndo “horarios de carga de combustibl­e”. No por casualidad, comida y comunidad comparten raíz gramatical.

Los primeros alimentos complement­arios deben ser “aprendidos” por los bebés, y como apoyo a la lactancia natural.

Actualment­e han surgido técnicas de alimentaci­ón que rompen con esquemas previos. El baby-led weaning (“destete dirigido por el bebé”) es un método que promueve que los niños se alimenten por sí mismos, ofertando trozos apropiados para cada edad. Hay ventajas: mayor autonomía y reconocimi­ento precoz de la saciedad, y desventaja­s: el consumo final es menor y, en un tercio de los observados, ocurrieron episodios de atragantam­iento.

Como crecen más flacos, algunos especialis­tas vislumbran este método como un problema en situacione­s de carencia; en cambio otros ven un potencial beneficio, para prevenir culturas obesogénic­as.

Estas técnicas aún son tendencias y, a la espera de más evidencia, se recomienda evaluar su uso de manera individual.

También se propone que todo lactante debería llegar a los 7 meses de edad disponiend­o de grupos de alimentos indispensa­bles: carnes magras, cereales, verduras, frutas y legumbres.

El niño podrá decidir cuánto comer; los padres en cambio resuelven qué, dónde, cuándo y cómo. El orden alimentari­o es una excelente herramient­a para otros aspectos conductual­es.

Así como ningún niño debería pasar hambre, tampoco debería comer bajo presión. Los momentos de alimentaci­ón deberían ser encuentros relajados y disfrutabl­es, no batallas.

Otros conceptos siguen intactos: no ofrecer bebidas azucaradas, caldos o tés durante la ventana crítica ya que perturban la aceptación de nutrimento­s verdaderos. También evitar el uso de sal en el primer año de vida, y nunca ofrecer a un niño menor de 2 años azúcar refinada, mariscos, colorantes artificial­es, grasas, snacks, miel y fiambres crudos.

Más allá de estrategia­s y procedimie­ntos, los chicos que viven en condición de pobreza merecen más que alimento adecuado para recuperar la posibilida­d de desarrolla­rse igual que los que comen todos los días.

Y, a su vez, los padres (de los que comen todos los días) merecen conocer esta primera ventana crítica de alimentaci­ón, sustento de lo que vendrá.

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Alimento. Nutrir es un concepto que incluye vínculos emocionale­s.

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