La Voz del Interior

Polvo de estrellas, eso somos

- Alejandro Mareco Albures argentinos

Todos los hombres y las mujeres miramos las estrellas. En el reparto de pesares y bienes para nuestra especie, con la abrumadora conciencia de nuestra finitud y de la pequeñez y los abismos del tiempo humano, del dilema del ser y la nada, también nos ha tocado la sensibilid­ad lúcida frente a la belleza y el privilegio de ser testigos despiertos del cosmos.

“Tenemos esta vida para apreciar el gran diseño del universo”. Stephen Hawking miraba el firmamento y mucho más allá, hacia las entrañas del tiempo y del universo. Y cuando un hombre lo hace, lo hacemos todos.

De una manera elocuente, a partir de su cuerpo completame­nte maniatado por la enfermedad, el científico británico que hace unos días murió en la vejez era todo un símbolo del poder del cerebro humano.

Con la convicción de la ciencia para salir a atravesar los misterios que nos han cercado, no sólo concibió una teoría capaz de explicar en términos de la razón la creación del universo a través de un estallido original que puso a la materia en acción, el big bang, sino que además trazó la hora de la agonía de la humanidad

Auguró entonces que en un planeta superpobla­do no sobrevivir­emos más de seis siglos. En consecuenc­ia, insistía en los viajes al espacio, pues el futuro posible de la especie está más allá de la Tierra.

Cuando un hombre mira las estrellas y la infinita vastedad del cosmos, los asuntos que desangran a los humanos se vuelven más absurdos todavía. “Estamos en peligro de autodestru­irnos por nuestra codicia y estupidez”, decía.

“El mayor enemigo del conocimien­to no es la ignorancia: es la ilusión del conocimien­to”, sostenía también.

Los siglos que vendrán darán testimonio de hasta qué puertas fue capaz de llamar la ciencia, y si el tiempo del hombre y su voracidad se devora a sí mismo.

Mientras, la ciencia no es el único instrument­o de conocimien­to humano. También lo son la filosofía e incluso la poesía, capaz de trascender los conceptos de cada palabra.

“¿Qué hay en una estrella? / Nosotros mismos. / Todos los elementosd­enuestrocu­erpoydel planeta / estuvieron en las entrañas de una estrella / Somos polvo de estrellas”.

Estos versos de Canto Cósmico los recitaba su autor, el nicaragüen­se Ernesto Cardenal, en una inolvidabl­e noche bajo el cielo del patio de poetas de Cosquín, hace algunos años (enero de 2011). Sus versos también habían bebido de la ciencia, incluso del big bang de Hawking.

Y desde el atalaya de un poema, son posibles las viejas y nuevas preguntas. “Antes del tiempo: ¿qué había antes / yo sólo sé decir que si el tiempo es simultáneo / (pasado, presente y futuro simultáneo­s) / no hay nada enterrado en el olvido”.

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