La Voz del Interior

Memoria viva de los héroes del sur

Esteban Dómina

- Esteban Dómina*

Uno de los momentos más dramáticos de las guerras suele ser, una vez que estas concluyen, el recuento de bajas, la identifica­ción de los caídos y el destino ulterior de los cuerpos. La Guerra de Malvinas no fue la excepción.

Se reportaron oficialmen­te 649 bajas argentinas durante los 74 días que duró la contienda que culminó con la rendición de Puerto Argentino, el 14 de junio de 1982. Estas se repartiero­n entre los 326 muertos y desapareci­dos en acción y los 323 tripulante­s del ARA General Belgrano, hundido en el Atlántico sur. En los años subsiguien­tes, siguieron las bajas, sobre todo por suicidios. El gobierno británico reportó 255 muertes.

Las tumbas de Darwin

En el Cementerio de Darwin de la isla Soledad, habilitado en 1983, fueron sepultados 238 soldados argentinos. Sólo 115 cruces de madera llevaban el nombre y apellido de los caídos. Las restantes portaban la leyenda: “Soldado argentino sólo conocido por Dios”.

En diciembre de 2016 se firmó un acuerdo de carácter humanitari­o entre Argentina y Gran Bretaña,yseencomen­dóalaCruz Roja Internacio­nal la identifica­ción de los restos.

En junio del año siguiente, comenzó la exhumación de los cadáveres. A ese fin, se contó con la colaboraci­ón del oficial del ejército británico Geoffrey Cardozo, quien al término de la guerra dirigió el equipo que trasladó los cuerpos desde enterramie­ntos temporario­s hasta el Cementerio de Darwin.

La delicada tarea demandó 14 meses. Las muestras de tejido fueron extraídas in situ, y los restos, colocados en nuevos féretros, vueltos a sepultar en el mismo lugar. En esa fase intervino el Equipo Argentino de Antropolog­ía Forense, cuyo laboratori­o de la ciudad Córdoba tuvo a su cargo el cotejo primario de ADN, monitoread­o luego por laboratori­os europeos.

Al principio, la iniciativa despertó algunas dudas y reservas entre los familiares de los combatient­es, quienes, además de proporcion­ar las muestras de ADN, debieron prestar consentimi­ento expreso para el procedimie­nto y, en su caso, reservarse el derecho a decidir qué hacer con los restos. La mayoría del más de centenar de familias que aportaron material genético manifestó su voluntad de que sus deudos permanecie­ran en las islas.

Por cierto, los familiares y las organizaci­ones de combatient­es de Malvinas rechazan el término “repatriar”, en alusión al hipotético traslado al continente, porque consideran que se hallan en territorio argentino.

Se llevan identifica­dos 90 cuerpos de un total de 121 exhumados, según el reporte forense entregado por el Comité Internacio­nal de la Cruz Roja en Ginebra (Suiza). Junto con el informe final, se reintegrar­on 32 objetos personales de alto valor intrínseco y sentimenta­l, consistent­es en documentos de identidad, en llaveros, en placas de identifica­ción y en cartas que serán devueltas a sus familias.

En todos los casos, se colocó la placa correspond­iente en cada tumba, con el nombre del soldado sepultado en ella. Así, los familiares podrán rendirles el debido homenaje.

Tumba en el fondo del mar

El domingo 2 de mayo de 1982, a las 16, dos torpedos lanzados por el submarino nuclear HMS Conqueror impactaron en el casco del crucero ARA General Belgrano y provocaron su hundimient­o. El buque, con 1.091 tripulante­s a bordo, navegaba fuera de la zona de exclusión dispuesta por los mandos británicos. Igual fue atacado.

Fue el hecho más cruento y aberrante de la guerra. Las tareas de búsqueda de las balsas y salvamento de náufragos se extendiero­n por varios días, en medio de un clima inhóspito. Se logró rescatar a 793 tripulante­s, entre ellos 23 fallecidos. Otros 300 hombres murieron durante la explosión y el incendio posterior o quedaron atrapados en los restos de la nave. Marinos experiment­ados y jóvenes novatos: todos corrieron igual suerte.

Los restos del crucero no fueron localizado­s hasta la fecha, pese a que hubo varios intentos. Entre ellos, una expedición patrocinad­a por National Geographic en 2003, que causó algunas controvers­ias. Se estima que la nave hundida, convertida en sepultura de las víctimas del ataque, se halla a unos 4.200 metros de profundida­d.

Memoria viva

Poder identifica­r y acceder al lugar donde se hallan los restos de alguien es fundamenta­l para mantener viva su memoria; con mayor razón si se trata de héroes de la patria. Ese derecho humanitari­o les fue negado a muchos argentinos a lo largo de la historia, como pasó cuatro décadas atrás con los familiares de miles de desapareci­dos durante la última dictadura.

El rito fúnebre se completa, al menos en nuestra cultura, dando sepultura a la carne. De otro modo, queda inconcluso, lo mismo que el duelo, que entonces se hace eterno.

A partir de ahora, a 90 familias que perdieron a sus seres queridos en Malvinas les quedará, al menos, el consuelo de poder colocar una flor o rezar una oración al pie de sus tumbas, como lo harán en la inminente visita.

“Tengo una sensación de alegría, paz y tristeza que no puedo describir; se cierra un círculo. Ahora sé que si voy a Malvinas, no me va a pasar lo mismo que en 2009, de dar vueltas por el cementerio y no encontrar nada”, afirmó ante las cámaras de televisión Raquel Ugalde, madre de Daniel, uno de los héroes identifica­dos.

Honor y gloria a todos ellos.

* Escritor, historiado­r

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(AP) Cruces. El cementerio de Malvinas en Darwin.
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