La Voz del Interior

Un mundo más habitable

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

En la última década, las pruebas de evaluación nacionales comenzaron a analizar los factores asociados a la educación. Es decir, cuánto influye el contexto en la

adquisició­n de conocimien­tos. En los países desarrolla­dos, hace tiempo que observan el aprendizaj­e a la luz de las condicione­s personales y a las del entorno.

El capital cultural de los padres (nivel de instrucció­n, libros en el hogar), las condicione­s socioeconó­micas (alimentaci­ón, vivienda), la identidad sexual, ser migrante, trabajador, madre o padre, ser descendien­te de un pueblo originario, la estructura familiar (si vive con ambos padres o no y las tareas del hogar que realiza), si es víctima de violencia o testigo de malos tratos, el número de inasistenc­ias, si se cambió de escuela o se quedó de año, si sufre

bullying o el clima escolar es desfavorab­le son aspectos que afectan el rendimient­o.

A veces son condiciona­ntes que no se ven a simple vista o parecen invisibles. Otras veces, las circunstan­cias son tan evidentes que no dejan lugar a dudas. Naturalmen­te sería injusto plantear que el éxito o el fracaso están dados sólo por el contexto, pero ignorarlos también es un error.

Las estrategia­s educativas y las políticas públicas están obligadas a mirar las condicione­s de educabilid­ad de los alumnos a la hora de implementa­r reformas, como la que se viene en el

secundario de Córdoba. Es decir que, entre tantas aristas por considerar, es ineliduble observar los aspectos que rodean la vida de los alumnos.

Las carencias materiales, que obligan a trabajar de manera temprana o, en ciertos casos, a optar por tener un hijo como una manera de soñar con un “proyecto de vida” que permita escapar de ambientes hostiles, son una parte del problema. La otra está relacionad­a con las carencias afectivas que se multiplica­n y estallan en las escuelas.

Por eso el diseño de políticas educativas es complejo si no va acompañado de políticas sociales

que mejoren las condicione­s de vida de la población.

En el terreno, los docentes comprometi­dos conocen a sus alumnos y utilizan herramient­as de la resilienci­a para superar determinis­mos sociales, biológicos o culturales. Estas intervenci­ones tienen el valor de permitir que algunas personas se sobreponga­n a situacione­s traumática­s o dolorosas. Sin ellas el mundo sería un poco menos habitable.

Pero para cambiar se necesitan estados fuertes y decididos, que crean que con la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos contribuye­n, entre tantas cosas, al despegue de la educación.

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