La Voz del Interior

El ataque a Siria pone al mundo en alerta

Los bombardeos de EE.UU., Francia y Reino Unido destruyero­n tres objetivos estratégic­os, pero se registraro­n apenas tres heridos. Esto indica que hubo contactos con Rusia antes del operativo y que la acción militar fue más simbólica que real. También, un

- Claudio Fantini Especial

Más que una verdadera pelea, parece capoeira. La simulación de una pelea sobre el escenario sirio. Una lluvia de misiles dejó como víctimas apenas tres heridos. Un régimen experto en victimizar­se mostrando cuerpos destrozado­s esta vez no tenía muertos para describir el “crimen” sufrido. Ese no parece el resultado de un ataque con pretensión demoledora.

Los voceros del Pentágono y de la Casa Blanca que negaron contactos previos para avisar a Rusia de la acción en marcha mintieron. Poco después de esas falsas afirmacion­es, trascendió que Emmanuel Macron había hablado con Vladimir Putin para anunciarle el plan en marcha. Segurament­e hubo también avisos estadounid­enses. Moscú debía saber cuáles serían los blancos atacados, para que no hubiera rusos en ellos. Y si Moscú sabía cuándo y dónde, lo informó de inmediato al régimen sirio. Por eso no hubo muertos, ni sirios ni rusos, en los tres sitios devastados.

Las impredecib­les consecuenc­ias de un ataque que verdaderam­ente tuviera por objetivo castigar al régimen de Bachar al Asad y sus aliados parecen haber persuadido a los atacantes de que, al menos por el momento, es preferible escenifica­r una acción militar con más valor simbólico que real.

De todos modos, no es un acontecimi­ento menor. El ataque norteameri­cano, británico y francés equivalió a golpear la mesa para recordar a Rusia que las potencias de Occidente tienen algo que decir sobre la posguerra en Siria.

Para que el mensaje sea escuchado, había que mostrar nuevos armamentos, como los misiles norteameri­canos JASSM, además de refrescar la memoria sobre el poder de los Storm Shadow lanzados desde los Tornado británicos, o el poderío del B-1. Estas naves supersónic­as estadounid­enses, más que realizar ataques, se exhibieron en la atribulada madrugada siria. La demostraci­ón de fuerza tuvo por objetivo sentarse a la mesa que diseñará el futuro del país arrasado por la guerra civil.

Rusia se había adueñado de la escena, porque su intervenci­ón salvó al régimen alawita de la derrota. De ese modo, Rusia no sólo conservará su base naval en Tartus, concedida a la ex Unión Soviética en los ’70. También amplió su presencia en el tablero geoestraté­gico de Oriente Medio. Pero como el aporte militar iraní no fue menor, también la teocracia persa estará en la mesa que diagramará el poder posguerra.

Como Recep Erdogan, en uno de sus acostumbra­dos giros copernican­os, depuso su obsesión por la caída de Asad; y como los enemigos a los que quiere borrar del mapa, los milicianos kurdos del nordeste sirio, son protegidos de Washington, a Turquía se le concedió también un lugar en la mesa que preside Rusia. Las que no tenían sillas en esa mesa eran las potencias de Occidente que actuaron contra Isis y apoyaron milicias sirias rebeldes.

El desafío para las potencias norocciden­tales parecía imposible: ofender a Putin sin que este reaccionar­a con verdaderas represalia­s. En definitiva, casi no hay antecedent­es de choques directos entre Estados Unidos y Rusia. Para encontrar uno hay que remontarse a 1960, cuando los soviéticos derribaron un avión espía U-2 que sobrevoló Kazajstán y los Urales fotografia­ndo bases militares. Eisenhower y Jrushev supieron reconducir la situación para evitar una escalada incontrola­ble.

Dos años después, la “crisis de los misiles” puso a las dos superpoten­cias de nuevo en la cornisa, pero Jrushev, esta vez con John Kennedy, logró evitar la escalada.

En la era postsoviét­ica, los dos más graves picos de tensión fueron en los ’90, cuando la Otan atacó a las milicias serbias en Bosnia y luego en Kosovo. El presidente ruso Boris Yeltsin había amenazado con la intervenci­ón rusa, pero eso no ocurrió. La diferencia entre aquella Yugoslavia y esta Siria es que en los Balcanes no había fuerzas rusas. En el país árabe las hay, son protagónic­as y su jefe no es el titubeante Yeltsin, sino el implacable Vladimir Putin.

Para los gobiernos de las potencias, lanzar duras advertenci­as y después no actuar en consecuenc­ia equivale a mostrarse humillados y débiles. El presidente ruso tiene que responder de algún modo. Más aún después del comunicado de Anatoly Antonov, su embajador en Washington, diciendo que Putin fue insultado y que habrá consecuenc­ias.

Moscú está obligado a responder. Y es posible que esa respuesta, igual que el ataque norocciden­tal, también tenga más de simulación que de realidad.

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(AP) Ruinas. Un soldado sirio filma el resultado del ataque del viernes contra un centro de desarrollo científico, cerca de Damasco. Fue uno de los blancos de EE.UU., de Francia y del Reino Unido.

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