La Voz del Interior

Con olor a pólvora

- Claudio Gleser Código rojo cgleser@lavozdelin­terior.com.ar

EN CÓRDOBA, CUALQUIERA TIENE UN ARMA. PARAFRASEA­NDO AL TANGO, PARECE QUE EL QUE NO ANDA “CALZADO” ES UN GIL.

Un balazo sale de la pistola de un matón que busca ejecutar a un rival y termina matando a un abuelo que, ajeno a todo, juega con sus nietos.

Otro tiro emerge del cañón de un arma y da en la cabeza de un hombre que salía de trabajar y volvía a casa en bicicleta.

Otro plomo se abre camino en plena calle y se incrusta en un auto en medio de una discusión de tránsito.

Otro proyectil y otro y otro más salen del revólver de un delincuent­e y terminan en el coche de un policía, durante lo que debió haber sido un control vehicular.

Un disparo de escopeta, durante una pelea barrial, es respondido con otro y esto da pie a una andanada de balazos como venganza, horas más tarde. Una represalia que segurament­e, y en cuestión de horas o días, tendrá a su vez otro capítulo.

La ciudad de Córdoba huele cada vez más a pólvora. En una espiral de violencia que parece importar a pocos, la Capital está atravesada de balazos que cruzan las calles a cualquier hora del día. Cualquiera. Las balas van y vienen como si nada. Hay barriadas incluso donde los disparos ya forman parte de la escenograf­ía cotidiana.

En las últimas horas, por caso, un violento episodio en una supuesta “fiesta” en una casa de Bella Vista derivó en una lluvia de balazos que terminó con dos hombres al borde de la muerte.

Es casi seguro que cuando se lean estas líneas, otro episodio de violencia a plomazos ya habrá ocurrido en esta ciudad.

Hoy, parece que cualquiera tiene un arma en Córdoba. Cualquiera accede a un revólver o a una pistola automática, por izquierda.

Si no la roba, la compra. Si no la compra, la alquila. Si no la alquila, alguien se la va a prestar.

Para peor, como si fuera poco, muchas de esas armas fueron robadas a la Policía: algunas desapareci­eron de aquel lote que se hizo humo de la Jefatura de avenida Colón; otras vienen siendo sustraídas, como una canilla que gotea, a policías en las calles. Se las roban de sus casas, cuando van en moto, cuando llegan en auto, cuando esperan el colectivo.

Parafrasea­ndo al tango, parece que, en ciertos ambientes urbanos, el que no anda “calzado” es un gil. Es una realidad que cachetea, pero que no debe sorprender.

En Córdoba, cinco de cada 10 asesinatos vienen siendo cometidos con armas de fuego. Es una cifra altísima y que se mantiene.

En los Tribunales, los episodios de violencia en los que se emplearon “fierros” inundan las salas de audiencias.

Según la Agencia Nacional de Materiales Controlado­s (exRenar), en Córdoba hay 133 mil armas registrada­s y 75 mil usuarios inscriptos. Es la cifra “blanca”: las armas que figuran en registros.

Sin embargo, en paralelo, conviven las que no constan en los papeles: la “cifra negra”. Estas armas, según los especialis­tas, duplican y hasta triplican a las registrada­s. Y así estamos.

La realidad indica que no hay grandes y sesudas investigac­iones que deriven en operativos para borrar las armas del mapa en Córdoba.

Si se secuestra alguna pistola, es por simples controles policiales callejeros: ya sea una persecució­n (tras disparos, por cierto), ya sea un chequeo a un sospechoso, un auto, una 4x4 o una moto. No mucho más.

La respuesta está a la vista cada día, en cada balazo, en cada herido, en cada cama de hospital que recibe a un paciente con un plomo en el cuerpo.

Esta situación, que se viene exponiendo en estas páginas desde hace tiempo, se da ante una sociedad que parece estar anestesiad­a frente a este drama, quizá por aquello de que “el plomo fue para otro y no para uno de los míos”. El cuadro de situación es delicado. Y las preguntas afloran.

Si, en promedio, se secuestran dos “fierros” por día en simples controles, ¿cuántos más podrían hallarse si Justicia y Policía investigar­an juntas en un plan serio, concreto y sostenido en el tiempo?

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