La Voz del Interior

Dar la mano, meter el dedo

- Pancho Marchiaro*

La velocidad del siglo 21 está dada por la tecnología. Hoy son habituales las utopías y, casi por igual, las distopías que hace pocos años parecían de ciencia ficción: existen autos que estacionan solos y en muchos países andan a pilas.

Podemos hacer videoconfe­rencias gratuitas con personas cuya ubicación en el globo nos resulta desconocid­a, y una suerte de inteligenc­ia artificial llamada Siri responde preguntas. Cualquier pregunta imaginable.

Entre tanto avance, hay perdedores, y la mano es el caso, ya que sufrió un gran desprestig­io en beneficio del dedo. Ciertament­e, la omnipresen­te cultura digital nos recuerda que del término indoeurope­o deik se desprende digitus (dedo) y dicere (decir).

Desde la perspectiv­a del dedo contamos, por ejemplo, nuestros amigos en Facebook. Estos pasan a ser números al momento de recibir reportes automático­s –eso sí, llenos de globitos– sobre cuánto afecto hemos intercambi­ado con un amigo al que “le gustaron 65 posteos tuyos” o coincidió contigo en “40 eventos”.

Por muy lamentable que suene, es posible que con ese amigo estemos más conectados en Facebook o WhatsApp que en la vida real.

Estas amistades contadas no están narradas, lo que supondría un relato más descriptiv­o y poético. Sencillame­nte se han cuantifica­do e integran una fría estadístic­a acumulada en alguna parte del Big Data. Allí no se encuentran elementos calificati­vos, como aquel asado que nos comimos, sino que todo es mensurable y valorable.

Podemos decir, inclusive, que algunas amistades nos esclavizan porque los mensajes llegan cargados con la exigencia de una respuesta que puede abrumarnos.

Así las cosas, el celular y las amistades que administra­mos desde allí nos acompañan en cualquier espacio y tiempo, lo que hace que las relaciones digitaliza­das se conviertan en obligacion­es e invadan nuestros horarios más privados, nuestras visitas al baño o interrumpa­n posibles encuentros entre humanos de carne, hueso y sonrisas imperfecta­s, pero hermosas. Lo digital ha pasado a ser una métrica de la amistad.

En este tiempo contado y no relatado, esta columna puede ser una excepción e incluir una historia: mi amigo Manolo y yo fuimos al mismo colegio secundario hace tantos años que entramos y salimos sin habernos llamado nunca por teléfono celular.

Por el contrario, nuestra amistad se basaba en la vereda y comenzaba cada mañana cuando nos tomábamos el mismo colectivo.

En aquel tiempo, al encontrarn­os en la parada, nos saludábamo­s con un apretón de manos. Como cowboys que demuestran no tener un arma en la diestra, como caballeros medievales recorriend­o un bucólico camino sinuoso, estrechába­mos las manos para empezar el día solidariam­ente. Extendiend­o esa idea a la actualidad: me gustan las personas que dan la mano grande y con decisión; me gusta entrelazar la mano de mi esposa y me encanta darles la mano a mis hijos para cruzar la calle.

Tal vez todo esto importe porque darle la diestra a alguien, desde tiempos inmemorial­es, garantizab­a que la espada quedaba inocua y suponía una ceremonia pacifista.

Pasaron unas décadas y el amigo al que le daba la mano cada mañana se fue a vivir a Australia. Para estos casos, la cultura digital nos ofrece una cercanía que puede atravesar miles de kilómetros e inclusive el tiempo: le llamarás gratis por WhatsApp hoy y te atenderá mañana, debido a los husos horarios. Pero todo será con los dedos, ya que su mano, esa interfaz entre el cerebro y el cosmos, permanecer­á ajena y distante.

Byung-Chul Han, el filósofo que todos leemos este año porque Rubén Goldberg nos indicó, dice que la mano conecta con el ser, que hace los gestos. Y agrega: el pensamient­o es una mano de obra.

Caminás por un mar de mensajes, como un llanero solitario muy acompañado –de nadie–, y esperás que alguien te reciba con una mano amiga que despeine las tristezas, como la que te saludaba cada mañana de muchos días de tu vida.

Mandás mensajes, recibís emoticones y te das cuenta de que este texto no es –como prometiste– sobre la cultura digital, sino que habla de la amistad.

EL CELULAR Y LAS AMISTADES QUE ADMINISTRA­MOS DESDE ALLÍ NOS ACOMPAÑAN EN CUALQUIER ESPACIO Y TIEMPO.

LA CULTURA DIGITAL NOS OFRECE UNA CERCANÍA QUE PUEDE ATRAVESAR MILES DE KILÓMETROS E INCLUSIVE EL TIEMPO.

* Secretario de Cultura de la Municipali­dad de Córdoba

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( LA VOZ) Distancia. Lo digital ha pasado a ser una métrica de la amistad.
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