La Voz del Interior

La dolorosa pregunta sin respuesta

- Alejandro Mareco Albures argentinos

Es posible que, a los ojos de la historia, los procesos de memoria, verdad y justicia hayan cumplido una gran parte de su misión. Tal vez, su legado más esencial: convertir a las institucio­nes de la sociedad toda en una perversa y clandestin­a maquinaria de muerte no es un asunto que se premie con impunidad final.

Los altos jerarcas del terrorismo de Estado que atravesó con un abismo de sangre el derrotero argentino murieron juzgados por las leyes de la democracia, condenados y en cumplimien­to de esas condenas.

Como el dictador Jorge Videla, a quien la sombra de la muerte lo fue a buscar a su celda. O como ocurrió con el nombre del horror en Córdoba, Luciano Benjamín Menéndez, quien a los 90 años y con el beneficio de prisión domiciliar­ia, la última hora lo encontró en condición de reo.

Es posible que los intentos de beneficiar a feroces represores o la polémica sobre el número de desapareci­dos resulten manotazos ignorados para el veredicto del después.

Pero aunque no hay nada como la Justicia para dejar establecid­as las cosas de un modo en que el sufrimient­o de las víctimas y del país resulte una base sólida para sostener el “nunca más” como legado, los juicios no se hacen para la historia, sino mirando a los ojos del presente y para intentar reparar lo que aún sea posible reparar, aunque hayan pasado décadas.

Hace cinco días culminó el décimo juicio realizado por la Justicia Federal de Córdoba por crímenes de lesa humanidad cometidos en Córdoba. Llegó casi dos años después de la megacausa La Perla y algunos días más tarde de la muerte de Menéndez, el principal imputado.

Esos elementos, más el clima político del momento e incluso la andadura del tiempo, es posible que hayan hecho mella en la intensidad de un proceso en cuyo fallo incluso el Tribunal debió aclarar que se vio limitado en la extensión de las penas por el pedido de la Fiscalía.

A los juicios de memoria, verdad y justicia aún le quedan caminos por recorrer. Es que no sólo se trata de castigar a los criminales, sino de que la historia de las víctimas quede al amparo de la razón judicial.

Como lo hizo la sentencia en los casos de tres personas en los que, a pesar de que el único acusado era Menéndez y que no habría culpables, dejó establecid­o que fueron víctimas “del plan sistemátic­o de eliminació­n de opositores políticos”.

Y mientras se sigue discutiend­o el número de desapareci­dos, lo más siniestro y doloroso del espanto continúa abierto sin gritos en el cielo: pasan los juicios y los represores siguen escondiend­o el destino de los desapareci­dos, de sus huesos sin tumbas.

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