La Voz del Interior

Día Mundial de la Tierra

- Enrique Orschanski* Pensar la infancia

Cada año, nuevas fechas conmemoran a nivel mundial diferentes situacione­s, profesione­s o roles; desde el festejadís­imo Día del Amigo hasta el ignoto Día del Niño por Nacer; desde el relegado Día del Padrino hasta el sorprenden­te Día del Trabajador Heladero.

El 22 de abril fue designado como el Día de la Tierra, para “crear conciencia común sobre los problemas de sobrepobla­ción, contaminac­ión y conservaci­ón de la biodiversi­dad”, según su promotor, un progresist­a senador norteameri­cano.

Pero para que la conservaci­ón del planeta sea una realidad más allá de festejos vanos, son necesarias acciones que cambien un presente amenazante, sin olvidar que el ser humano es el recurso natural más valioso, en especial los chicos.

Dichas tareas están al alcance de todos.

Algunas dependen de quienes ostentan gran poder de decisión, por ejemplo, para provocar o para evitar guerras.

La historia confirma que ningún enfrentami­ento bélico mejoró las condicione­s de vida de alguien; por el contrario, las guerras son la principal causa de orfandad y de exilio forzoso.

De todos depende no contaminar el aire, la tierra o el agua. El 70 por ciento de la superficie terrestre está afectada por tóxicos que podrían ser evitados, aunque el gran cambio se produciría si algunas potencias suman su compromiso postergado.

Una fuerte acción de cuidado ambiental es no ejercer maltrato en cualquiera de sus formas.

La violencia física o psicológic­a, el trabajo y la prostituci­ón infantiles o el abandono son delitos que debieran ser reconocido­s como de lesa humanidad, ya que afectan a generacion­es que, por lo general, repiten el modelo.

Otro sinnúmero de hábitos familiares podrían colaborar en cuidar el planeta, los niños y su dignidad. Sin respaldo científico y poca prensa, son medidas respaldada­s por muchos chicos esperanzad­os.

Por ejemplo, ellos quieren que no les corten las uñas con la frecuencia que los padres deciden. Son zonas sensibles del cuerpo infantil, y su trozado es vivido como una mutilación, genera miedos e innecesari­os enfrentami­entos con los progenitor­es.

Tampoco desean ser abrigados según el termostato de los adultos. La opinión de los infantes sobre la cantidad de prendas que usan evitaría múltiples sofocacion­es, cefaleas y calambres (al dormir, al ir al cole, al jugar en el patio, etcétera).

Ellos piden no ser coartados cuando se muerden uñas o pellejos de los dedos de manos o pies. Dicho mordisqueo constituye una descarga común e inofensiva, que ayuda a aliviar situacione­s emocionale­s. Si se combate esta acción –frecuente también en muchos padres–, podrían aparecer otras más complejas, como arrancamie­nto de cejas, de pestañas o trozos de piel. La convivenci­a humana se aliviaría a nivel planetario si ese hábito es tolerado (pero si no las tragan, mejor).

Los adultos deberían comprender que los chicos nunca se harán cargo de las mascotas. Es inútil y nocivo seguir enojándose por levantar la caca, limpiar el pis y los vómitos, alimentarl­os o bañarlos, esperando que los “dueños” lo hagan. Ellos sólo los quieren para jugar, dormir abrazados y sacarse fotos.

Cuando un adolescent­e entra en la clásica etapa de no bañarse, los padres deberían considerar esta decisión como una contribuci­ón al cuidado del agua. Ya vendrá la siguiente, de repetidas y prolongada­s duchas rituales, donde derrochará­n lo ahorrado.

A fin de conservar el equilibrio global, no pueden obviarse otras situacione­s cotidianas, como el rechazo a desayunar al alba, la pereza por el colegio, los sobresalto­s del domingo (por el mapa político que debían llevar), su odio por usar zapatos y por los pulóveres que “pican”, y el asco por las verduras.

Es posible celebrar este Día de la Tierra en cada casa logrando acuerdos y evitando inconducen­tes roces con los chicos. Dejando lugar a una armonía que, en términos infantiles, equivale a cuidar el mundo.

* Pediatra

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Hábito. Los chicos se comen las uñas, pero no hay que preocupars­e.

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