La Voz del Interior

Un padre separado no puede estar con su hija porque su expareja cambia de domicilio

Cada nueva casa implica demoras en los traslados de los expediente­s y el retraso de las resolucion­es judiciales. Martín, quien denuncia esta situación, revive el dolor de una infancia sin padres.

- Tomás Vázquez tvazquez@lavozdelin­terior.com.ar

“Contacto totalmente interrumpi­do, tramitando un incidente de revinculac­ión”, resaltan los casilleros de los últimos dos años en la planilla de Excel que Martín M. (47) tiene como ayuda memoria del derrotero judicial para lograr tener un vínculo con su hija.

Hace más de dos años que no la ve y no le es simple explicar por qué. Entonces, de una caja vieja llena de cientos de hojas emitidas por la Justicia, saca un resumen que lo ayuda en su relato.

Año por año, desde el nacimiento de la niña en 2003, los casilleros se llenan con el domicilio en el que vive la pequeña –hoy ya una adolescent­e de 15 años–, la institució­n escolar a la que asiste, los problemas que surgen y la documentac­ión aportada en Tribunales.

“El orden lógico para contar esta historia es muy largo, entonces, tuve que armar este cuadro para poder explicarlo, para que cuando mi hija sea más grande pueda saber que hice todo para poder verla”, dice Martín a La Voz.

Comunicaci­ón interrumpi­da “Mientras ellas vivieron en Córdoba, el régimen se cumplía, con algunas interrupci­ones, pero nos veíamos. Cuando se mudaron a Buenos Aires, en 2009, tuvimos que cambiar el sistema comunicaci­onal. Podía verla dos veces al mes, con las complicaci­ones que tenía para viajar, pero durante mucho tiempo pudimos tener una relación hermosa, en la cual yo iba, la pasaba a buscar y salíamos por todos lados”, describe.

Tanto con su expareja como con su hija, desde hace dos años el contacto es prácticame­nte nulo.

Atesora un mensaje de la adolescent­e de hace apenas semanas en que le agradece haberla saludado para su cumpleaños número 15.

“No tengo su número, ni el de mi expareja. Ya cambió 18 veces de domicilio y no lo informa. Fui a la casa y la madre me dijo que me fuera, que no estaba. Y hace unos meses me escribió por el sistema de mensajería de Google preguntand­o por qué hacía tanto que no le escribía. Yo ni sabía que estaba esa red, pensé que no tenía más contacto”, detalla Martín, quien apunta a esa línea abierta para al menos enviarle mensajes, decirle que la quiere, mandarle fotos de sus primos.

“Esta es la semillita que puedo tener yo, para que un día pueda entender lo que pasó y que el padre la quiere”, se esperanza.

La disputa legal ahora pasa por enviar el expediente desde Pilar hacía Capital Federal, ya que la niña y su madre se mudaron a Palermo –por lo que el juzgado en el que se tramitaba perdió competenci­as para entender en el caso– y fijar una cuota alimentari­a para que Martín pueda hacer los depósitos, un reclamo que figura en uno de los expediente­s, pero que no sería un inconvenie­nte.

La abogada de Martín, Marisa Tamburini, quien también representa a otra expareja de la mujer con problemas de coparental­idad añade que, “por un problema que lo excede, ahora no puede hacer las transferen­cias. Pero siempre cumplió perfectame­nte con la cuota, de hecho si lo intiman a abonar la totalidad de la cuota lo hace”.

Pese a distintos intentos, este medio no pudo localizar a los actuales representa­ntes legales de la madre.

Sin embargo, un abogado que representó a la mujer fue consultado por La Voz y mencionó que, durante el tiempo que estuvieron en Córdoba, nunca hubo problemas con la cuota acordada y que todo lo solicitado al padre se cumplía sin problemas.

Una familia desapareci­da

Si hay algo que Martín conoce es lo fundamenta­l que son los padres para el desarrollo de un niño pequeño.

Según figura en la megacausa Esma, su papá, Jorge, fue secuestrad­o y trasladado a la Escuela de Mecánica de la Armada el 16 de diciembre de 1976 y luego asesinado a golpes, aunque sus restos nunca fueron encontrado­s.

Al igual que Jorge, su madre, Leonor, era integrante de la organizaci­ón Montoneros y fue secuestrad­a y desapareci­da en Ramos Mejía el primer día de marzo de 1977, cuando, según testimonio­s, estaba yendo a registrar a Martín

ES UN MIEDO CONCRETO DE PERDERLA. SOY HIJO DE DESAPARECI­DOS Y, DE CIERTA MANERA, MI HIJA TAMBIÉN DESAPARECE. Martín M.

al jardín. En agosto de 2000 fue identifica­da.

Martín tiembla mientras cuenta situacione­s vividas de niño.

Entre recuerdos de ametrallad­oras y colchones que intentaban funcionar de escudo, mezcla su niñez con el presente ya que –dice– “esas historias te generan otra sensibilid­ad, porque para mí la pérdida de un hijo siempre fue un miedo concreto. Para el que es huérfano, es una realidad que no es difícil de imaginar. Como hijo perdí a mis padres, y ahora estoy perdiendo a mi hija”.

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(PEDRO CASTILLO) Idas y vueltas. Los expediente­s que resumen el vínculo.

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