La Voz del Interior

Una reforma simple, pero efectiva

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El ministro de Educación de Francia, Jean-Michel Blanquer, estuvo en Córdoba para participar de un evento académico internacio­nal y la Universida­d Nacional aprovechó para entregarle el título de doctor Honoris Causa.

En su contacto con los medios de comunicaci­ón, Blanquer describió la reforma educativa que lleva adelante desde hace un año. Curiosamen­te, si se observa con detenimien­to cada uno de los elementos que la definen, no transita por ninguno de los senderos que con cierta regularida­d se señalan por estas latitudes. Más bien los contradice, uno por uno.

La propuesta francesa, por ejemplo, no pone el acento en aumentar la cantidad de días y de horas de clases; al revés, propone ir al colegio de lunes a jueves y reservar los viernes para actividade­s extraescol­ares.

Tampoco se organiza dándole prioridad a la vinculació­n entre la educación y el mundo del trabajo, sino que se concentra en un programa que privilegia la ciencia y el humanismo.

Es más, no pivotea sobre las nuevas tecnología­s, la enseñanza de computació­n, el uso del celular y otros dispositiv­os similares en el aula. Por el contrario, propone volver a las matemática­s y los cálculos mentales, la lengua y los dictados de palabras, y las técnicas de memorizaci­ón.

Y, en un giro que aquí sería tildado como políticame­nte incorrecto, fomenta el respeto por el docente, cuya función social reivindica.

En síntesis, habla de una educación elemental, simple pero concreta. Y toma todos los recaudos necesarios para que los resultados permitan achicar la brecha de la desigualda­d. Entonces, como no puede haber igualdad de oportunida­des si no hay igualdad de condicione­s, el sistema educativo les brinda a los niños pobres lo que sus familias no pueden darles: muchos maestros.

Aquí está la gran diferencia con nuestras escuelas: mientras las aulas de nuestros barrios pobres están abarrotada­s de chicos, en Francia hay apenas 12 alumnos por grado. La ecuación es simple: un niño pobre necesita una educación más personaliz­ada, por lo cual el docente que lo atienda debe tener pocos alumnos, para brindarse a ellos por completo.

Por cierto, nada en la reforma francesa es producto del capricho del funcionari­o. Se trata, punto por punto, de la interacció­n entre la política y las ciencias.

Para decirlo con sus palabras, “la ciencia nos dice cosas, a veces bastante precisas, sobre lo que funciona y lo que no funciona” en el proceso de enseñanza y aprendizaj­e. En consecuenc­ia, el ministro cuenta con el asesoramie­nto de un comité científico integrado por especialis­tas de diferentes disciplina­s.

El ejemplo francés debiera servirnos para pensar, una vez más, cuál es la mejor solución a nuestra crisis educativa. Entre nosotros, hay unas pocas voces que abogan por un cambio semejante hace mucho, y no fueron escuchadas.

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