La Voz del Interior

Asesinos a la sombra

- Mariela Martínez Correspons­alía Mariela Martínez Correspons­alía

En la última década, no ha surgido ni un elemento para atrapar a la banda que asesinó a Pedro (76) y a Dora Zavala (72) en la fría madrugada del 31 de mayo de 2001, en barrio Monte Grande, un modesto sector urbano de la ciudad de Río Tercero. Ambos fueron muertos por salvajes golpes en el marco de un asalto domiciliar­io.

En la causa, Juan Carlos Nieto es el único imputado de doble homicidio calificado, criminis causae (cuando se mata para lograr impunidad), por ensañamien­to.

La Voz buscó su opinión, o bien la de su defensor, pero no dieron declaracio­nes.

Se especula que si no han aparecido pruebas contundent­es en estos 17 años, ya poco puede pasar. Por ello, todo haría presumir que el caso estaría camino hacia la impunidad.

La trágica historia tuvo una importante resonancia y hasta obligó a que jefes policiales de aquel momento fueran removidos.

Hubo numerosas marchas y reclamos de justicia.

Fue en medio de aquella conmoción social que el por entonces ministro de Gobierno provincial Oscar González, luego de interve- nir la Policía local, declaró que habían detenido a “las alimañas”.

Esos sospechoso­s quedaron desvincula­dos poco tiempo después. Habían sido incorporad­os a la causa por los dichos de Nieto, el único imputado en la causa, es decir, por quien sigue siendo parte del mismo proceso.

Un ataque salvaje

Los abuelos Zavala eran muy queridos en barrio Monte Grande, en el acceso oeste a Río Tercero.

Aquella noche, no debían estar en su casa, sino en Santiago del Estero, donde vivía Cristina, la única hija del matrimonio. Pero volvieron antes.

Así fue como, según se especula, un ruido hizo salir al patio a Pedro, quien murió por los golpes propinados por varios delincuent­es. Más tarde, fue ultimada Dora, quien terminó con un hierro incrustado en su cabeza.

Casi como un efecto espasmódic­o, en medio de marchas y protestas, la Justicia ordenó detencione­s con sus consecuent­es imputacion­es. Al poco tiempo, los primeros sospechoso­s fueron sobreseído­s porque las pruebas iban desvanecié­ndose.

Más tarde, se imputó a Nieto, quien habría estado relacionad­o con los ahora desvincula­dos.

Siempre se especuló que se trataba de un grupo de ladrones adictos a las drogas.

Los vecinos relataron en aquel momento que estaban atemorizad­os para brindar datos, debido a la reacción que podrían tener estos jóvenes. Incluso, durante mucho tiempo estuvo en la mira un adolescent­e de entonces 15 años, a quien nunca los investigad­ores lograron cercar con pruebas.

Años más tarde, el por entonces fiscal de instrucció­n Marcelo Ramognino convocó a una docena de sospechoso­s, la mayoría con antecedent­es penales. Se les hizo extraccion­es de sangre que se cotejaron con las pruebas genéticas que había en la causa.

Se compararon los perfiles genéticos y no asomó ningún dato.

Hasta se desprendió de ese informe que el material almacenado desde hace años sería insuficien­te para hacer esos cotejos genéticos.

Las pruebas que se estudiaron fueron pelos encontrado­s en las manos de las víctimas, así como restos de sangre hallados en el lavatorio del baño y en un sillón de la casa.

En la actualidad, la causa está en manos del fiscal Alejandro Carballo. En diálogo con este diario, indicó que la prescripci­ón es respecto a los imputados, no al caso.

Confirmó que el único acusado es Nieto. Lejos de admitir las pocas posibilida­des que existen de que se esclarezca el caso, dijo que aún mantiene las “esperanzas”. Aseguró que la investigac­ión continúa y dijo que, pese al tiempo transcurri­do, puede haber detencione­s.

Las marchas que imploraron justicia por Dora y Pedro Zavala quedaron en el olvido. Pasaron 17 años, y la desgracia permanece grabada en la soledad de Cristina, la única hija del matrimonio, quien quebrada por el espanto no recobró fuerzas para constituir­se como querellant­e.

Con el paso del tiempo, las movilizaci­ones se acallaron y el Asalto y muerte. Los abuelos Dora y Pedro Zavala fueron encontrado­s asesinados a golpes en su modesta casa del barrio Monte Grande, de Río Tercero, en la mañana del 31 de mayo de 2001. La noche anterior, según la investigac­ión, habían sufrido un robo. Se cree que inmediatam­ente los ultimaron a

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