La Voz del Interior

Cuando lo extraordin­ario se torna ordinario

- Juan Federico Encrucijad­as jfederico@lavozdelin­terior.com.ar

La seguidilla de malas noticias terminó por ser un cachetazo para toda una institució­n. Un andamiaje que se retuerce pese a los intentos de presentarl­o de manera sólida y vertical.

Desde el sábado pasado hasta ayer, siete jefes policiales fueron puestos en situación pasiva por diferentes escándalos, tanto en la ciudad de Córdoba como en el interior.

Desde robar prueba secuestrad­a en allanamien­tos hasta salir ebrios de un boliche, intercambi­ar manotazos con un naranjita y terminar tumbado con el auto tras chocar con otro vehículo estacionad­o.

Durante años, desde las altas esferas del Gobierno cordobés, así como desde la Plana Mayor de la Jefatura, se indicaba que aquellos policías que terminaban involucrad­os en delitos eran jóvenes que se habían acercado a la fuerza sin más vocación que tener una salida laboral tras un curso de seis meses.

Formaban parte de las camadas recién salidas de la escuela azul y pronto quedaban desafectad­os. Agentes novatos que habían pasado los filtros y lograban egresar pese a todos los controles internos, se justificab­a.

Pero esta vez la rueda trocó. Ya no son camadas jóvenes las que tropiezan con el delito. Se trata de altos jefes, comisarios con más de una década de experienci­a, hombres de mando cuya conducta es el espejo para los subordinad­os. No saltaron un filtro: fueron escalando jerarquías durante años, ascendidos.

“No es que las macanas en la Policía aumentaron. Ahora, macana que salta, macana que se sanciona”, indicó en las últimas horas el jefe de Control de Gestión Policial, Rodolfo González.

La idea de que la fuerza se depura por propia decisión choca con la realidad: cada uno de estos comisarios fue sancionado puertas adentro recién luego de que algún fiscal les pintara los dedos o avanzara en una causa contra ellos.

Hasta ahora, el camino inverso no aparece: no hay registros concretos de investigac­iones internas contra altos jefes policiales que luego derivaran en causas penales en la Justicia provincial.

Desde el amotinamie­nto de fines de 2013, la principal fuerza de seguridad de la provincia continúa tropezando consigo misma.

En medio de este derrotero de malas noticias policiales, en sólo un puñado de horas otros dos sopapos judiciales sacudieron a la institució­n azul.

El jueves se conoció que un subcomisar­io de Villa del Rosario había sido condenado a 11 años de prisión por abusar de tres niñas.

Ayer, dos policías, un oficial principal y un cabo, fueron imputados por el robo de la pistola con la que los delincuent­es mataron a un joven agente en el tiroteo que asoló Nueva Córdoba en febrero pasado.

La sola sospecha genera urticaria entre los propios policías: con los cadáveres allí mismo, se robaron el arma con la que mataron a un compañero con el solo objetivo de venderla. O, acaso, para encubrir algún otro delito.

Y eso que se trató de una escena del crimen en medio de una zona hiperconcu­rrida de la ciudad. En Tribunales, la pregunta surge como inmediata: ¿y entonces qué pasa con los policías cuando hay un crimen en un barrio perdido, sin tantas miradas encima?

Está claro: que un comisario o un agente raso termine involucrad­o en un episodio delictivo ya no genera el mismo estupor social de otros tiempos. Porque lo extraordin­ario pasó a ser ordinario.

LA IDEA DE QUE LA POLICÍA SE DEPURA POR PROPIA DECISIÓN CHOCA CON LA REALIDAD: LA JUSTICIA LLEGÓ ANTES A LOS COMISARIOS.

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(LA VOZ) Bajo la lupa. En una semana, 14 policías quedaron en la mira judicial.
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