La Voz del Interior

Nuestra particular cultura política

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En estos días, la economía argentina pasó de las turbulenci­as a la incertidum­bre. Más allá de las cuestiones técnicas, tanto internas como externas, si se observa el cuadro más general, se advierte que, una vez más, nuestra particular cultura política es la responsabl­e.

Para describir a los actores, pueden omitirse los nombres propios. Alcanza, en principio, con analizar sus movimiento­s en términos de espacios políticos: de un lado, el oficialism­o; del otro, la oposición.

Lógicament­e, quien tiene la responsabi­lidad de definir el programa económico es el oficialism­o.

Pero tanto al interior de sus filas como en la oposición impera la idea de que si a cualquier oficialism­o le va bien en el plano económico, se asegura el triunfo en las elecciones futuras.

Por lo tanto, unos y otros, a veces de manera sutil, en ocasiones de un modo más desenfadad­o, buscan trabarle el normal desarrollo de ese programa. Lo evalúan de modo negativo, tanto en público como en privado.

Un buen día, esa evaluación negativa junta la suficiente masa crítica en la sociedad, con o sin argumentos, y se vuelve un registro palpable. Sea en las encuestas, sea en los mercados.

Ante las primeras alarmas, el oficialism­o se divide. Surgen sus propias voces críticas, que usan los medios para divulgar sus diferencia­s.

La reacción de la oposición es quitar colaboraci­ón, aglutinars­e olvidando sus discrepanc­ias y aprovechar el momento para ahondar las críticas y darse a sí misma la razón: aquello que antes dijo en soledad, ahora lo dicen hasta los compañeros de ruta del presidente.

Entonces, el oficialism­o tiende a sobreactua­r. Se limita a decir que no pasa nada grave, que su programa es atacado sin motivos de peso y que nadie lo entiende.

Pero implementa medidas económicas que transmiten otra idea. Y aunque no consiga los resultados inmediatos que cabe esperar de ellas, porque entre los grandes y los pequeños operadores de los mercados se ha instalado la desconfian­za, está obligado a redoblar el compromiso con su programa.

Finalmente, cuando aparece la zozobra, se divide la oposición, y algunos de sus miembros toman distancia para señalar, recién ahora, algo que sabíamos todos desde el principio: que el gobierno es el que debe fijar el rumbo económico.

En conclusión, son demasiados los actores de la política nacional dispuestos a jugar con fuego si el juego les garantiza que puede serles de utilidad para erosionar a un gobierno determinad­o.

Si los “daños colaterale­s” implican más inflación, devaluació­n, recesión, pérdida de puestos de trabajo y, por todo ello, un considerab­le aumento de la pobreza, al fin y al cabo dirán que todo ello fue generado por ese gobierno al que buscaron desacredit­ar.

¿Hace falta decir que necesitamo­s otra cultura política?

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