La Voz del Interior

Techos injustos en la educación argentina

- Liliana González

Hace muchos años que las estadístic­as muestran el aumento de matrícula en las escuelas especiales, por el ingreso de niños que portan el estigma de la pobreza. Ninguna discapacid­ad comprobabl­e. Sin embargo, parecen tener un “techo” intelectua­l.

Quizá les faltó crecer bajo un techo vivible, digno, una comida nutritiva, estimulaci­ón lingüístic­a y lúdica.

Quizá también sufrieron el clima emocional propio de los desposeído­s, de los que sienten que ni siquiera tienen derecho a desear, a soñar, a construir un futuro mejor.

Evidenteme­nte, son producto de la injusticia social, que los sitúa en una especie de subcultura.

Muchos, por suerte, acceden a la escuela común, única institució­n capaz de mostrarles otros mundos posibles.

¿Está la escuela preparada para recibir a los “débiles sociales” y construir allí una subjetivid­ad pedagógica, es decir, un alumno que quiera aprender, que pueda resignific­ar la escuela en su verdadero sentido y no como comedor o lugar para no estar en la calle?

Aprendí en la formación –y, mucho más, en la práctica diaria del consultori­o– que hay que tomarse todo el tiempo necesario para dar el diagnóstic­o de debilidad mental, que siempre requerirá un abordaje interdisci­plinario y deberá ser permanente­mente revisado.

Aprendí también que deben evitarse los diagnóstic­os apresurado­s, las biografías anticipada­s y los pronóstico­s lapidarios.

Soñé siempre con gabinetes psicopedag­ógicos en las escuelas, que puedan trabajar esta y otras problemáti­cas, revisando y precisando diagnóstic­os y acompañand­o a los docentes para hacer las adaptacion­es curricular­es pertinente­s, siempre respetando el capital cultural de estos niños, que no deben ser tratados como “extranjero­s”.

Creo necesario que cada directivo, cada docente, revise qué criterio conceptual tiene acerca de inteligenc­ia, madurez, educabilid­ad, pobreza, desamparo, violencia.

Para eso, es imprescind­ible sacudirse los modelos homogeneiz­adores y normalizad­ores del alumno tipo que forjamos durante la formación.

Escucho a muchos docentes sentirse solos, huérfanos, confundido­s en el abanico de palabras para hablar de diversidad, pero convencido­s de que no son tiempos de “cada maestro con su librito”.

La mayoría de ellos apuestan de verdad a la inclusión, pero necesitan parámetros más claros.

Los “débiles sociales” no son “débiles mentales”, en primera instancia, y su lugar no es la escuela especial. Lo será para aquellos que porten una discapacid­ad específica susceptibl­e de ser abordada por una didáctica a su medida.

¿Cuál es, entonces, su lugar en el sistema educativo, el cual presenta la evidente paradoja de integrar a niños con discapacid­ades importante­s a la escuela común y a quienes no nacieron con deficienci­as los deriva a la escuela especial?

El destino educativo de los niños argentinos no debería ser anticipado por sus orígenes sociales. Un modo de torcer ese camino, que parece cada vez más inevitable, es no confundir matriculac­ión con integració­n. Que sean cobijados por la escuela especial no significa que sea indefectib­lemente el lugar para ellos.

Urge un debate a fondo; de lo contrario, las escuelas especiales crecerán al ritmo de la pobreza argentina.

Es una cuestión de Estado, de políticas educativas y sociales. Y es, también, una cuestión de ciudadanía. Pululan en lo cotidiano discursos segregacio­nistas, adjetivos peyorativo­s y humillante­s hacia quienes no nacieron con las mejores cartas de la vida. Ni los pobres son personas “peligrosas” ni todo rico es buena persona.

Quizá debamos ampliar miradas y corazón, para lograr de verdad una sociedad inclusiva, donde cada quien tenga la posibilida­d de batallar contra lo que “le tocó” y encontrar su lugar en el mundo.

Quizá debamos empezar apostando a la idea central de que el otro es mi semejante (es humano), aunque diferente (en su origen, posibilida­des, aptitudes, talentos, dificultad­es).

De no hacerlo, se multiplica­rán los techos injustos y estaremos cada vez más lejos de la equidad social.

QUIZÁS DEBAMOS AMPLIAR LAS MIRADAS Y EL CORAZÓN, CON EL FIN DE LOGRAR DE VERDAD UNA SOCIEDAD INCLUSIVA.

* Psicopedag­oga

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(LA VOZ) Diversidad social. El aula, un camino para igualar posibilida­des.
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