La Voz del Interior

El drama de las madres de Río

Durante 2017, en esta ciudad, 1.127 personas cayeron abatidas por disparos policiales, un promedio de tres muertes por día. El dolor de las madres queda como trágico recuerdo, mientras el 92 por ciento de los cariocas tienen como principal temor las bala

- Diego Herculano y Fernando Duclos

Durante 2017, en la ciudad brasileña de Río de Janeiro hubo 1.127 personas abatidas por disparos policiales, un promedio de tres muertes por día. El dolor de la madres queda como trágico recuerdo. El 92 por ciento de los cariocas les teme a las balas perdidas.

RÍO DE JANEIRO. Este domingo, en Río de Janeiro muchas mujeres mirarán al cielo y, absortas y ajenas, volverán a soñar con lo imposible. Sus hijos, muertos en el furor de una ciudad violenta e implacable, no estarán con ellas. Y el Día de la Madre se les consumirá entre llantos inacabados, ausencias y recuerdos.

Los continuos enfrentami­entos que involucran a bandas criminales, la Policía, el Ejército, diversos grupos armados y milicias ilegales, y que se reiteran día a día, convirtier­on a Río en una ciudad de atmósfera bélica. Militares armados se pasean por las calles en vehículos blindados, los tiroteos aterroriza­n a las favelas y algunos diarios locales ya incorporar­on a sus páginas una sección llamada “Guerra”.

Sólo en 2017, en Río 1.127 personas fueron abatidas por policías, más de tres muertes por día. A su vez, 119 miembros de la fuerza pública también falleciero­n por la violencia. Y en el medio de la balacera, quedan las madres, sus sollozos, la resilienci­a y un nudo en la garganta por tantos hijos perdidos.

El 16 de marzo, Paloma fue a visitar a su madre en el Complexo de Alemão, una de las favelas más populosas de la ciudad. Estaba con sus hijos, Sophia, de 4 años, y Benjamin, de 1 año y siete meses. “Paré para comprarles algodón dulce, en la calle, porque tenían hambre”, recuerda la mujer, y su memoria transmuta en angustia.

“Entonces, oí tiros. Instintiva­mente intenté proteger al bebé, saltando sobre su carrito. Pero no pude: un disparo impactó en su cabeza y murió en el momento”.

Fábio, su marido, estaba desemplead­o. El entierro sólo se pudo hacer gracias a donaciones. Ambos abandonaro­n el departamen­to en el que residían, poblado de recuerdos, y viven ahora en un cuarto, en el que duermen en el suelo junto a Sophia.

Imágenes de funerales colectivos, de familias enteras llorando y de gritos ahogados, que combinan impotencia e indignació­n, se volvieron moneda corriente en los telediario­s locales. El asesinato de la concejala Marielle Franco, hace dos meses, se tornó paradigmát­ico. Un año atrás, una bala perdida mató a María Eduarda, una estudiante de 13 años cuya fotografía llena de vida se revistió de un lúgubre significad­o de muerte.

Hace dos días, el 9 de mayo, Luiz Felipe de Castro Moraes fue asesinado. Antes que él, sólo en lo que va de 2018 en Río ya habían muerto 42 policías. En una de las ciudades más turísticas del mundo, los botines que desatan la furia son varios: el control del narcotráfi­co, la venta de armas, los pagos que los habitantes de los barrios pobres deben hacer para obtener seguridad...

Las fuerzas de seguridad pública combaten a las bandas de traficante­s. Sin embargo, en su lucha cometen muchos excesos. No son pocas las voces que afirman que la Policía de Río “criminaliz­a la pobreza”.

De cada 10 asesinados por la fuerza pública, nueve son negros o mestizos. Una mayoría aún superior son hombres. Y al menos el

22% de las muertes suceden en favelas. De las 1.127 víctimas de

2017, sólo 14 vivían en la Zona Sur, la más rica de la ciudad.

Dentro de cinco días, el 16 de mayo, Caio habría cumplido 20 años. Rosilene, su madre, lo tuvo a los 17, y este será el primer Día de la Madre que pasará sin su compañía.

“Me lo mataron durante una operación que la Policía realizó en Rocinha. Él era honesto y dedicado. Dijeron que reaccionó a un abordaje y por eso le tiraron. Su sueño era ingresar como soldado en la Marina”.

En marzo, después de la intervenci­ón militar en Río, el Instituto de Seguridad Pública de la Ciudad y la empresa de encuestas Datafolha les preguntaro­n a los habitantes de la ciudad a qué le temían. Hubo tres respuestas que sumaron el 92 por ciento: “ser alcanzado por una bala perdida”, “ser herido o muerto en unas alto” y“quedar en el medio de un tiroteo entre criminales y policías”.

La realidad de Río es tan violenta que existe ya una aplicación para celulares llamada “Fuego cruzado”, que avisa en tiempo real sobre los tiroteos en la ciudad, para que los transeúnte­s eviten las zonas de riesgo: entre el 16 de marzo y el 16 de abril se registraro­n 1.502 episodios, más de cinco por día.

En Río se calcula que hay unas 968 favelas, en las que viven entre 1,5 y 2 millones de personas. En ellas cohabitan tres grupos: los narcos; las milicias armadas; grupos formados por exfunciona­rios y policías corruptos; y los militares, muy criticados por las violentas operacione­s que llevan a cabo.

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(DPA) En Rocinha. Rosilene Arouca, de 37 años, perdió a su hijo Caio Arouca Trindade el 22 de noviembre de 2017, cuando él tenía 19 años.

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