El cimbronazo y sus causas
Ha renacido la inquietud económica en el país. Repasemos los hechos para tratar de explicar el sacudón actual. Mauricio Macri recibió un país en situación calamitosa: un déficit fiscal del siete por ciento del producto interno bruto; una inflación del 25 por ciento, la más alta de América latina, excepto Venezuela; un índice de pobreza del 30 por ciento; la economía estancada durante varios años; el dólar retrasado en un 50 por ciento. Eso sin contar algunas trampas intencionadas, como la venta de dólares a futuro, con gran costo para el nuevo gobierno que asumiera.
En el comienzo de su gestión, este tenía dos opciones, al menos en el plano teórico, para corregir el rumbo.
Una, bajar drásticamente el gasto público, tal como proponen los liberales extremos, como Javier Milei, José Luis Espert y otros. Esto era inviable desde el punto de vista político y social. Gran parte del gasto estaba aplicado a un extenso programa de planes sociales, para paliar la situación de pobreza inexplicable tras 12 años de holgura por los precios internacionales de nuestros productos de exportación.
La otra posibilidad era la única viable: hacer los ajustes en forma gradual. Y es lo que hizo y está haciendo el Gobierno. Avanzó en la corrección de las tarifas y está sobrecumpliendo las metas fiscales fijadas para este año.
Esta segunda opción significaba, lógicamente, acudir al mercado de capitales, endeudarse hasta tanto la economía se reactivara y el déficit se redujera por esa vía. En los dos primeros años de gobierno, esta posibilidad era razonable en razón de las bajas tasas del mercado internacional de capitales. La situación cambió. Las tasas aumentaron, el dólar se ha fortalecido y el flujo de capitales financieros al país se detuvo y está tomando una dirección contraria.
Esto crea problemas a la economía argentina y al Gobierno. Hace las cosas más difíciles. Pero cabe preguntarse si pone en duda que el camino emprendido fuera el correcto: reducción del gasto público en forma paulatina y financiación con endeudamiento.
En realidad, esa era la ruta obligada. No existía otra posibilidad, dadas las circunstancias. Un ajuste drástico al comienzo del gobierno hubiese creado un caos social insostenible.
Tampoco se podía continuar con la política anterior, de virtual congelamiento del tipo de cambio y emisión monetaria. Por esa vía, hubiésemos terminado en una situación similar a la de Venezuela.
¿Significa esto un fracaso del gradualismo? En todo caso, su insuficiencia, su fragilidad ante el cambio de la situación que lo hacía posible y poco costoso.
Esta estrategia fue atacada por ambos lados. Por derecha, por los liberales extremos, que omiten consideraciones de viabilidad política de sus propuestas. Por izquierda, desde el peronismo, que propone continuar con el déficit fiscal y cubrirlo con emisión monetaria.
Ahora, el Gobierno decidió pedir fondos al Fondo Monetario Internacional (FMI), lo cual abrirá la puerta a un debate setentista. Se dirá –ya comenzó a decirse– que nuevamente el país caerá en las fauces del FMI y que este establecerá duros condicionamientos al Gobierno para conceder los fondos que se le solicita.
Ahora bien... ¿qué medidas puede proponer el FMI que sean inconvenientes para el país? ¿Un recrudecimiento o una acelera- ción del ajuste? ¿La fijación de un plan de varios años para reducir la inflación y el déficit? Pronto lo sabremos.
Como fuere... ¿tomará el Gobierno la decisión de adoptar políticas drásticas que pueden llevar a un caos social? No creemos que elija esa vía. No lo hizo al comienzo de su gestión, cuando su poder era mayor; es impensable que lo haga ahora, cuando su predicamento ha disminuido.
En síntesis: gradualismo más endeudamiento fue la fórmula elegida en 2015 y era la única viable. Ahora, al cambiar la situación del mercado internacional de capitales, la economía recibe un impacto cambiario ante el cual el Gobierno reaccionó con rapidez: negocia un acuerdo con el Fondo para fortalecer sus reservas y despejar las dudas sobre la solvencia y el equilibrio del sistema.
Ciertamente, renacerá una discusión de la década de 1970 sobre el FMI y sus condicionamientos. Pero en este momento, más que con eslóganes, parece mejor manejarse con los hechos. Y sin prejuicios ideológicos.
AHORA, EL GOBIERNO DECIDIÓ PEDIR FONDOS AL FMI, LO CUAL ABRE LA PUERTA A UN DEBATE SETENTISTA.
¿ADOPTARÁ EL GOBIERNO POLÍTICAS DRÁSTICAS QUE PUEDEN LLEVAR A UN CAOS SOCIAL? NO CREEMOS QUE ELIJA ESA VÍA.
* Analista político