La Voz del Interior

Pistas para entender cómo se vive y se muere

- Juan Federico Encrucijad­as jfederico@lavozdelin­terior.com.ar

“En esos días, la violencia asumía para nosotros otra connotació­n que calaba mucho más profundo que un número o una estadístic­a; la violencia, para nosotros, era un alumno más que ya no volvería; un banco vacío más”.

Rosa Merlo, la directora del Ipem 338, es una parte del alma de esa comunidad educativa enclavada en Marqués Anexo, un barrio de la ciudad de Córdoba atravesado por fronteras internas, que se convirtió en una triste síntesis de un derrotero social más profundo y general.

“Hagan algo”, les imploró una madre allá por abril de 2013, cuando el turno tarde de la escuela cerró sus puertas ante un exterior insoportab­lemente doloroso.

En sólo una semana, dos jóvenes asesinados a tiros, otro más en muy grave estado y un adolescent­e prófugo con su casa a punto de ser incendiada eran el marco objetivo de una realidad en la que se cruzaban dramas palpables y otros más invisibles.

Fue entonces que en La Voz le pusimos números y nombres a semejante amputación social: en sólo nueve años, al menos 18 adolescent­es que ya habían desertado de la escuela murieron en episodios violentos.

Vecinos agobiados de sobrevivir entre la droga y los balazos dejaban que los traficante­s se apropiaran de sus casas y huían a cualquier parte.

Y el colegio, ante tantos casilleros que otros poderes estatales habían dejado vacíos, se arremangó.

De aquella periferia social, nació lo que terminó por convertirs­e en la ley provincial de Promoción de la Palabra en contra de la Violencia.

Cada 7 de mayo, en las escuelas cordobesas se reflexiona sobre la necesidad de hablar, de poner en común, de disparar... palabras.

Esta ley fue la que llevó el lunes último al gobernador Juan Schiaretti y a parte de su gabinete hasta el Ipem 338, donde también inauguraro­n una pequeña plaza de cinco juegos y una cancha de básquet a cielo abierto.

“Siempre hay que poder escuchar y recurrir al diálogo; la verdad se va construyen­do”, dijo el gobernador, quien subrayó el desastre social que sobreviene al avance de la droga.

“Como grupo, aceptamos el desafío de superar la adversidad, aprendimos a ser resiliente­s, a fortalecer­nos (...) intentamos transforma­r la crisis en oportunida­d, para modificar la estereotip­ación negativa, para dejar de ser ‘los malos’, para crecer y mejorar”, agregó la directora durante el acto.

Hoy, el secundario tiene 350 alumnos. Y el programa de terminalid­ad, otros 50. Las aulas volvieron a latir al ritmo de los adolescent­es sin miedo, muchos de los cuales entendiero­n, a fuerza de realidad, que la esquina sin horizonte sólo es un atajo hacia la cárcel o hacia la muerte.

La escuela se fortaleció y trabajó junto con los chicos desde la aridez de la marginalid­ad, sin la miopía de un escritorio. Los nuevos cursos de oficio fueron una de las claves.

Pero cinco años después, el afuera continúa siendo intempe- rie pura.

La muerte violenta temprana no cesó (sobre todo en los meses en los que el colegio está cerrado), la oferta de drogas de todo tipo jamás mermó (en sólo tres cuadras, un vecino contó 10 puntos de venta) y las armas siguen calientes.

Chicos y adolescent­es que viven casi encima de un basural acumulado sobre lo que alguna vez iba a ser un polideport­ivo modelo, ideado allá por fines de la década de 1990, hoy muestran llamativas infeccione­s en la piel.

La humedad de estos días de lluvia prolongada hizo que varios en la zona se quedaran sin ropa limpia para ponerse, y que algunas casas terminaran con demasiada agua filtrada entre tantas grietas.

En la escuela, todos los días detectan una carencia nueva entre los alumnos. Toallitas femeninas y pasta dental son dos de los faltantes caseros que más llaman la atención.

Son sólo pequeñas muestras de un deterioro sin red.

Y aunque no existe ninguna línea directa entre pobreza y delincuenc­ia, o entre pobreza y violencia, la estadístic­a en Córdoba demuestra que las zonas más vulnerable­s de la ciudad son el escenario de la mayor parte de los homicidios.

Más que marginalid­ad, estamos ante lo que el sociólogo Sebastián Bertucelli, especialis­ta en prevención de la violencia urbana, define como “sociedades alternas”.

Zonas enteras que terminaron por forjar sistemas propios, por fuera de la sociedad civil, con sus reglas autónomas, muchas veces dictadas por aquellos que ejercen el poder territoria­l de la peor manera.

“Se trata de una sociedad más eficaz que la sociedad civil: si te roban una moto, la recuperás más rápido que la Policía, pagando un ‘rescate’ o yendo a buscarla vos mismo”, alertó Bertucelli hace ya cuatro años.

Una impotencia colectiva que termina por dar pistas concretas sobre cómo se vive y se muere en distintos puntos de esta Córdoba.

ZONAS ENTERAS

DE LA CIUDAD TERMINARON POR FORJAR SISTEMAS PROPIOS, POR FUERA DE LA SOCIEDAD CIVIL.

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