La Voz del Interior

Condenados a matarnos

- Claudio Gleser

Está claro que no nos importa. O, mejor dicho, quizá

nos puede impactar la imagen cruel, el video impactante, escuchar el testimonio visceral hecho desde la conmoción. Pero no pasa mucho más.

Quizá nos paralizamo­s por unos instantes al presenciar uno de esos episodios y hasta probableme­nte no lleguemos a dormir bien por la noche, pero no durará por mucho tiempo tampoco.

Quizá posiblemen­te nos llame la atención y hasta nos paralice unos segundos ver las cifras del contador de cadáveres que deja esta realidad. Sin embargo, luego seguiremos como si nada.

No nos engañemos. Está claro que estamos totalmente anestesiad­os ante esta masacre cotidiana que se vive y padece en calles y rutas de Córdoba: las colisiones de tránsito. Es esa pandemia cotidiana y sistemátic­a que hace que uno de nosotros muera cada día lo que garantiza que una familia quede destruida para siempre. Destruida y preguntánd­ose cómo hacer para volver en el tiempo y así cambiar los hechos.

Resulta increíble ver cómo nos matamos y de qué manera estamos condenados a seguirnos matando, ante una indiferenc­ia inexplicab­le.

Y si no, salgamos un poco a mirar lo que pasa a nuestro alrededor.

Basta con tomar una calle, recorrer una avenida, avanzar por una ruta, circular por una autopista, para ver, en un corto lapso, decenas y decenas de conductas que ponen en riesgo permanente a ese otro y, claro, a nosotros mismos.

Acelerar, encarar, frenar, volver a encarar, cruzarnos, adelantarn­os jugados al límite, encerrarno­s, ir pegados, picar para ganar ese espacio mínimo, encandilar, cruzar en rojo, ganarle al amarillo, pasar por la derecha para luego tirar el coche encima y volver a pasar por la derecha, frenar en plena calle de doble mano y girar por más que venga alguien desde atrás o de adelante, acelerarle al peatón que cruza, hacer “finitos” aleccionad­ores a otro, manejar con una mano, hundir el pedal derecho y “guasapear” de manera enferma.

Basta con ver esta amplia gama de actitudes demenciale­s para vislumbrar que la batalla para modificar hábitos, generar conciencia y promover un cambio para el futuro está perdida.

La batalla en esta generación está definitiva­mente perdida. Nos seguiremos matando por mucho, mucho, mucho tiempo más.

Seres demenciale­s

Resulta inexplicab­le que seamos capaces de saludarnos cordialmen­te al toparnos en un consultori­o, o ceder el paso en una vereda angosta o en un pequeño pasillo del súper, o dejar pasar primero a quien sale de un negocio, y luego nos desconozca­mos y nos convirtamo­s en seres demenciale­s cuando estamos arriba de dos o cuatro ruedas.

Es sorprenden­te ver el modo en que muchos parecemos esperar estar dentro de ese habitáculo con volante y pedales para sacarnos la careta y expeler esa violencia interior, alimentada durante todo el día por frustracio­nes y situacione­s estresante­s. Parece que esa burbuja vidriada es el lugar perfecto para descontrol­arnos y descargar sobre el asfalto lo peor de nosotros mismos.

Es esa irracional­idad y absoluta falta de empatía la que nos convierte en bestias puras.

Más de 400 personas murieron en 2017 en toda Córdoba por siniestros viales, desde choques hasta vuelcos en calles y rutas. Desde 2008 hasta hoy, fueron más de 4.000 las vidas que terminaron apagadas, con sus correspond­ientes familias destruidas para siempre. Destruidas para siempre.

En tanto, decenas de miles resultaron heridos y lograron sobrevivir para contarla; eso sí, con secuelas físicas y psíquicas de distinto grado. Sin mencionar, por cierto, los trastornos que quedaron para quienes los rodean.

Y si eso no impacta, quizá lo haga averiguar el enorme costo económico que representa­n las rehabilita­ciones médicas que se extienden por años. O la enorme erogación que implica enfrentar una causa judicial que se va a extender por mucho tiempo.

Va de nuevo: 400 muertos el año pasado en Córdoba. Más de 160 vidas apagadas en lo que va de este calendario. Más de 4.000 existencia­s interrumpi­das en la última década.

Ya no se puede hablar de imprudenci­as tampoco. Mucho menos de negligenci­as.

Subirse a un coche, saber que se puede matar o dañar y, pese a ello, no aflojarle al acelerador es una temeridad que muchas veces se torna criminal.

No alcanza con echarle la culpa –por más razón que se tenga– a ese Estado ausente que no arregla rutas o no las termina pese a que ponga cartelitos, a esa Policía Caminera que multa en controles fijos y no sale a vigilar en serio las vías rápidas.

No alcanza, tampoco, con echarle la culpa a la Justicia que deja dormir, con pasmosa impunidad, los dramas viales.

No alcanza con agravar las penas a los homicidas.

El cambio va desde uno. Pero está claro que la batalla parece perdida. Para peor, dejamos a las generacion­es futuras el designio de que se sigan matando y el enorme peso de que planeen un cambio de actitud que sólo verán, con suerte, quienes vengan después.

NOS MATAMOS CADA DÍA EN CHOQUES VIALES. SIN EMBARGO, SEGUIMOS ANESTESIAD­OS Y MANEJANDO DE UNA MANERADEME­NCIAL.

ES UNA IRRACIONAL­IDAD Y UNA FALTA DE EMPATÍA QUE NOS CONVIERTEN EN BESTIAS PURAS. ASÍ, LA BATALLA PARA CAMBIAR ESTA PERDIDA.

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Cada año, mueren unas 400 personas por choques en Córdoba.
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