La Voz del Interior

“El arte transforma a las personas y a su entorno”

La cordobesa es autora del proyecto “Zona Imaginaria”. Su taller, en el conurbano bonaerense, generó un positivo impacto social en los vecinos que habían sido separados por un muro.

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

Villa Jardín es un vecindario humilde del partido de San Fernando, lindante con una zona acomodada de la provincia de Buenos Aires: San Isidro. El lugar se hizo conocido hace nueve años, cuando apareció en las portadas de todos los diarios del país después de que el entonces intendente de San Isidro, Gustavo Posse, levantó un muro de tres metros de alto. El objetivo de esa construcci­ón era separar físicament­e a los vecinos de La Horqueta –correspond­iente a su jurisdicci­ón–, de Villa Jardín, una barriada más modesta.

El escándalo de la división de pobres y ricos terminó con la caída del muro de concreto, pero las diferencia­s seguían en pie.

Lucrecia Urbano, reconocida artista plástica cordobesa, egresada de la Universida­d Nacional de Córdoba (UNC), y especializ­ada en grabado no tóxico, fue testigo de aquello. En 2007 había montado su taller en Villa Jardín y vio cómo los habitantes de uno y otro lugar quedaban aislados en sus propios mundos.

“Por suerte fue derribado, pero eso hizo que mucha gente tomara conciencia de que ese muro era invisible, porque hay una división invisible. Se ve. Por ejemplo, en una vereda los comercios cierran a la una y abren a las 5 y en la vereda de enfrente trabajan de corrido hasta las 7”, graficó.

En Villa Jardín funciona el proyecto de Lucrecia, que lleva el nombre de Zona Imaginaria. La artista lo define como un espacio de libertad, sin bordes.

Allí funcionan talleres y una residencia, que ya ha recibido a más de 90 de artistas de distintas partes del mundo (desde Malta hasta Taiwán, pasando por Jordania y Estados Unidos) que llegan seducidos por la pregunta que surgió después de la pared de cemento: “¿Quién puede vivir en esta casa?”. Los visitantes arriban al lugar con el fin de desarrolla­r un proyecto propio, que se involucre con el barrio.

“Es hermoso ver cómo los artistas pudieron identifica­r las diferencia­s entre barrios. Un fotógrafo brasileño documentó todos los autos de Villa Jardín. Los vecinos tapan sus autos, los suben a la vereda, los tratan casi como una pieza de escultura”, describió Urbano. “Ves el parque automotor y podés identifica­r en qué barrio estás. Ahí ves que hay otras maneras más sensibles de mostrar dónde estás, sin señalar con un muro”, añadió.

La casa, ese misterio

La casa donde funciona Zona Imaginaria en Villa Jardín llegó a ser lo que es hoy por una serie de casualidad­es y se fue transforma­ndo. Nació con la idea de ser sólo el taller de Lucrecia, pero el contexto y las circunstan­cias hicieron, sin buscarlo, que se convirtier­a en un proyecto de notable impacto social.

Urbano había recibido una herencia de su padre, que había fallecido años antes en Córdoba y buscaba un lugar para establecer su taller de nómade. Encontró una casa cerca de la avenida Uruguay, considerad­a en el área como “zona roja”.

La vivienda era antisísmic­a, según le contó su dueño Félix, de 84 años, oriundo de San Juan. “Le conté que mi papá también era de San Juan y él me dijo: ‘Soy de un pueblo que no conoce nadie, de Chimbas’. Le dije que mi papá era de Chimbas. Le pregunté el precio, era 39 mil y yo tenía 40 mil de la herencia. Eran demasiadas coincidenc­ias y tuve la certeza de que la tenía que comprar. En verdad, creo que la casa me encontró a mí”, contó Lucrecia, en su última visita a Córdoba, donde presentó públicamen­te el libro Zona Imaginaria, que resume su proyecto artístico.

“Al tiempo, pedí un crédito al Fondo Nacional de las Artes para poder hacer las refaccione­s para mi taller de grabado. De casualidad, un día me crucé con uno de los directores del Fondo en una muestra y le comenté que estaba buscando este crédito. Por la tonada, creí que era provenient­e de Córdoba, pero era de San Juan y su padre había sido compañero de mi papá en el colegio. Así que eran muchas señales juntas”, relató Urbano.

¿Quién puede vivir acá? “Zona Imaginaria se fue transforma­ndo a través de esta gran pregunta: ‘¿Quién puede vivir en esta casa?’. Este proyecto tiene algo que lo identifica y es que queda en el conurbano bonaerense, no en un circuito de arte contemporá­neo”, contó en diálogo con este diario Lucrecia.

Así, fueron llegando artistas del mundo que residían en la casa y vivían en el barrio. De a poco, todo se iba transforma­ndo. “Sostengo que, donde un artista se instala, es como un pivote que va modificand­o su entorno por su manera de ver las cosas, por su manera de accionar, de involucrar­se con los otros. Y eso se notó”, explicó Urbano.

En los primeros tiempos, el contacto entre los artistas y la gente del barrio estaba condiciona­do por cierta timidez. Pero en 2009, para gestionar económicam­ente el proyecto, se abrió un taller para chicos.

“Vinieron los chicos del barrio para preguntarm­e si podían venir y ahí se presentó otra pregunta, porque yo no inicié la casa con estos objetivos. Pero me encontré con esa inquietud y abrí los talleres para los chicos de los colegios de alrededor que podían pagar y bequé a cuatro del barrio. Ahí se empezó a producir este intercambi­o real y todos se integraron maravillos­amente”, relató la artista.

“Pequeños aprendices” Pronto, ese espacio –que se llama “Pequeños aprendices”– empezó a ser más de los pibes del vecindario. Y llegó a tener 40 inscriptos en talleres gratuitos.

“Los chicos llegan y atraviesan la casa, pasan por el comedor, donde los artistas están viviendo. El taller queda al fondo. Tenemos un planisferi­o y lo primero que preguntan es de dónde vienen, qué idioma hablan, qué estudiaron y por qué. Es una manera de viajar también. Si el artista está haciendo un trabajo, hacen trabajos paralelos. Siempre están estimulado­s por saber quién viene a la casa y qué hace”, explicó.

La pregunta de quién puede vivir en esta casa, naturalmen­te, ya está respondida. Los artistas interesado­s aplican a un proyecto específico para poder vivir en la residencia (www.zonaimagin­aria.com.ar).

Ante las consultas de los aspirantes a ingresar en esa dinámica, la responsabl­e del proyecto debe realizar algunas aclaracion­es.

“Me encargo de decirles que no queda en Palermo, que está afuera de la ciudad, que no hay una comunidad de artistas alrededor. Que es casi como un retiro de trabajo. Y vienen”, afirmó.

–¿Qué les da el arte a los chicos del barrio?

–Lo más interesant­e es que se abren las puertas de la casa para mostrar de qué manera viven los artistas. De qué manera piensan, qué hacen. Sin llevarlos a un museo ni contárselo, están sorprendid­os que hay otras maneras de vivir, otras maneras de pensar.

“ES HERMOSO VER CÓMO LOS ARTISTAS PUDIERON IDENTIFICA­R LAS DIFERENCIA­S ENTRE BARRIOS”.

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(NICOLÁS BRAVO)

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