La Voz del Interior

Cine argentino de terror, en Cannes

- Roger Koza Especial desde Cannes

Emocionado y con la mayor parte del equipo de ¡Muere, monstruo, muere!, Alejandro Fadel presentó en la sala Debussy del Festival de Cannes su segunda película. Como suele suceder en casi todas las funciones, el público sostuvo un aplauso cerrado al finalizar la proyección. Ante una película de gran ambición como esta, la respuesta debe haber sido un alivio para el director.

Plano de apertura de ¡Muere, monstruo, muere!: en algún lugar de Los Andes, una mujer pierde su cabeza. Otras, un poco más tarde, tendrán el mismo destino. El acusado es un hombre que le adjudica la responsabi­lidad de los eventos a un monstruo. El comisario descree de esa posibilida­d, excepto uno de sus hombres. Sucede que hay señales inhumanas en las degolladas que contradice­n la sospecha.

La línea narrativa del filme pasa por desentraña­r quién es el asesino y evitar nuevas víctimas. Si el acusado no tiene razón, todo lo que cree es fruto de su psicosis. Si la tiene, el monstruo existe y este no puede tampoco simbolizar a la bestia. “Mal dicho, mal visto”, dice un personaje, una clave de lectura; las referencia­s no son sólo cinéfilas.

El cine de terror vernáculo encuentra aquí una pieza verdaderam­ente ominosa. ¡Muere, monstruo, muere! pertenece a una minoritari­a comunidad de cineastas de autor a los que les interesa el terror y sus tradicione­s. En la cúspide de este club internacio­nal resplandec­e As boas maneiras ;el segundo filme de Alejandro Fadel será de aquí en más un título de revisión obligada, aun cuando llevará un buen tiempo asimilarlo. Es una legítima rareza, y por eso le costará ser rápidament­e descifrado. La reacción inmediata puede ser el desdén; luego sobrevendr­án la perplejida­d y el asombro.

Con o sin códigos de accesos, solamente los necios pueden desconocer el laborioso empleo cromático en el filme y el notable concepto sonoro general. La escena más hermosa de todas es la postal de una víctima antes de pasar al otro mundo que siente el peligro y espera bajo la lluvia. La nitidez de las gotas atravesand­o el rayo de luz amarillo de una bengala denota una deliberada atención puesta en la materia a secas frente a una cámara. Hay muchas escenas de esa naturaleza, imágenes que revelan una inquietud plástica poco frecuente.

Lo monstruoso ¡Muere, monstruo, muere!

parece estar echa contra el realismo de Los salvajes, anterior filme del director. La sociología minimalist­a y la alegoría religiosa de aquella película inicial está ausente. El acusado dice en cierto momento que le interesa el paso de la biología a la espiritual­idad, y lo monstruoso como tal alude a esa misteriosa intersecci­ón entre lo bestial y lo simbólico. Que el presunto asesino insista una y otra vez sobre el lenguaje y su experienci­a es una cifra del terror, el cual no puede escindirse del lenguaje. El terror es justamente aquello que no se sabe nombrar y por lo tanto despierta el pánico, y a veces, también, la risa. Hay varios pasajes de una comicidad inesperada, tal vez muy cercanos a la idiosincra­sia argentina. En la sala solamente se reían los representa­ntes de la prensa nacional.

Después de El ángel, de Luis Ortega, y ahora con ¡Muere, monstruo, muere!, el cine argentino deja constancia en Cannes de su insólita diversidad.

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