40 años de pasión, entre el Chateau y el Kempes
Hace 40 años, el hoy estadio Mario Kempes abrió sus puertas e inauguró una nueva época en materia de espectáculos masivos. Su actividad excede largamente al ámbito deportivo y es punto obligado para eventos de jerarquía.
Curioso caso el de esta Córdoba Cuna de Campeones, plagada de valores individuales y colectivos, de éxitos memorables y de reconocimiento nacional y mundial. La tierra que año tras año proyecta figuras desde una inacabable cantera de talento, vivió su “momento bisagra” en el deporte a partir de un episodio en el que el “héroe” central no fue precisamente un deportista.
Aquel martes 16 de mayo de 1978, la inauguración del Estadio Polideportivo Ciudad de Córdoba –tal su denominación original– se robó el protagonismo de la historia. El “Cható”, como popularmente lo bautizó el aficionado de la Docta, le puso un mojón ineludible al fútbol y a los espectáculos al aire libre de la ciudad. Su irrupción estableció claramente “un antes y un después” del coliseo mayor de esta capital.
Se levantó para albergar el Mundial ‘78, un anhelo largamente esperado, y para que 22 futbolistas corran con sus pantalones cortos detrás de un sueño. Pero su apertura terminó por ponerle los pantalones largos al deporte cordobés.
Pero su puesta en obra lejos estuvo de ser un camino de rosas. La primera voz opositora hacia su construcción partió, paradójicamente, desde un hombre vinculado al deporte. El periodista Dante Panzeri fue un opositor acérrimo de la organización del Mundial y, por ende, de la construcción de los estadios proyectados (además del de Córdoba, se levantaron de cero los de Mendoza y Mar del Plata).
“El pueblo nunca votó por el Mundial ‘78 y el pueblo sabe que le costará la sangre que le está faltando para regar sus venas”, supo escribir el nativo de Las Varillas en el diario La Prensa, en 1973, en un discurso opositor que mantuvo, incluso, durante los años difíciles del Proceso de Reorganización Nacional. El autor del libro Fútbol, la dinámica de lo impensado, no alcanzó a ver al evento que calificaba como “despropósito”: murió por causas naturales 45 días antes del inicio del torneo.
Cemento y política
En ese contexto, con escasas voces críticas y entusiasmo desbordante de una inmensa mayoría, el 23 de noviembre de 1973, la subcomisión prosubsede del Mundial ‘78 acordó con el gobierno provincial de Ricardo Obregón Cano que el emplazamiento del futuro estadio se haría en el por entonces desolado paraje del Chateau Carreras. Se descartaba así la idea original de erigirlo en el camino a Villa Carlos Paz y se aprovechaba un sector de la ciudad en la que no era necesaria ninguna expropiación. También habían quedado atrás las postulaciones de Belgrano, de Talleres y de Instituto para remodelar y acondicionar sus estadios a las exigencias del torneo.
Pero aún restaba un “detalle” clave: la confirmación de que Córdoba sería una de las sedes elegidas, ya que también pretendían albergar el certamen Corrientes, Salta y Tucumán.
José López Rega, el tristemente célebre ministro de Acción Social del gobierno de Isabel Perón y cabecilla de la organización paramilitar Triple A, fue el encargado de comunicar lo que muchos querían oír. “Córdoba será una de las sedes del torneo”, dijo “el Brujo” el 14 de agosto de 1974, y sus palabras pusieron a la organización en una carrera contra el reloj.
No sobraba mucho tiempo, pero igualmente el comité local entusiasmó a Joao Havelange, flamante presidente de la Fifa, quien llegó a Córdoba el 11 de octubre de aquel año para tomar dimensión del pro- yecto. En principio, y con el modelo del Estadio Olímpico de México (donde hoy juegan los Pumas de la Unam), se contemplaban dos tribunas techadas enfrentadas y una capacidad para 60 mil espectadores sentados u 80 mil parados. El costo presupuestado: 76.318.297.470 de pesos moneda nacional, lo que equivalía a casi siete millones de dólares según el cambio de la época. Una fortuna mayúscula.
El 7 de marzo de 1975, con la colocación de la piedra basal y el lápiz presupuestario afinado, la obra se redujo a sólo una tribuna oficial con techo y a un aforo máximo de 47 mil personas. El 15 de octubre comenzaron los trabajos y en los meses siguientes la infraestructura mundialista se extendió hacia otras mejoras. Así fueron apareciendo las obras de la autopista hacia Carlos Paz, ampliación de un largo recorrido de la avenida Colón a cuatro carriles, puente sobre el río en calle Gauss, habilitación de la avenida Padre Claret y nuevos tramos en La Cordillera y bulevar Los Alemanes, y refacciones en Rafael Núñez y en Recta Martinoli.
No eran los mejores años de un país convulsionado, dividido y plagado de atentados que derivó en la peor de las “soluciones”: el golpe militar. En ese marco, los vaivenes políticos sembraron enormes dudas no sólo sobre la construcción del estadio provincial, sino también sobre la organización del Mundial.
Con todo, la maquinaria del poder militar llegó a término para presentar un estadio que, en su momento, fue considerado como el mejor de los levantados íntegramente y que abrió sus puertas con un invitado de lujo: el seleccionado de César Luis Menotti, que un mes más tarde se coronaría campeón mundial. Aquellos días de fiebre mundialista, el Mario Kempes (como se lo rebautizó en 2011) disfrutó de jugadores como Karl
Rummenigge y Berti Vogts (Alemania), Robert Rensenbrink (Holanda), Johan Krankl (Austria), Hugo Sánchez (México), Joe Jordan (Escocia) y Teófilo Cubillas (Perú).
El coliseo cordobés era, por fin, una realidad largamente anhelada. Desde entonces, su imponencia marca la agenda de cualquier evento de trascendencia. Su escenario se acondicionó para recibir competencias de automovilismo, rugby, boxeo, atletismo y tenis. Pero en su foja de servicios no sólo se incluyó el deporte. El cantante egipcio Demis Roussos inauguró un larguísimo listado de visitas de artistas internacionales. La política, la religión y la solidaridad también encontraron en el Kempes la mejor “pantalla” para llegar al público. Hoy es parte del circuito turístico de la ciudad y su 40º aniversario prevé, además, la inauguración del Museo Provincial del Deporte, un atractivo extra para un inmueble cargado de historia.
Hace cuatro décadas, los cordobeses, sin distinción de preferencias, cumplen un rito ineludible: cada tanto una cita los lleva al “Cható”.