Crisis con y sin red
Es altamente improbable que hoy alguien recuerde por cuál red social se informó o tomó decisiones durante la crisis de 2001, aquella que puso a la palabra “helicóptero” en el diccionario de sinónimos al lado de “huida de un gobierno o un presidente tras una crisis”. Sobre todo porque en 2001 las redes sociales como hoy las conocemos no existían.
En plan de inconducentes análisis contrafácticos, también es posible ir más atrás y suponer que, de existir hace 32 años Twitter y Facebook, Carlos Bilardo no hubiese llegado al Mundial de México en el lugar de director técnico y tal vez el fútbol contaría hoy otra historia en el apartado “campeones del mundo”.
Sin embargo, es inevitable advertir que las herramientas proporcionadas por los medios sociales de comunicación y la masificación de la conectividad impactaron de modo profundo en la esfera pública, en la política, el ejercicio del periodismo, en la sociedad civil y en las organizaciones de base.
La semana pasada, frente al hecho consumado de una sintomática corrida bancaria hacia el dólar, las redes sociales postearon al mismo ritmo frenético con el que los noticieros de principios de siglo nos dejaban en “estado de información permanente”, ante el precipicio que entonces veíamos a la salida de una década de convertibilidad forzada.
Por analogía con un momento crítico todavía fresco, por memoria emotiva, por recurrencia en la desconfianza hacia una moneda (el peso argentino) en la que no confían ni los ministros del actual Gobierno, por miedo o por las razones que fuese, los tuits y posteos de los últimos días parecieron acrecentar el fantasma de 2001.
Sin importar que economistas y periodistas especializados con distintas filiaciones políticas dijesen por todos los medios que no hay un escenario analogable, que aquello fue una corrida bancaria y la de ahora sólo cambiaria, que no es lo mismo iliquidez que falta de solvencia, que las reservas y una lista larga de etcéteras, la creencia en la extrema volatilidad pasó de ser una teoría a establecerse como profecía autocumplida.
“Se asustaron de más y fueron a pedir ayuda al Fondo”, sostuvo un grupo grande de analistas consultados por canales de televisión, radios y diarios, para explicar la urgencia con que el ministro Dujovne partió a Washington, al encuentro con la jefa del FMI.
¿Es posible que Cambiemos, algo así como el campeón del mundo en el uso de redes sociales de la política argentina, esté sufriendo los efectos de su propia criatura? ¿Fue una decisión tomada luego de que los algoritmos “olieran” ese miedo social en las redes?
Sería una enorme paradoja que el mismo oficialismo que supo construir estrategias de comunicación en medios sociales desde la época en que Mauricio Macri era jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, encuentre justo allí la kriptonita de su momento de máxima debilidad.
En cualquier caso, las suposiciones de esta columna deberían ser el puntapié inicial de una reflexión: el uso que tanto particulares como partidos políticos y asociaciones civiles o medios hacen de las redes sociales no es inocuo. Mucho menosen momentos de
crisis.
EL USO QUE SE HACE DE LAS REDES SOCIALES NO ES INOCUO. MUCHO MENOS EN MOMENTOS DE CRISIS.