La Voz del Interior

Adiós al periodista que quiso matar a la novela

Murió Tom Wolfe, el padre del nuevo periodismo. Fue un cronista notable de su tiempo. También publicó varias novelas.

- José Heinz jheinz@lavozdelin­terior.com.ar

Como cronista, estuvo en tertulias de LSD, se hizo un lugar entre los brokers más ambiciosos de Nueva York, se ganó la confianza de camioneros y se inmiscuyó en fiestas universita­rias, entre otros escenarios: fue testigo de tiempos y lugares clave para comprender el pulso de la cultura estadounid­ense del siglo 20. Como crítico y polemista, decretó la muerte de la novela y fue protagonis­ta de un movimiento que sacudió por igual a escritores y a cronistas.

Es difícil entender el periodismo narrativo sin apelar en algún momento a la figura de Tom Wolfe, quien murió el lunes pasado a raíz de una infección por la que lo habían internado en un hospital de Manhattan, donde residía desde hace décadas, cuando su ambición lo movió de Richmond, en el estado de Virginia, a uno de los puntos álgidos del mundo.

Como suele dictar el lugar común, Wolfe estuvo ahí, en el momento justo. Le tocó cronicar la contracult­ura e hizo uso de todos los recursos narrativos posibles para convertir la informació­n en una pieza viva. Sus legendaria­s descripcio­nes y sus onomatopey­as, que incluía en los textos, se convirtier­on en una marca de estilo casi tan icónica como sus trajes blancos, que lucía en toda clase de contextos como una especie de invitado incómodo y permanente.

De joven, Wolfe quería escribir la “Gran Novela Americana” de su tiempo, y para ello intuía que debía dinamitar la tradición que lo precedía. Admirador de autores decimonóni­cos como Balzac y Dickens, su objetivo fue crear frescos sociales sin apelar a la imaginació­n. En otras palabras: escribir una novela realista y real a la vez.

Su epifanía, su gran momento de inspiració­n –según relata en un fragmento inolvidabl­e de su gran manifiesto El nuevo periodismo (1973)–, ocurrió en el año 1962, cuando se chocó de frente con un perfil sobre el boxeador Joe Louis titulado “El rey en su madurez” y publicado por la revista Esquire. Wolfe no podía dar crédito a lo que leía: era un relato de ficción, con sus mismos trucos literarios, pero presentado como una pieza periodísti­ca. Quien lo firmaba era un tal Gay Talese. Es tentador imaginar esa escena: frente a frente –uno leyendo, el otro a través de su prosa–, dos de los mayores periodista­s narrativos del siglo 20.

Leído hoy, El nuevo periodismo puede pecar de cierto anacronism­o, pero es indudable que dejó marcas en más de una generación de reporteros gráficos. Allí, Wolfe asegura que la novela comienza a perder terreno y sensualida­d frente a los hechos verdaderos –materia prima del periodismo–, y se necesitan escritores que sepan cómo trasladar esos acontecimi­entos al papel, cómo convertirl­os en literatura. Para ello, establecía cuatro procedimie­ntos: descripció­n escena por escena, diálogos que respeten los léxicos, voz de proscenio y sutiles comentario­s que permitan dilucidar el estatus de los personajes.

Llegados los ’80, sin embargo, Wolfe también incursionó en la novela. En 1987 llegó La hoguera de las vanidades, su gran clásico, que fue publicado inicialmen­te por entregas en la revista Rolling Stone. Fue su ingreso a la ficción y, a la vez, su obra maestra: su protagonis­ta, Sherman McCoy, es un corredor de bolsa de Nueva York que lo tiene todo, hasta que comete un accidente que hace tambalear su imperio. Wolfe recrea el mundo de las finanzas con tanta maestría que aquel cuadro de ascenso y decadencia aún funciona para explicar esa realidad.

Luego llegarían otras novelas –la última de ellas, Bloody Miami, salió en 2012–, pero ninguna con semejante resonancia: Wolfe era un arquetipo del siglo 20. Allí quedará su legado, siempre de traje impecable.

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Periodista literario. Wolfe usaba técnicas de la ficción para sus artículos.

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