La Voz del Interior

“Bots”, “trolls”, “fakes” y su influencia en las elecciones

- Ana Zuban*

Los medios digitales ejercen una influencia cada vez más significat­iva en la vida de las personas y, en consecuenc­ia, en su actuación política.

Ya no es una novedad que desempeñar­on un papel prepondera­nte en las más recientes elecciones presidenci­ales de Estados Unidos, en la decisión por el No en Colombia, en el “Brexit” e, incluso, en las elecciones que llevaron a la presidenci­a a Mauricio Macri en la Argentina.

En nuestro país, la Encuesta Nacional de Consumos Culturales de 2017 afirma que el 80 por ciento de la población tiene acceso a internet, y el 64,4 por ciento de los argentinos tienen Facebook; le sigue Instagram, con un 27,3 por ciento, y Twitter, con el 13,2 por ciento de la población como usuaria. Eso nos muestra que la interacció­n de los argentinos con la web es importante.

Pero los escenarios en los que la política se produce, se desarrolla y se potencia ya no son los mismos a partir de febrero de 2007.

La política cambió para siempre. Fue en la campaña a la presidenci­a de Barack Obama donde la política empezó a prestarle atención al plano digital. Fue el momento cuando los entornos digitales se convirtier­on en una herramient­a de comunicaci­ón entre políticos y ciudadanos.

Las redes sociales comenzaron a utilizarse para “interactua­r” con los potenciale­s votantes; se diseñaron sitios web para captar voluntario­s; se buscó el apoyo de los influencer­s; se intentó conquistar a los líderes de opinión; se segmentó al electorado a su mínima expresión y, en consecuenc­ia, se diseñaron publicidad­es dirigidas a cada uno de esos perfiles y se distribuye­ron contenidos adecuados y pertinente­s a cada uno de ellos.

Los recursos, que antaño se utilizaban en publicidad­es en medios tradiciona­les, cartelería o folletos, viraron gradualmen­te a los entornos digitales, donde se colgaron encuestas en línea y se activaron las mediciones de rendimient­o publicitar­io.

En las elecciones legislativ­as de Estados Unidos de 2014, la inversión publicitar­ia en medios digitales había crecido un 1.825 por ciento con relación con 2010.

Así las cosas, la política, que siempre busca atajos para intentar controlar la agenda pública, necesitó cambiar la forma de comunicars­e.

¿Por qué? Porque hoy son las audiencias las que controlan lo que consumen, y sólo lo hacen con contenidos que les resultan interesant­es.

Entonces, los procesos de formación de la opinión pública cambiaron y se trasladaro­n de las tapas de los diarios a los canales digitales.

Este panorama abonó el terreno para la aparición de decenas de empresas especializ­adas que ofrecen a políticos e institucio­nes la posibilida­d de manipular la opinión pública on line mediante el uso de trolls, bots, difusión masiva de noticias falsas o fake news y otras armas digitales, cuyas funciones básicas son intervenir en las discusione­s en redes sociales para intentar llevarlas hacia puntos favorables.

Pero, claramente, esta nueva realidad comunicaci­onal no funciona de esa manera. “Estar” en las redes y publicar con cierta regularida­d no es suficiente.

La clave es mucho más compleja y tiene una piedra fundamenta­l que es la razón inicial de las redes sociales: la interacció­n.

Por lo pronto, la pericia en el manejo de estas nuevas herramient­as no siempre se traduce en una nueva forma de gestionar la política; a su vez, la tentación de caer en viejas prácticas parece ser muy grande.

Y si de tentacione­s hablamos, citemos sólo el ejemplo de la investigac­ión que lleva adelante el fiscal especial de Estados Unidos Robert Mueller, que estudia la injerencia rusa en las elecciones de 2016 a favor de Donald Trump; o la cuestionab­le extracción de datos de Cambridge Analytica de los perfiles de Facebook.

Como siempre, las teorías conspirati­vas insisten en que es posible “insertar” en los votantes ciertos mensajes que los lleven a votar en una dirección o que pueden impedir que voten en la otra.

Lo cierto es que, desde que Walter Lippmann comenzó a estudiar a la opinión pública como tal, se han intentado todo tipo de recursos para manipularl­a.

Pero sólo puede afirmarse hasta ahora que produce dos efectos: uno disruptivo, es decir, romper con ciertos conceptos ya instalados en grupos inclinados a posturas sesgadas; y otro de consolidac­ión de las opiniones preexisten­tes.

Lo único novedoso es que, en lugar de recibir mensajes, noticias u opiniones de los medios tradiciona­les, que ostentaban cierto grado de autoridad intelectua­l, hoy esos mensajes vienen de personajes virtuales devenidos en personas reales que, aunque parezca extraño, van configuran­do poco a poco nuestro círculo de confianza de pares e iguales.

Es bien sabido que la confianza es consecuenc­ia de una interrelac­ión humana honesta, ni más ni menos.

Por ello, de poco sirven las herramient­as digitales si la política perpetúa la crisis de reputación en la que se encuentra inmersa. En definitiva, es la reputación la que genera credibilid­ad y confianza; y es aquí donde la política encuentra su mayor desafío.

LA POLÍTICA, QUE SIEMPRE BUSCA ATAJOS PARA INTENTAR CONTROLAR LA AGENDA PÚBLICA, NECESITÓ CAMBIAR LA FORMA DE COMUNICARS­E.

* Licenciada en Ciencia Política por la UCC

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(AP / ARCHIVO) Bajo sospecha. El triunfo de Trump sigue en entredicho.
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