La Voz del Interior

Dame un espejismo que pueda creer

- Fernando J. Ruiz*

No sólo yo tengo una comprensió­n limitada de lo que está pasando en una economía en crisis. No se enojen, pero ustedes también. Esto incluye al Gobierno, al Fondo Monetario Internacio­nal y a los principale­s opinadores del día. No lo digo yo, sino varios de los mejores economista­s mundiales, quienes sostienen que, en esta neblina, es el entrenamie­nto de nuestro instinto lo que compensa la falta de informació­n.

Las crisis son todas diferentes y así hay que trabajarla­s. Se ha dicho que los generales pelean la guerra de acuerdo a la guerra anterior. Si no hubiese habido una brutal y difícil de explicar Primera Guerra Mundial, es posible que quienes negociaron en

1938 en Múnich con Adolf Hitler hubiesen sido más duros. Pero en su cabeza tenían las imágenes de aquella masacre, y por lo tanto su objetivo era evitar que se repitiera, lo que los llevó a ser débiles frente a Hitler.

La última crisis siempre funciona como horizonte de referencia. En economía, nuestra historia comienza en 2001. No importa el Rodrigazo de 1975, la crisis bancaria de 1981 o la hiperinfla­ción de 1989. Eso es prehistori­a, que no está incorporad­a al horizonte de comprensió­n de los agentes económicos.

Cuando hay horizontes temporales cortos, la economía es volátil y transitori­a, y crece la influencia del periodismo. Estudié la historia del influyente diario Ámbito Financiero desde 1976 a

2001, viendo cómo recorría ese medio la montaña rusa argentina. La conclusión principal fue que en la economía, como en todo comportami­ento humano, son tan importante­s las palabras como los números.

La mano invisible de la economía no son los indicadore­s, sino la interpreta­ción que hacemos de ellos. Y eso va construyen­do un clima de mercado que es el ambiente en el que los agentes económicos toman sus decisiones. La suma de esas acciones construye los indicadore­s. Todos contribuim­os en distinto grado a ese clima, pero nadie lo controla. Cada uno con diferente comprensió­n de lo que pasa, pero todos votan en los mercados.

Memoria y destino

Quienes estudian el periodismo y la economía notan que la noticia es el cambio de corto plazo de los indicadore­s, y no sus niveles absolutos. Explican que, como es muy difícil reflejar el estado de situación de una economía grande y compleja, nos guiamos por pocos indicadore­s. Y reaccionam­os ante esas noticias no tanto por cómo estamos hoy sino por hacia dónde podemos ir, un destino en el que la memoria social de la última crisis funciona como un campo magnético. Ya sabemos que la economía puede llegar a ser tan volátil que la alarma activa el incendio, y no al revés.

En ese clima y en sus cambios, laspalabra­sylasimáge­nes influyen mucho. Cuando actores influyente­s hablan de “caída”, “desplome” o “parto de muerte”, las expresione­s tienen efectos climáticos.

Recordemos que la salida de la convertibi­lidad fue mucho más traumática porque la política no supo contenerla. Las voces críticas pedían una devaluació­n del 20 por ciento, no del 300 por ciento como llegó en 2002. Por eso, están las crisis y lo que nosotros hacemos con ellas. En Argentina, nuestra forma de resolverla­s es potenciar su efecto destructiv­o.

El economista argentino Daniel Heymann dice que suele haber “fallas de coordinaci­ón” que ocurrirían cuando a un gobierno le resulta “difícil prever el comportami­ento del sector privado porque este encuentra difícil prever las acciones del gobierno”.

Entonces, en este juego de espejos deformados, la exageració­n es parte de la política económica, pero no falta quien toma esa exageració­n de modo literal. Si llamar al FMI era una forma de sobreactua­r para asegurar la fortaleza, puede haber tenido un efecto de comunicar que la situación era más precaria de lo esperado.

Por supuesto, si las expectativ­as son negativas, las buenas noticias de la economía tienden a ser invisibles­ylasmalaso­cupantodo el escenario. Como siempre, el pesimismo oscurece el lado positivo de la vida, y el optimismo hace lo inverso.

Esto nos lleva a un escenario donde la excesiva convicción en las herramient­as de salida es una simulación o un autoengaño, pues nadie puede saber qué va a funcionar. El problema es que las conviccion­es rígidas –aunque incomproba­bles– de los opinadores condiciona­n el clima del mercado y restringen el margen de maniobra de los funcionari­os. Así, la crisis produce un casting de salvadores lúcidos que se amontonan para describir la torpeza de los funcionari­os. Si la tribuna se dedica a castigar al timonel, será difícil que tenga fuerza para estabiliza­r el barco. Están tirando bengalas en una estación de servicio.

De esta forma, una crisis de inflación se convierte en una inflación de la crisis, donde crece el pesimismo negligente. Claro que tuvimos ciclos de optimismo negligente en los que fuimos superhéroe­s de la economía a prueba de cualquier villano.

El buen periodismo es atenuador de ciclos, tratando de iluminar la economía en su complejida­d y destacando los matices. Eso contribuye a desarmar los malones multiplica­ndo los escenarios futuros, y desconcent­rando el foco sobre el futuro posible más negativo.

La política económica es también un discurso oral. Consiste en que los agentes económicos puedan explicarse entre sí y coincidir sobre lo que es. Esa es una economía institucio­nalizada, no provisoria. José Martínez de Hoz, Juan Sourrouill­e o Domingo Cavallo intentaron construir políticas económicas permanente­s, pero fueron transitori­as. Y tras los sucesivos momentos conmociona­ntes que las hirieron de muerte, se focalizaba la opinión en el lado oscuro y crecía la atracción hacia el peor escenario, en escalada hacia los extremos, mientras se insuflaban sin éxito las palabras sanadoras de la confianza y la esperanza.

Batalla de espejismos

Las causas atribuidas a la corrida de estos días van desde la suba de tasas en los Estados Unidos y el Impuesto a la Renta Financiera hasta la crisis de credibilid­ad en el Banco Central, la rigidez del gasto estatal hacia la baja, una precaria sustentaci­ón política y el recálculo de las metas de inflación, entre otros gatillos posibles.

También se podría pensar que la crisis no es humanament­e comprensib­le y que necesitamo­s una explicació­n simplifica­da para poder actuar. Cada uno elige la causa que entiende mejor. Los funcionari­os no pueden ocultar la neblina en la que toman las decisiones, por lo que no tiene sentido que simulen que no existe. Sus críticos son rápidos para explicar lo que pasó, pero hacen listados de causas convergent­es cuya veracidad es imposible de verificar. Son finalmente batallas entre espejismos diversos, para ver cuál se convierte finalmente en el mundo real.

Pero todas estas batallas entre espejismos tienen costos humanos reales. Son raids destructiv­os sobre personas y familias: créditos hipotecari­os que no fueron entregados, aumentos en las cuotas de los créditos ya otorgados, puestos laborales que se estaban planifican­do y ya no se ofrecerán, operacione­s de comercio exterior que se cayeron y miles de etcéteras que golpean muchas vidas.

Estos heridos y muertos sólo aparecen ocasionalm­ente en los medios, pues los agentes económicos tienen una representa­ción muy desigual en la voz pública: los emprendedo­res, los pequeños empresario­s y cuentaprop­istas, los inquilinos, los propietari­os de locales, los infinitos eslabones de la economía informal sufren estas corridas como un tsunami sobre su escenario vital. Es posible que estén mejor defendidos quienes forman parte de un sector muy pobre pero organizado en un movimiento social, que la categoría socioeconó­mica inmediatam­ente superior, cuya representa­ción es más difusa.

La inflación no deslegitim­ó al gobierno anterior pues aquel nunca se la planteó como objetivo. Pero sí afecta al actual, porque la tomó como objetivo central. La evaluación de un gobierno se hace sobre la base de los objetivos públicos que ese gobierno se pone. La corrupción no deslegitim­aba al gobierno menemista pues no era su bandera, pero fue letal para la Alianza que lo sucedió.

Ahora, la estabiliza­ción de las expectativ­as es la estabiliza­ción de las promesas. Por eso, no tiene sentido dogmatizar las herramient­as pero sí los objetivos centrales.

Nuestro Hitler actual es la pobreza. Contra eso, no debemos ceder. Los gobiernos tienen que tener conviccion­es sobre sus objetivos centrales. Sobre las herramient­as, vamos viendo.

SI LAS EXPECTATIV­AS SON NEGATIVAS, LAS BUENAS NOTICIAS DE LA ECONOMÍA TIENDEN A SER INVISIBLES Y LAS MALASOCUPA­NTODOEL ESCENARIO.

EL BUEN PERIODISMO ES ATENUADOR DE CICLOS, TRATANDO DE ILUMINAR LA ECONOMÍA EN SU COMPLEJIDA­D Y DESTACANDO LOS MATICES.

* Profesor de Periodismo y Democracia de la Universida­d Austral

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2001. Los cacerolazo­s marcaron el inicio de nuestra crisis de referencia.

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