La Voz del Interior

En favor del Cerro de las Rosas

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La nueva normativa para la habilitaci­ón de negocios gastronómi­cos en el área de la calle Tejeda, en el Cerro de las Rosas de la ciudad de Córdoba, que el Concejo Deliberant­e aprobó días atrás, puede lucir como un intento de solución a un problema que se ha tornado explosivo: la proliferac­ión de bares y restaurant­es en un área residencia­l. Y sería una solución si no consagrara viejos problemas y creara otros.

En principio, la nueva y brevísima normativa dice que sólo podrán habilitars­e negocios de no más de 300 metros cuadrados, espacio más que suficiente para un bar o un restaurant­e mediano, lo que en los hechos legitima la expansión comercial hacia las calles adyacentes a la Tejeda.

Nada se aporta con referencia a la obligación de disponer de los residuos que cada uno genera, espacios propios de estacionam­iento y tipología de los locales que se habilitarí­an.

Podría parecer irónico, pero resulta sencillame­nte cruel para los vecinos –que vienen librando una dura batalla a efectos de que se mantenga el carácter residencia­l del sector– que se les diga que todo permanecer­á como está, pero no demasiado: en verdad, habrá de empeorar.

El proceso de expulsión de los habitantes del barrio seguirá ocurriendo, como una suerte de sangría en nombre de un dudoso progreso construido desde la destrucció­n de toda norma de convivenci­a.

Los pocos residentes que quedan en el sector deberán seguir lidiando con la basura de los negocios, con los automóvile­s estacionad­os sobre la vereda, con el ruido constante, con la música estridente, con las reyertas de borrachos y con el avance de los cuidacoche­s que se adueñan de las calles e imponen el pago del impuesto a la seguridad ajena.

Nada aporta la norma, resistida por toda la oposición, sobre la intensific­ación de los controles –hoy inexistent­es– por parte de un municipio acostumbra­do a normatizar sobre los hechos consumados.

No existe ley alguna en el mundo que consagre el derecho a la libre empresa, entendido como un avance de unos pocos sobre la vida de otros, tanto como no tiene rango constituci­onal el que una minoría pueda afectar a la mayoría condicioná­ndole su forma de vida, usos y costumbres.

Como si de unas nuevas invasiones bárbaras se tratara, los emprendedo­res de hoy abandonará­n mañana el campo en busca de tierras más feraces, dejando tras desolación. Allí están, para atestiguar­lo, Nueva Córdoba, General Paz, Alta Córdoba y, próximamen­te, Jardín Espinosa.

El Concejo Deliberant­e debería dictar normas en pos del interés común y no para beneficio de sector alguno. Es la nuestra una democracia imperfecta, lo sabemos, y bien quisiéramo­s no decir lo que sigue: que sólo nos hemos perfeccion­ado en el aprovecham­iento de sus defectos.

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